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Filópolis en Cristo. Nº 2 (2024), 35-70
Laudato si y Laudate Deum. Una lectura cristocéntrica del Evangelio de la Creación
los tiempos, como aconsejaba el Señor (cf. Mt 16:3), recoge una de las
mayores preocupaciones del hombre contemporáneo: la problemáti-
ca del medio ambiente, los recursos naturales y la ecología; tema que
se sitúa, también, en la entraña misma de la Revelación ya desde las
primeras páginas de las Escrituras, cuando Dios encomienda al ser
humano que colabore con Él en su Proyecto3.
El Santo Padre retoma en estas páginas una de sus prioridades
pastorales, manifestada desde sus primeras intervenciones desde la
Cátedra de Pedro4, y a lo largo de todas ellas5, incluso, ante instancias
políticas de primer orden6. Apoyándose en la sabiduría social que lo
valor de un instrumento de evangelización’ -Centesimus Annus, n° 54-, porque ilu-
mina la vivencia concreta de nuestra fe” (Documento de Santo Domingo, n° 158).
3
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n° 307: “Dios concede a los hombres inclu-
so poder participar libremente en su providencia conándoles la responsabilidad
de ‘someter’ la tierra y dominarla (cf Gn 1:26-28). Dios da así a los hombres el ser
causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar
su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo
inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no
sólo por sus acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf Col 1:24).
Entonces llegan a ser ‘plenamente (...) colaboradores de Dios’ (1 Cor 3:9; 1 Ts 3:2) y
de su Reino (cf Col 4:22)”.
4
Leemos en su primera encíclica, Lumen Fidei, n° 54: “En el centro de la fe bíblica
está el amor de Dios, su solicitud concreta por cada persona, su designio de salvación
que abraza a la humanidad entera y a toda la creación, y que alcanza su cúspide en la
encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando se oscurece esta realidad,
falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste
pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su respon-
sabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de
manipulación sin límites”.
5
En el documento programático de su ponticado, Francisco expresa: “Amamos este
magníco planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habi-
ta, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores
y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos” (Evangelii
Gaudium, n° 183).
6
Visitando Estrasburgo (Francia), el 25 de noviembre de 2014, decía el Santo Pa-
dre en su Discurso al Parlamento Europeo: “Europa ha estado siempre en primera
línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra
necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad
personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos
de los hombres. Esto signica, por una parte, que la naturaleza está a nuestra dispo-
sición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, signica que no
somos los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar.
‘Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer,