Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 87-101
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A la escucha del Magisterio
En Vísperas de la celebración del 60º aniversario de la Declaración
Gravissimum Educationis, sobre la Educación Cristiana, del Concilio
Vaticano II, el Papa León XIV publicó la Carta Apostólica Diseñar
nuevos mapas de Esperanza. Transcribimos íntegramente su texto,
extraído de la versión ocial de la página web del Vaticano.
Carta Apostólica
DISEÑAR NUEVOS MAPAS DE ESPERANZA
LEÓN XIV
1. Proemio
1.1. Diseñar nuevos mapas de esperanza. El 28 de octubre de 2025
se cumple el 60º aniversario de la Declaración conciliar Gravissimum
educationis sobre la extrema importancia y actualidad de la educa-
ción en la vida del ser humano. Con ese texto, el Concilio Vaticano II
recordó a la Iglesia que la educación no es una actividad accesoria,
sino que constituye el tejido mismo de la evangelización: es la forma
concreta con la que el Evangelio se convierte en gesto educativo, re-
lación, cultura. Hoy, ante los rápidos cambios y las incertidumbres
que desorientan, ese legado muestra una sorprendente solidez. Allí
donde las comunidades educativas se dejan guiar por la palabra de
Cristo, no se retiran, sino que se relanzan; no levantan muros, sino
que construyen puentes. Reaccionan con creatividad, abriendo nue-
vas posibilidades para la transmisión del conocimiento y del sentido
en la escuela, en la universidad, en la formación profesional y civil, en
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la pastoral escolar y juvenil, y en la investigación, porque el Evangelio
no envejece, sino que «hace nuevas todas las cosas» (Ap. 21,5). Cada
generación lo escucha como una novedad que regenera. Cada gene-
ración es responsable del Evangelio y del descubrimiento de su poder
seminal y multiplicador.
1.2. Vivimos en un entorno educativo complejo, fragmentado y
digitalizado. Precisamente por eso es sabio detenerse y recuperar
la mirada sobre la «cosmología de la paideia cristiana»: una visión
que, a lo largo de los siglos, supo renovarse e inspirar positivamente
todas las poliédricas facetas de la educación. Desde sus orígenes,
el Evangelio ha generado «constelaciones educativas»: experiencias
humildes y fuertes a la vez, capaces de leer los tiempos, de custodiar
la unidad entre la fe y la razón, entre el pensamiento y la vida, entre
el conocimiento y la justicia. Han sido, en la tormenta, un ancla de
salvación; y en la bonanza, una vela desplegada. Un faro en la noche
para guiar la navegación.
1.3. La Declaración Gravissimum educationis no ha perdido
fuerza. Desde su recepción ha nacido un rmamento de obras y
carismas que aún hoy orienta el camino: escuelas y universidades,
movimientos e institutos, asociaciones laicales, congregaciones re-
ligiosas y redes nacionales e internacionales. Juntos, estos cuerpos
vivos han consolidado un patrimonio espiritual y pedagógico capaz
de atravesar el siglo XXI y responder a los retos más apremiantes.
Este patrimonio no está inmovilizado: es una brújula que sigue in-
dicando la dirección y hablando de la belleza del viaje. Las expec-
tativas actuales no son menores que las muchas a las que se en-
frentó la Iglesia hace sesenta años. Más bien se han ampliado y se
han vuelto más complejas. Ante los muchos millones de niños en
el mundo que aún no tienen acceso a la educación primaria, ¿cómo
no actuar? Ante las dramáticas situaciones de emergencia educati-
va provocadas por las guerras, las migraciones, las desigualdades
y las diversas formas de pobreza, ¿cómo no sentir la urgencia de
renovar nuestro compromiso? La educación —como recordé en mi
Exhortación Apostólica Dilexi te— «ha sido siempre una de las ex-
presiones más altas de la caridad cristiana» [1]. El mundo necesita
esta forma de esperanza.
