Itinerantes. Revista de Historia y Religión 21 (ene-jun 2025) 95-117

https://doi.org/10.53439/revitin.2025.1.05



Pío XII y el holocausto: ¿cambian la opinión sobre su papel los últimos hallazgos?


Pius XII and the Holocaust: do opinions about his role change according the latest findings ?



Juan González Morfin

Universidad Panamericana, México

https://orcid.org/0000-0002-7278-7872

jgonzalem@up.edu.mx




Resumen


La discusión sobre la actuación, acertada o no, del papa Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial es un debate que continúa abierto; sin embargo, recientemente el Vaticano puso en internet, a disposición de cualquier investigador, un enorme número de documentos de la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios que permiten conocer otras facetas de las peticiones de ayuda a la Santa Sede de parte de los judíos y del tratamiento que se dio a esas peticiones. Pero, ¿estos documentos modifican realmente la opinión que se ha venido dibujando del papa Pío XII al grado de convencer a los escépticos de la atingencia de su actuación? Como las opiniones siguen divididas y, no pocas veces, tienden a la polarización, quizá porque se parte de posturas preconcebidas, por lo que hace falta revisar el asunto desde sus inicios. A partir de un examen de la compleja situación en la que se vio envuelta la diplomacia vaticana durante la Segunda Guerra Mundial, en el presente trabajo se hace un breve recorrido por las diversas fases del problema donde se ve cómo el juicio favorable hacia el pontífice católico fue cambiando a partir de los años 60, hasta llegar a las impugnaciones más recientes de la figura de Pacelli. También se desarrolla un análisis de los documentos subidos a internet por el Vaticano en 2010 y 2022, con el fin de intentar dar una respuesta a la cuestión que, más que una valoración definitiva, buscará proveer al lector de las herramientas suficientes para llegar a su propia conclusión.


Palabras clave: Segunda Guerra Mundial, régimen nazi, persecución a los judíos, Santa Sede, diplomacia, silencio culpable.


Abstract


The discussion about the actions, right or wrong, of Pope Pius XII during the Second World War is a debate that remains open. However, the Vatican recently put on the Internet, at the disposal of any investigator, a huge number of documents from the Congregation for Extraordinary Ecclesiastical Affairs that allow us to know other facets of the requests for help from the Holy See on the part of the Jews and the treatment that is given to them. But, do these documents really modify the opinion that has been taking place of Pope Pius XI to the point of convincing the skeptics of the relevance of his actions? In the present work, a brief tour of the different phases of the problem is made, in which it is seen how the favorable judgment towards the Catholic pontiff changed from the 60s, until reaching the most recent challenges to the figure of Pacelli. An analysis of those uploaded to the internet by the Vatican in 2010 and 2022 is also developed, in order to try to provide an answer to the question that, more than a definitive assessment, will seek to provide the readers with sufficient tools to reach their own conclusion.


Key Words: Second World War, Nazi Regime, persecution of the jews, Holy See, Diplomacy, guilty silence.




Fecha de envío: 7 de marzo de 2025

Fecha de aceptación: 26 de junio de 2025




Introducción


El 23 de junio de 2022 el papa Francisco ordenó que se pusieran en internet, a disposición de cualquier usuario, los archivos que hasta ese momento se hallaban digitalizados de la serie “Hebreos” del Archivo Histórico de la Secretario de Estado, Sección para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales (ASRS), con el fin de facilitar el trabajo de los investigadores sobre el papel de la Santa Sede y, más específicamente de Pío XII, en relación con la persecución y aniquilamiento de judíos perpetrado por el régimen nazi. Esta serie consta de casi 40,000 documentos que se encuentran organizados en 170 legajos que, en este momento, se pueden consultar en línea.1

Esta instrucción del pontífice tiene un antecedente cercano en otra similar del papa Benedicto XVI, quien en febrero del 2010 había ordenado que se subieran a internet los 12 tomos de Actas y documentos de la Santa Sede relativos a la Segunda guerra mundial, una colección de 5,125 documentos que constituyó un primer esfuerzo por dar a conocer información de los archivos vaticanos de los años 1939 a 1940 relacionados con la guerra.2

La última medida se da inmediatamente después de la publicación de Keltzer, The Pope at War: The Secret History of Pius XII, Mussolini, and Hitler (Kertzer, 2022). La anterior, aunque cercana en el tiempo, realmente se remonta a la publicación de la pieza teatral El Vicario, de Hochhuth.

