
16 Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 1-25
ISSNL 3008-8844
Ricardo von Büren
pues en Dios no se da la violencia. Le envió para llamar, no para
castigar; le envió, en n, para amar, no para juzgar. Le mandará,
sí, un Día como Juez, y ¿quién resistirá entonces su presencia?
(Discurso a Diogneto, VII, 3-6, p. 853. Paréntesis nuestros)
La Realeza de Cristo es omnicomprensiva. Rige las realidades es-
pirituales y las temporales, porque como Él mismo enseña antes de
su Ascensión: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra
(Mt 28:18). Dice el Señor, “todo” poder, ilimitadamente, no una par-
te acotada. Poder, asimismo, que incluso rige “en la tierra”, es decir,
sobre las realidades sociales, económicas, políticas y culturales. Estas
últimas también deben escuchar su Mensaje y acogerlo: Le diste au-
toridad sobre todos los hombres (Jn 17:2). Pero no para que Cristo
las domine despóticamente, las anule o las sofoque en su propio or-
den natural, sino para que pueda llevarlas a su perfección, porque de
su plenitud todos nosotros participamos y recibimos gracia sobre
gracia (Jn 1:16). Es la dimensión temporal de su realeza, por la cual,
hablamos, precisamente, como principio fontal de la cristología y de
la Doctrina Social de la Iglesia, de la Realeza Social de Cristo: Él es el
Señor de los señores y el Rey de los reyes (Ap 17:14).
Al escuchar predicar a Jesús, sus oyentes exclamaban admirados:
Jamás hombre alguno habló como Éste (Jn 7:46). En cambio, otros,
entonces y también en el decurso del tiempo, y hoy mismo, no lo re-
cibieron, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria
de Dios (Jn 12:43). Lejos de ellos, cuando la Iglesia a través de su
Magisterio, se expresa sobre cuestiones temporales, o, mediante los
laicos, actúa procurando “cristianizar el mundo” (Concilio Vaticano
II, Gaudium et Spes, n. 43), no hace sino ser el a su Fundador, el
Señor. En efecto, siguiendo sin descanso la prédica y acción de Jesús,
siempre perenne –pues Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre
(Hb 13:8)–, la Iglesia ha manifestado su preocupación por lo social
desde sus inicios, articulando, desde entonces, una enseñanza que se
plasmó en obras, visibles a lo largo de la historia:
A medida que las necesidades de los tiempos lo iban demandando,
la Doctrina Social Católica se ha ido enriqueciendo y perfeccionan-