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2. Una historia dinámica
2.1. La historia de la educación católica es la historia del Espíritu
en acción. La Iglesia, «madre y maestra» [2], no por supremacía, sino
por servicio: genera en la fe y acompaña en el crecimiento de la liber-
tad, asumiendo la misión del Divino Maestro para que todos «tengan
vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Los estilos educativos que
se han sucedido muestran una visión del ser humano como imagen
de Dios, llamado a la verdad y al bien, y un pluralismo de métodos
al servicio de esta llamada. Los carismas educativos no son fórmulas
rígidas: son respuestas originales a las necesidades de cada época.
2.2. En los primeros siglos, los Padres del desierto enseñaban la
sabiduría con parábolas y apotegmas; redescubrieron el camino de
lo esencial, de la disciplina de la lengua y de la custodia del corazón;
transmitieron una pedagogía de la mirada que reconoce a Dios en to-
das partes. San Agustín, al injertar la sabiduría bíblica en la tradición
grecorromana, comprendió que el maestro auténtico suscita el deseo
de la verdad, educa la libertad para leer los signos y escuchar la voz
interior. El monacato ha llevado adelante esta tradición en los lugares
más inaccesibles, donde durante décadas se han estudiado, comenta-
do y enseñado las obras clásicas, de tal manera que, sin este trabajo
silencioso al servicio de la cultura, muchas obras maestras no habrían
llegado hasta nuestros días. «Desde el corazón de la Iglesia» surgie-
ron las primeras universidades, que desde sus orígenes se revelaron
como «un centro incomparable de creatividad y de irradiación del sa-
ber para el bien de la humanidad» [3]. En sus aulas, el pensamiento
especulativo encontró en la mediación de las órdenes mendicantes la
posibilidad de estructurarse sólidamente y llegar hasta las fronteras
de las ciencias. No pocas congregaciones religiosas dieron sus prime-
ros pasos en estos campos del saber, enriqueciendo la educación de
manera pedagógicamente innovadora y socialmente visionaria.
2.3. La educación se ha expresado de muchas maneras. En la Ratio
Studiorum, la riqueza de la tradición escolar se fusiona con la espiri-
tualidad ignaciana, adaptando un programa de estudios tan articulado
como interdisciplinario y abierto a la experimentación. En la Roma del
siglo XVII, san José Calasanz abrió escuelas gratuitas para los pobres,
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intuyendo que la alfabetización y el cálculo son dignidad antes que
competencia. En Francia, san Juan Bautista de La Salle, «consciente
de la injusticia que suponía la exclusión de los hijos de los obreros y
campesinos del sistema educativo» [4], fundó los Hermanos de las Es-
cuelas Cristianas. A principios del siglo XIX, también en Francia, san
Marcelino Champagnat se dedicó «con todo su corazón, en una época
en la que el acceso a la educación seguía siendo un privilegio de unos
pocos, a la misión de educar y evangelizar a los niños y jóvenes» [5].
Del mismo modo, san Juan Bosco, con su «método preventivo», trans-
formó la disciplina en razonabilidad y proximidad. Mujeres valientes,
como Vicenta María López y Vicuña, Francesca Cabrini, Giuseppina
Bakhita, María Montessori, Katharine Drexel o Elizabeth Ann Seton,
abrieron caminos para las niñas, los migrantes, los últimos. Reitero
lo que armé con claridad en Dilexi te: «La educación de los pobres,
para la fe cristiana, no es un favor, sino un deber» [6]. Esta genealogía
de concreción atestigua que, en la Iglesia, la pedagogía nunca es teoría
desencarnada, sino carne, pasión e historia.
