
238 Filópolis en Cristo N° 5 (2025) 235-240
ISSNL 3008-8844
Carlos Alberto Prado
Concluye el Papa este ciclo, armando que “los que buscan la reali-
zación de la propia vocación humana y cristiana en el matrimonio, ante
todo están llamados a hacer de esta teología del cuerpo […] el conteni-
do de su vida y de su comportamiento” (catequesis n. 23, p. 133).
El segundo Ciclo: LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN, contiene
40 catequesis, que se fundamentan en la siguiente armación de Cris-
to que integra parte del Sermón de la Montaña: “Habéis oído que fue
dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que miro a una
mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5:27-28).
El Papa precisa que Jesucristo realiza una “revisión fundamental del
modo de comprender y cumplir la ley moral de la Antigua Alianza”
(catequesis n. 24, p. 137). Se trata de poner de relieve la dimensión de
la acción interior, a las que se reeren las palabras “no adulterarás”.
El Papa se detiene a meditar en estas catequesis (n. 25 al n. 49) el pe-
cado de adulterio que es producto del deseo que nace inmediatamente
del corazón humano. Arma el Pontíce que las palabras de Cristo en
el Sermón de la Montaña expresa la doctrina bíblica de la triple concu-
piscencia según la primera Carta de San Juan 2:16-17: “Todo lo que hay
en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos u
orgullo de la vida, no vienen del Padre, sino que procede del mundo”.
Pero el Papa no se detiene solo al considerar los males que afectan a
los cónyuges por el pecado de adulterio, sino que con el mandamiento
“no adulterarás” Cristo señala que las relaciones recíprocas entre el hom-
bre y la mujer en el matrimonio y fuera del matrimonio están marcadas
por la virtud de la pureza (catequesis n. 50). La exigencia de la pureza
está comprendida en el Sermón de la Montaña cuando enuncia: “Bien-
aventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5:8).
No podemos dejar de reparar la exégesis que realiza el Papa de la
pureza del corazón según lo armado por San Pablo en la Carta a los
Tesalonicenses: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santicación;
que os abstengáis de la fornicación; que cada uno sepa mantener su
propio cuerpo en santidad y respeto, no con afecto libidinoso, como
los gentiles que no conocen a Dios” (1 Tes 4:3-5); y continúa: “Que
no os llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por lo tanto, quien
estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que
os dio el Espíritu Santo” (1 Tes 4:7-8). Sostiene el Papa que en la ex-