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Nicolini (2020); Talassino (2015, 2019) y Aráoz, Nicolini y Talassino (2020) se realizaron importantes
avances respecto a la medición de la situación económica de las provincias argentinas en el largo
plazo. Las estimaciones de los autores muestran una sorprendente persistencia en las posiciones rel-
ativas del ingreso promedio per cápita provincial, congurada ya a nales de siglo XIX y comienzos
del XX. Al mismo tiempo, se observa una creciente desigualdad, puesta de maniesto en una brecha
cada vez mayor entre las regiones más ricas (con mayores ingresos per cápita) y las más pobres. La
conuencia de ambos fenómenos exige mayores esfuerzos que contribuyan a explicar sus por qué.
Con el correr de los años, los académicos han desarrollado propuestas teóricas y empíricas para
explicar las diferencias en las pautas de riqueza y prosperidad relativas entre países y regiones. Las
hipótesis más usuales se relacionan con la acumulación de capital físico y humano e innovaciones
tecnológicas, que claramente son importantes, pero que sólo explican una parte del proceso de creci-
miento económico que eventualmente redunda en mayores (o menores) niveles de prosperidad. En las
últimas décadas, sin embargo, han adquirido relevancia los llamados “determinantes fundamentales”
del crecimiento (Helpman, 2004; Hofman, 2001), entre los que encontramos a cuestiones tales como in-
stituciones, geografía y cultura. En particular, Helpman (2004) señala que las instituciones constituyen
un elemento clave para entender lo que él denomina “el misterio del crecimiento económico”.
Ahora, ¿qué son las instituciones? Siguiendo a North (1990), las instituciones de una economía están
compuestas por reglas formales, informales y mecanismos de cumplimiento de las mismas, y establecen
la estructura de incentivos en una sociedad, determinan los costos de realizar transacciones, y en conse-
cuencia, las posibilidades de especialización e intercambio de una economía. Así, las instituciones resultan
claves para propiciar el crecimiento. Sin embargo, tal como reconoce North (2005), las creencias y la cultura
también constituyen elementos centrales para reducir la incertidumbre y disminuir los costos de transac-
ción. En este contexto, adquiere relevancia la noción de capital social. Paldam (2000) propone tres conceptos
en torno a los cuales denir capital social, estos son conanza, facilidad de cooperación y redes. La Comis-
ión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), por otro lado, señala que se entiende por capital
social al “conjunto de normas, instituciones y organizaciones que promueven la conanza y la cooperación entre las
personas, en las comunidades y en la sociedad en su conjunto”2. Ahora, esta última denición encierra algunas
contradicciones. ¿Capital social e instituciones son conceptos equivalentes? Galaso Reca (2011) sostiene en-
fáticamente que no. El capital social no son las instituciones, no es la cultura ni es la conanza, señala esta
autora y, valiéndose de la denición propuesta por Lin (2008), sostiene que el capital social es el conjunto
de recursos presentes en las relaciones sociales. Incorporar la noción de capital social en el estudio de los
determinantes del crecimiento, agrega, es importante pues permitiría incluir la manera en que los actores
económicos interactúan y se organizan para generar crecimiento.
Pero ¿cómo medir al capital social e incorporarlo formalmente en el estudio del crecimiento,
cuando ni siquiera hay consenso acerca de qué se incluye en este concepto? Es decir, ¿cómo cuanti-
car algo tan intrínsecamente “no cuanticable”, como lo son estos recursos presentes en las relaciones
sociales? El capital social, señala Galaso Reca (2011, p. 21) no se encuentra ni en los individuos que
se relacionan, ni en los elementos físicos que se usan para la producción, sino que es inherente a la
estructura de las relaciones entre individuos y, por tanto, su nivel dependerá de los recursos que
dispongan todos los miembros de la red y de la capacidad que esta tenga para transmitir y poner a
disposición de todos sus miembros los recursos que estos poseen.
Es decir que, aunque el concepto de capital social parece encontrarse en estrecha relación con el de
capital humano -entendido como el conjunto de habilidades, capacidades y conocimientos propios de los
individuos, que son utilizados para producir y que por tanto les permiten ser más productivos- no son
equivalentes. En todo caso, el capital humano de los individuos forma parte del capital social de la sociedad
en la cual se encuentran insertos. El capital social individual afecta a la inversión en educación de los indi-
viduos, y por tanto a su capital humano. En el sentido opuesto, Lin (2008) señala que el capital humano es
un precursor del stock de relaciones de que dispone un individuo (de su capital social). En idéntico sentido,
2 hps://www.cepal.org/es/temas/capital-social. Fecha de consulta: 14/01/2022