3. Una tradición viva
3.1. La educación cristiana es una obra coral: nadie educa solo.
La comunidad educativa es un «nosotros» en el que el docente, el
estudiante, la familia, el personal administrativo y de servicio, los
pastores y la sociedad civil convergen para generar vida [7]. Este «no-
sotros» impide que el agua se estanque en el pantano del «siempre
se ha hecho así» y la obliga a uir, a nutrir, a regar. El fundamento
sigue siendo el mismo: la persona, imagen de Dios (Génesis 1,26),
capaz de verdad y relación. Por eso, la cuestión de la relación entre
fe y razón no es un capítulo opcional: «la verdad religiosa no es solo
una parte, sino una condición del conocimiento general» [8]. Estas
palabras de san John Henry Newman —a quien, en el contexto de
este Jubileo del Mundo Educativo, tengo la gran alegría de declarar
copatrocinador de la misión educativa de la Iglesia junto con santo
Tomás de Aquino— son una invitación a renovar el compromiso con
un conocimiento tan intelectualmente responsable y riguroso como
profundamente humano. Y también hay que tener cuidado de no caer
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en el iluminismo de una des que se contrapone exclusivamente a la
ratio. Es necesario salir de los bajíos recuperando una visión empáti-
ca y abierta para comprender cada vez mejor cómo se entiende el ser
humano hoy en día, a n de desarrollar y profundizar su enseñanza.
Por eso no hay que separar el deseo y el corazón del conocimiento:
signicaría romper a la persona. La universidad y la escuela católica
son lugares donde las preguntas no se silencian y la duda no se pro-
híbe, sino que se acompaña. Allí, el corazón dialoga con el corazón, y
el método es el de la escucha que reconoce al otro como un bien, no
como una amenaza. Cor ad cor loquitur fue el lema cardenalicio de
san John Henry Newman, tomado de una carta de san Francisco de
Sales: «La sinceridad del corazón, y no la abundancia de palabras,
toca el corazón de los seres humanos»
3.2. Educar es un acto de esperanza y una pasión que se renueva
porque maniesta la promesa que vemos en el futuro de la humani-
dad [9]. La especicidad, la profundidad y la amplitud de la acción
educativa es esa obra, tan misteriosa como real, de «hacer orecer el
ser [...] es cuidar el alma», como se lee en la Apología de Sócrates de
Platón (30a-b). Es un «ocio de promesas»: se promete tiempo, con-
anza, competencia; se promete justicia y misericordia, se promete
el valor de la verdad y el bálsamo del consuelo. Educar es una tarea
de amor que se transmite de generación en generación, remendando
el tejido desgarrado de las relaciones y devolviendo a las palabras el
peso de la promesa: «Todo ser humano es capaz de la verdad, sin em-
bargo, el camino es mucho más soportable cuando se avanza con la
ayuda de los demás» [10]. La verdad se busca en comunidad.
4. La brújula de Gravissimum educationis
4.1. La declaración conciliar Gravissimum educationis rearma el
derecho de todos a la educación y señala a la familia como la primera
escuela de humanidad. La comunidad eclesial está llamada a apoyar
entornos que integren la fe y la cultura, respeten la dignidad de todos
y dialoguen con la sociedad. El documento advierte contra cualquier
reducción de la educación a una formación funcional o a un instru-
mento económico: una persona no es un «perl de competencias»,
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no se reduce a un algoritmo predecible, sino que es un rostro, una
historia, una vocación.
4.2. La formación cristiana abarca a toda la persona: espiritual,
intelectual, afectiva, social, corporal. No opone lo manual y lo teórico,
la ciencia y el humanismo, la técnica y la conciencia; pide, en cambio,
que la profesionalidad esté impregnada de ética, y que la ética no sea
una palabra abstracta, sino una práctica cotidiana. La educación no
mide su valor solo en función de la eciencia: lo mide en función de
la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común. Esta
visión antropológica integral debe seguir siendo el eje central de la
pedagogía católica. Ella, siguiendo el pensamiento de san John Henry
Newman, se opone a un enfoque puramente mercantilista que a me-
nudo obliga hoy en día a medir la educación en términos de funciona-
lidad y utilidad práctica [11].
4.3. Estos principios no son recuerdos del pasado. Son estrellas
jas. Dicen que la verdad se busca juntos; que la libertad no es capri-
cho, sino respuesta; que la autoridad no es dominio, sino servicio. En
el contexto educativo, no se debe «alzarse la bandera de la posesión
de la verdad, ni en el análisis de los problemas, ni en su resolución»
[12]. En cambio, «es más importante saber acercarse que dar una res-
puesta apresurada sobre por qué ha sucedido algo o cómo superarlo.