En efecto, cuando a partir de 1963 comenzó a difundirse la obra teatral del alemán Rolf Hochhuth, llamada El Vicario (Hochhut, 1964), en la que se mencionaba cierta complicidad de Pío XII con el régimen nazi, el papa Paulo VI encargó a cuatro historiadores de gran prestigio, encabezados por Pierre Blet, que se ocuparan de ordenar y dar a la imprenta cuanto antes los documentos que contrastaran tales acusaciones. De ahí surgieron los doce volúmenes de Actas y documentos de la Santa Sede relativos a la Segunda guerra mundial con explicaciones en francés y con los textos en el idioma original que fueron dados a la imprenta a lo largo de 16 años. El primero de ellos en 1965 y el último en 1981.3 La colección completa, publicada por la editorial vaticana, se podía comprar o consultar en algunas bibliotecas especializadas y, a partir del 2010, por disposición de Benedicto XVI, también en internet por cualquier usuario. No obstante que representa únicamente la octava parte de lo que actualmente se encuentra clasificado y disponible en la red, se puede decir que este primer esfuerzo estuvo más enfocado en rescatar, de entre miles de documentos, aquellos que mejor podían ilustrar el papel de Pío XII en relación con el pueblo hebreo.

Así pues, los documentos puestos a disposición en internet recientemente por orden de Francisco superan ocho veces a los que ya se encontraban disponibles. Ya desde el 2 de marzo de 2020, estos se podían consultar en los archivos vaticanos por los investigadores acreditados; sin embargo, la pandemia interrumpió durante algunos meses la posibilidad de acceder a ellos. Ahora mismo, cualquier investigador con acceso a internet puede también revisarlos.4

Esta última disposición del papa Francisco fue inmediatamente después de la publicación del libro de David Kertzer The Pope at War, en el que utilizando una gran cantidad de información extraída de los archivos vaticanos, sostiene que, si bien Pío XII de ningún modo puede ser llamado “el papa de Hitler”, sin embargo, tampoco fue un decidido defensor de los judíos y, sobre todo, como contaba con datos suficientes para denunciar las atrocidades que se estaban realizando, es inexplicable su silencio. Reproche este último que no resulta demasiado novedoso.

El libro de Kertzer recibió inmediatamente algunas críticas por parte de historiadores como Matteo Luigi Napolitano, quien lleva años trabajando sobre el tema, y afirma que Kertzer hace aparecer como un descubrimiento suyo la negociación que se dio en el año 1940 entre la Santa Sede y Alemania para intentar mejorar sus relaciones bilaterales; sin embargo, de estas negociaciones ya se daba cuenta en el primer volumen de Actas y documentos de la Santa Sede relativos a la Segunda guerra mundial publicado en el año 1965.5

Por su parte, el Secretario para las Relaciones con los Estados dentro de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, Paul Richard Gallagher, en la presentación de los documentos recientemente dispuestos a consulta pública en internet, subrayó que: “Miles de perseguidos por su fe judía o por la mera descendencia no aria se dirigían al Vaticano sabiendo que otros habían obtenido socorro (…). Las peticiones llegaban a la Secretaría de Estado, donde se activaban los canales diplomáticos para tratar de proporcionar toda la ayuda posible teniendo en cuenta la complejidad de la situación política a escala mundial”.6

¿Es posible con los elementos que contamos ahora –archivos abiertos, más de 40,000 documentos disponibles y un buen número de libros y artículos que tratan sobre el papel del papa Pacelli– formarnos una opinión fundamentada y seria sobre la actuación del pontífice ante la situación que enfrentaba, o tenemos que esperar todavía más, esto es, a que se terminen de expurgar los archivos vaticanos y otros que pudieran completar la información? En este artículo se pretende acercarnos al problema analizando las principales obras que critican o defienden la actuación de Pío XII y consultando las fuentes primarias que están disponibles en la red. Para esto, hemos divido nuestro trabajo en cuatro apartados: en el primero se busca adentrarnos en la complejidad de la situación que se dio a partir de marzo de 1939 y agosto de 1945; en el segundo, se exploran los testimonios de la primera hora y cómo surgieron los primeros cuestionamientos serios a la política adoptada por el papa; en el tercero, se tratan las diferentes obras que emiten ya juicios tanto a favor como en contra de la actuación del papa y, finalmente, el último apartado describe brevemente los últimos fondos documentales recientemente abiertos a la consulta en internet, esboza líneas de investigación sobre estos y analiza qué aportan estas nuevas fuentes documentales a la comprensión sobre la actuación del papa.