El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son di-
ferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos retos, nuevos
sueños, nuevas preguntas» [13]. La educación católica tiene la tarea
de reconstruir la conanza en un mundo marcado por los conictos y
los miedos, recordando que somos hijos y no huérfanos: de esta con-
ciencia nace la fraternidad.
5. La centralidad de la persona
5.1. Poner a la persona en el centro signica educar en la mirada
larga de Abraham (Génesis 15,5): hacerles descubrir el sentido de la
vida, la dignidad inalienable, la responsabilidad hacia los demás. La
educación no es solo transmisión de contenidos, sino aprendizaje de
virtudes. Se forman ciudadanos capaces de servir y creyentes capaces
de dar testimonio, hombres y mujeres más libres, que ya no están
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solos. Y la formación no se improvisa. Recuerdo con agrado los años
que pasé en la querida Diócesis de Chiclayo, visitando la Universidad
Católica San Toribio de Mogrovejo, las oportunidades que tuve de di-
rigirme a la comunidad académica, diciendo: «No se nace profesio-
nales; cada trayectoria universitaria se construye paso a paso, libro a
libro, año tras año, sacricio tras sacricio» [14].
5.2. La escuela católica es un ambiente en el que se entrelazan la
fe, la cultura y la vida. No es simplemente una institución, sino un
ambiente vivo en el que la visión cristiana impregna cada disciplina y
cada interacción. Los educadores están llamados a una responsabili-
dad que va más allá del contrato de trabajo: su testimonio vale tanto
como su lección. Por eso, la formación de los maestros —cientíca,
pedagógica, cultural y espiritual— es decisiva. Al compartir la misión
educativa común, también es necesario un camino de formación co-
mún, «inicial y permanente, capaz de captar los retos educativos del
momento presente y de proporcionar los instrumentos más ecaces
para afrontarlos [...]. Esto implica en los educadores una disponibili-
dad para el aprendizaje y el desarrollo de los conocimientos, para la
renovación y actualización de las metodologías, pero también para la
formación espiritual, religiosa y el compartir» [15]. Y no bastan las
actualizaciones técnicas: es necesario custodiar un corazón que escu-
cha, una mirada que anima, una inteligencia que discierne.
5.3. La familia sigue siendo el primer lugar educativo. Las escuelas
católicas colaboran con los padres, no los sustituyen, porque «el deber
de la educación, sobre todo religiosa, les corresponde a ustedes antes
que a nadie» [16]. La alianza educativa requiere intencionalidad, es-
cucha y corresponsabilidad. Se construye con procesos, instrumentos
y vericaciones compartidas. Es un esfuerzo y una bendición: cuando
funciona, suscita conanza; cuando falta, todo se vuelve más frágil.
6. Identidad y subsidiariedad
6.1. Ya la Gravissimum educationis reconocía la gran importan-
cia del principio de subsidiariedad y el hecho de que las circuns-
tancias varían según los diferentes contextos eclesiales locales. Sin
embargo, el Concilio Vaticano II articuló el derecho a la educación
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y sus principios fundamentales como universalmente válidos. Des-
tacó las responsabilidades que recaen tanto en los propios padres
como en el Estado. Consideró un «derecho sagrado» la oferta de
una formación que permitiera a los estudiantes «evaluar los valores
morales con recta conciencia» [17] y pidió a las autoridades civiles
que respetaran ese derecho. Además, advirtió contra la subordina-
ción de la educación al mercado laboral y a la lógica, a menudo fé-
rrea e inhumana, de las nanzas.
6.2. La educación cristiana se presenta como una coreografía. Di-
rigiéndose a los universitarios en la Jornada Mundial de la Juventud
de Lisboa, mi difunto predecesor, el papa Francisco, dijo: «Sean pro-
tagonistas de una nueva coreografía que ponga en el centro a la per-
sona humana; sean coreógrafos de la danza de la vida» [18]. Formar
a la persona «en su totalidad» signica evitar compartimentos estan-
cos. La fe, cuando es verdadera, no es una «materia» añadida, sino el
aliento que oxigena todas las demás materias. Así, la educación cató-
lica se convierte en levadura en la comunidad humana: genera reci-
procidad, supera los reduccionismos, abre a la responsabilidad social.
La tarea hoy es atreverse con un humanismo integral que habite las
preguntas de nuestro tiempo sin perder la fuente.
7. La contemplación de la Creación
7.1. La antropología cristiana es la base de un estilo educativo que
promueve el respeto, el acompañamiento personalizado, el discerni-
miento y el desarrollo de todas las dimensiones humanas. Entre ellas,
no es secundaria una inspiración espiritual, que se realiza y se fortalece
también a través de la contemplación de la Creación. Este aspecto no
es nuevo en la tradición losóca y teológica cristiana, donde el estudio
de la naturaleza tenía también como propósito demostrar las huellas
de Dios (vestigia Dei) en nuestro mundo. En las Collationes in Hexae-
meron, san Buenaventura de Bagnoregio escribe que «el mundo entero
es una sombra, un sendero, una huella». Es el libro escrito desde fuera
(Ez 2,9), porque en cada criatura hay un reejo del modelo divino, pero
mezclado con la oscuridad. El mundo es, por tanto, un camino similar
a la opacidad mezclada con la luz; en ese sentido, es un camino. Así
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como un rayo de luz que penetra por una ventana se colorea según los
diferentes colores de las diferentes partes del vidrio, el rayo divino se
reeja de manera diferente en cada criatura y adquiere propiedades
diferentes» [19]. Esto también se aplica a la plasticidad de la enseñanza
calibrada en función de los diferentes caracteres que, en cualquier caso,
convergen en la belleza de la Creación y en su salvaguarda. Y requiere
proyectos educativos «interdisciplinarios y transdisciplinarios ejerci-
dos como sabiduría y creatividad» [20].
7.2. Olvidar nuestra humanidad común ha generado fracturas y
violencia; y cuando la tierra sufre, los pobres sufren más. La educa-
ción católica no puede callar: debe unir la justicia social y la justicia
ambiental, promover la sobriedad y los estilos de vida sostenibles,
formar conciencias capaces de elegir no solo lo conveniente, sino lo
justo. Cada pequeño gesto —evitar el desperdicio, elegir con respon-
sabilidad, defender el bien común— es alfabetización cultural y moral.
7.3. La responsabilidad ecológica no se agota en datos técnicos.
Estos son necesarios, pero no sucientes. Se necesita una educación
que involucre la mente, el corazón y las manos; nuevos hábitos, esti-
los comunitarios, prácticas virtuosas. La paz no es ausencia de con-
icto: es fuerza mansa que rechaza la violencia. Una educación para
la paz «desarmada y desarmante» [21] enseña a deponer las armas de
la palabra agresiva y de la mirada que juzga, para aprender el lenguaje
de la misericordia y de la justicia reconciliada.
8. Una constelación educativa
8.1. Hablo de «constelación» porque el mundo educativo católico
es una red viva y plural: escuelas parroquiales y colegios, universida-
des e institutos superiores, centros de formación profesional, movi-
mientos, plataformas digitales, iniciativas de aprendizaje-servicio y
pastorales escolares, universitarias y culturales. Cada «estrella» tiene
su propio brillo, pero todas juntas trazan una ruta. Donde en el pasa-
do hubo rivalidad, hoy pedimos a las instituciones que converjan: la
unidad es nuestra fuerza más profética.
8.2. Las diferencias metodológicas y estructurales no son lastres,
sino recursos. La pluralidad de carismas, si se coordina bien, com-
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pone un cuadro coherente y fecundo. En un mundo interconectado,
el juego se desarrolla en dos tableros: el local y el global. Se nece-
sitan intercambios de profesores y estudiantes, proyectos comunes
entre continentes, reconocimiento mutuo de buenas prácticas, coo-
peración misionera y académica. El futuro nos obliga a aprender a
colaborar más, a crecer juntos.
8.3. Las constelaciones reejan sus propias luces en un universo
innito. Como en un caleidoscopio, sus colores se entrelazan creando
nuevas variaciones cromáticas. Lo mismo ocurre en el ámbito de las
instituciones educativas católicas, que están abiertas al encuentro y a
la escucha de la sociedad civil, de las autoridades políticas y adminis-
trativas, así como de los representantes de los sectores productivos
y de las categorías laborales. Se les invita a colaborar aún más acti-
vamente con ellas con el n de compartir y mejorar los itinerarios
educativos, para que la teoría se sustente en la experiencia y la prác-
tica. La historia enseña, además, que nuestras instituciones acogen a
estudiantes y familias no creyentes o de otras religiones, pero deseo-
sos de una educación verdaderamente humana. Por esta razón, como
ya ocurre en la realidad, se deben seguir promoviendo comunidades
educativas participativas, en las que laicos, religiosos, familias y es-
tudiantes compartan la responsabilidad de la misión educativa junto
con las instituciones públicas y privadas.
9. Navegando por nuevos espacios
9.1. Hace sesenta años, la Gravissimum educationis abrió una
etapa de conanza: animó a actualizar métodos y lenguajes. Hoy en
día, esta conanza se mide con el entorno digital. Las tecnologías de-
ben servir a la persona, no sustituirla; deben enriquecer el proceso de
aprendizaje, no empobrecer las relaciones y las comunidades. Una
universidad y una escuela católica sin visión corren el riesgo de caer
en un “ecientismo” sin alma, en la estandarización del conocimien-
to, que se convierte entonces en empobrecimiento espiritual.
9.2. Para habitar estos espacios se necesita creatividad pastoral:
reforzar la formación de los docentes también en el ámbito digi-
tal; valorizar la didáctica activa; promover el aprendizaje-servicio
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y la ciudadanía responsable; evitar toda tecnofobia. Nuestra acti-
tud hacia la tecnología nunca puede ser hostil, porque «el progre-
so tecnológico forma parte del plan de Dios para la creación» [22].
Pero exige discernimiento en el diseño didáctico, la evaluación, las
plataformas, la protección de datos y el acceso equitativo. En cual-
quier caso, ningún algoritmo podrá sustituir lo que hace humana a
la educación: la poesía, la ironía, el amor, el arte, la imaginación, la
alegría del descubrimiento e incluso la educación en el error como
oportunidad de crecimiento.
9.3. El punto clave no es la tecnología, sino el uso que hacemos de
ella. La inteligencia articial y los entornos digitales deben orientarse
a la protección de la dignidad, la justicia y el trabajo; deben regirse
por criterios de ética pública y participación; deben ir acompañados
de una reexión teológica y losóca a la altura. Las universidades
católicas tienen una tarea decisiva: ofrecer «diaconía de la cultura»,
menos cátedras y más mesas donde sentarse juntos, sin jerarquías
innecesarias, para tocar las heridas de la historia y buscar, en el Espí-
ritu, sabidurías que nacen de la vida de los pueblos.
10. La estrella polar del Pacto Educativo
10.1. Entre las estrellas que orientan el camino se encuentra el Pacto
Educativo Global. Con gratitud recojo esta herencia profética que nos
ha conado el Papa Francisco. Es una invitación a formar una alianza
y una red para educar en la fraternidad universal. Sus siete caminos
siguen siendo nuestra base: poner a la persona en el centro; escuchar
a los niños y jóvenes; promover la dignidad y la plena participación de
las mujeres; reconocer a la familia como primera educadora; abrirse
a la acogida y la inclusión; renovar la economía y la política al servicio
del ser humano; cuidar la casa común. Estas «estrellas» han inspirado
a escuelas, universidades y comunidades educativas en todo el mundo,
generando procesos concretos de humanización.
10.2. Sesenta años después de la Gravissimum educationis y cinco
años después del Pacto, la historia nos interpela con nueva urgencia. Los
rápidos y profundos cambios exponen a los niños, adolescentes y jóve-
nes a fragilidades inéditas. No basta con conservar: es necesario relanzar.
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Pido a todas las realidades educativas que inauguren una etapa que hable
al corazón de las nuevas generaciones, recomponiendo el conocimiento
y el sentido, la competencia y la responsabilidad, la fe y la vida. El Pacto
forma parte de una Constelación Educativa Global más amplia: carismas
e instituciones, aunque diferentes, forman un diseño unitario y luminoso
que orienta los pasos en la oscuridad del tiempo presente.
10.3. A las siete vías añado tres prioridades. La primera se reere
a la vida interior: los jóvenes piden profundidad; necesitan espacios
de silencio, discernimiento, diálogo con la conciencia y con Dios. La
segunda se reere a lo digital humano: formemos en el uso sabio de
las tecnologías y la IA, colocando a la persona antes que el algoritmo y
armonizando las inteligencias técnica, emocional, social, espiritual y
ecológica. La tercera se reere a la paz desarmada y desarmante: edu-
camos en lenguajes no violentos, en la reconciliación, en puentes y no
en muros; «Bienaventurados los pacicadores» (Mt 5,9) se convierte
en método y contenido del aprendizaje.
10.4. Somos conscientes de que la red educativa católica posee
una capilaridad única. Se trata de una constelación que llega a todos
los continentes, con una presencia particular en las zonas con bajos
ingresos: una promesa concreta de movilidad educativa y de justicia
social [23]. Esta constelación exige calidad y valentía: calidad en la
planicación pedagógica, en la formación de los docentes, en la go-
bernanza; valentía para garantizar el acceso a los más pobres, para
apoyar a las familias frágiles, para promover becas y políticas inclusi-
vas. La gratuidad evangélica no es retórica: es un estilo de relación, un
método y un objetivo. Allí donde el acceso a la educación sigue siendo
un privilegio, la Iglesia debe abrir puertas e inventar caminos, porque
«perder a los pobres» equivale a perder la escuela misma. Esto tam-
bién se aplica a la universidad: la mirada inclusiva y el cuidado del
corazón salvan de la estandarización; el espíritu de servicio reaviva la
imaginación y reaviva el amor.
11. Nuevos mapas de esperanza
11.1. En el sexagésimo aniversario de la Gravissimum educatio-
nis, la Iglesia celebra una fecunda historia educativa, pero también
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A la escucha del Magisterio. Diseñar nuevos mapas de esperanza
se enfrenta a la necesidad imperiosa de actualizar sus propuestas a
la luz de los signos de los tiempos. Las constelaciones educativas ca-
tólicas son una imagen inspiradora de cómo la tradición y el futuro
pueden entrelazarse sin contradicciones: una tradición viva que se
extiende hacia nuevas formas de presencia y servicio. Las constela-
ciones no se reducen a concatenaciones neutras y aplanadas de las
diferentes experiencias. En lugar de cadenas, nos atrevemos a pensar
en las constelaciones, en su entrelazamiento lleno de maravilla y des-
pertares. En ellas reside esa capacidad de navegar entre los desafíos
con esperanza, pero también con una revisión valiente, sin perder la
delidad al Evangelio. Somos conscientes de las dicultades: la hiper-
digitalización puede fragmentar la atención; la crisis de las relaciones
puede herir la psique; la inseguridad social y las desigualdades pue-
den apagar el deseo. Sin embargo, precisamente aquí, la educación
católica puede ser un faro: no un refugio nostálgico, sino un laborato-
rio de discernimiento, innovación pedagógica y testimonio profético.
Diseñar nuevos mapas de esperanza: esta es la urgencia del mandato.
11.2. Les pido a las comunidades educativas: desarmen las pa-
labras, levanten la mirada, custodien el corazón. Desarmen las pa-
labras, porque la educación no avanza con la polémica, sino con la
mansedumbre que escucha. Levanten la mirada. Como Dios le dijo
a Abraham: «Mira al cielo y cuenta las estrellas» (Génesis 15,5): se-
pan preguntarse adónde van y por qué. Custodien el corazón: la rela-
ción está antes que la opinión, la persona antes que el programa. No
desperdicien el tiempo y las oportunidades: «citando una expresión
agustiniana: nuestro presente es una intuición, un tiempo que vivi-
mos y del que debemos aprovechar antes de que se nos escape de las
manos» [24]. En conclusión, queridos hermanos y hermanas, hago
mía la exhortación del apóstol Pablo: «Deben brillar como estrellas
en el mundo, manteniendo en alto la palabra de la vida» (Fil 2,15-16).
11.3. Encomiendo este camino a la Virgen María, Sedes Sapientiae,
y a todos los santos educadores. Pido a los pastores, a los consagrados,
a los laicos, a los responsables de las instituciones, a los maestros y a
los estudiantes: sean servidores del mundo educativo, coreógrafos de la
esperanza, investigadores incansables de la sabiduría, artíces creíbles
de expresiones de belleza. Menos etiquetas, más historias; menos con-
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traposiciones estériles, más sinfonía en el Espíritu. Entonces nuestra
constelación no solo brillará, sino que orientará: hacia la verdad que
libera (cf. Jn 8, 32), hacia la fraternidad que consolida la justicia (cf. Mt
23, 8), hacia la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5).
Basílica de San Pedro, 27 de octubre de 2025
Víspera del 60º aniversario de la
Declaración conciliar Gravissimum Educationis
LEÓN PP. XIV
[1] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de
2025), n. 68.
[2] Cf. JUAN XXIII, Carta encíclica Mater et Magistra (15 de mayo
de 1961).
[3] JUAN PABLO II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae (15
de agosto de 1990), n. 1.
[4] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de
2025), n. 69.
[5] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de
2025), n. 70.
[6] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de
2025), n. 72.
[7] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Instruc-
ción «La identidad de la escuela católica para una cultura del
diálogo» (25 de enero de 2022), n. 32.
[8] JOHN HENRY NEWMAN, La idea de la Universidad (2005), p. 76.
[9] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Ins-
trumentum laboris Educar hoy y mañana. Una pasión que se re-
nueva (7 de abril de 2014), Introducción.
[10] S.E. Mons. ROBERT F. PREVOST, O.S.A., Homilía en la Univer-
sidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (2018).
[11] Véase JOHN HENRY NEWMAN, Escritos sobre la Universidad
(2001).
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A la escucha del Magisterio. Diseñar nuevos mapas de esperanza
[12] LEÓN XIV, Audiencia a los miembros de la Fundación Centesi-
mus Annus Pro Pontice (17 de mayo de 2025).
[13] Ibidem.
[14] S.E. Mons. ROBERT F. PREVOST, O.S.A., Homilía en la Univer-
sidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (2018).
[15] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Carta
circular Educar juntos en la escuela católica (8 de septiembre de
2007), n. 20.
[16] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral
sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, Gaudium et spes (29
de junio de 1966), n. 48.
[17] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Declaración Gravissi-
mum educationis (28 de octubre de 1965), n. 1.
[18] PAPA FRANCISCO, Discurso a los jóvenes universitarios con mo-
tivo de la Jornada Mundial de la Juventud (3 de agosto de 2023).
[19] SAN BONAVENTURA DE BAGNOREGIO, Collationes in
Hexaemeron, XII, en Opera Omnia (ed. Peltier), Vivès, París, t. IX
(1867), pp. 87-88.
[20] PAPA FRANCISCO, Constitución Apostólica Veritatis gaudium
(8 de diciembre de 2017), n. 4c.
[21] LEÓN XIV, Saludo desde la Logia central de la Basílica de San
Pedro tras la elección (8 de mayo de 2025).
[22] DICASTÉRIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE Y DICASTÉRIO
PARA LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN, Nota Antiqua et nova
(28 de enero de 2025), n. 117.
[23] Cf. Anuario Estadístico de la Iglesia (actualizado al 31 de di-
ciembre de 2022).
[24] S.E. Mons. ROBERT F. PREVOST, O.S.A., Mensaje a la Univer-
sidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo con motivo del XVIII
aniversario de su fundación (2016).