1. Un papa “para todos” en medio de una situación política sumamente compleja


Quizá una de las dificultades mayores con las que nos encontramos para emitir un juicio ponderado, es entender la complejidad de la situación. No se trata solamente de revisar las decisiones de un Estado neutral,7 pues la Santa Sede, desde el comienzo del conflicto, fue mucho más que un país neutral, prácticamente se convirtió en una instancia supranacional, casi una última tabla de salvación para conseguir protección, en algunos casos, y visas para salir de la zona de conflicto, en otros. Su posición de neutralidad y, a la vez, de instancia supranacional, le daba el privilegio de intervenir a favor, sea de los judíos perseguidos, sea de los prisioneros de guerra capturados por las potencias del eje. Para conservar esta prerrogativa, tenía que guardar todo tipo de equilibrios, esforzándose en sus intervenciones públicas para que no pareciera que tomaba partido por alguno de los contendientes, al tiempo que orientaba sus esfuerzos en ayudar a los que patentemente eran víctimas de alguna injusticia.8

La situación fue más que compleja por la cantidad de variables que debían afrontarse en cada caso. Por ejemplo, en 1940, cuando aún no comenzaban las deportaciones de judíos a los campos de concentración, las leyes raciales impidieron continuar en sus trabajos a los “no arios” y el Vaticano, a través de sus nunciaturas, consiguió que estos fueran acogidos en diversos países con los que tenía buenas relaciones. Sin embargo, en muchas ocasiones los países estaban dispuestos a recibir una cuota de “no arios”, pero a condición de que fueran católicos (esto es, judíos conversos). Ejemplo de ello fue Brasil que, en homenaje a su Santidad, en febrero de 1940 ofreció visas a 3,000 católicos “no arrianos”. La Santa Sede, en cuanto a una organización supranacional, recibía solicitudes de judíos practicantes, de judíos conversos al protestantismo y, desde luego, de judíos conversos al catolicismo, pero únicamente estos últimos eran candidatos a las visas brasileñas. La Santa Sede ofreció a todos a los restantes hacer gestiones para que se colocaran en los Países Bajos,9 donde, desafortunadamente, en poco tiempo se encontraron en circunstancias similares o peores. Sobra decir que, con el paso de los meses, la situación se fue agravando y ya ni siquiera era posible a la sede apostólica intervenir para conseguir que los judíos secuestrados por el régimen nazi pudieran abandonar los territorios dominados por Alemania y partir hacia cualquier otro destino.

El jefe de Estado del Vaticano y líder religioso de la Iglesia católica parecía haber sido previamente entrenado para enfrentar una situación tan complicada. Efectivamente, “Eugenio Pacelli había tenido una preparación excepcional para la tarea diplomática y religiosa que las circunstancias del momento imponían el papado” (Blet, 2004: 16). Su experiencia en el terreno diplomático comenzó en el pontificado de León XIII; Pío X lo había hecho responsable de las relaciones entre la sede apostólica y Francia para luego nombrarlo primero subsecretario y luego secretario de la Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios; Benedicto XV lo envió a la corte del Emperador de Austria y, después, a la de Alemania para buscar poner fin a la Gran Guerra y luego lo nombró nuncio en Munich, en 1917. Posteriormente fue nuncio en Berlín, en 1925, y en 1929 fue llamado a Roma por Pío XI para nombrarlo secretario de Estado. En 1934 viajó a Sudamérica y en 1936 a los Estados Unidos, con lo que se convirtió en el primer papa que, antes de serlo, había visitado tanto América del sur como América del norte.10 En su estancia en Estados Unidos se entrevistó con el presidente Roosevelt, quien, años después, al felicitarlo por haber sido elegido sucesor de Pío XI, le decía sin ambages que para él era un privilegio que el elegido papa fuera “tanto un viejo amigo, como un buen amigo”.11

Desde el inicio de la guerra hasta diciembre de 1941, Pío XII mantuvo correspondencia con el presidente de los Estados Unidos para unir fuerzas a favor de las víctimas de la guerra. Todavía en septiembre de 1941 el pontífice le escribió para agradecerle la magnífica ayuda que ese país había dado a la Santa Sede en los esfuerzos conjuntos: “en estas trágicas circunstancias (…) por brindar consuelo material y espiritual a los incontables miles de personas que se cuentan entre las víctimas inocentes e indefensas”.12 A partir de que Estados Unidos entró en la guerra, se suspendió dicha colaboración y también la correspondencia entre los dos mandatarios.

La situación era de verdad complicada no solo por la agresión indiscriminada de las potencias del Eje a diversos países, sino porque el pequeño territorio sobre el que despachaba el papa, esto es, el Vaticano, se encontraba en el centro de Italia, que en ese momento era parte del Eje. No obstante, en su radiomensaje navideño de 1942, Pío XII levantó su voz en contra de los regímenes nazi y fascista, sin mencionarlos por su nombre, pero de una manera evidente. En él, después de hablar de los horrores e injusticias de la guerra, hace la siguiente interpelación:


¿Quieren tal vez los pueblos asistir impasibles a un avance tan desastroso? ¿No deben más bien, sobre las ruinas de un ordenamiento social que ha dado prueba tan trágica de su ineptitud para el bien del pueblo, reunirse los corazones de todos los hombres magnánimos y honrados en el voto solemne de no darse descanso hasta que en todos los pueblos y naciones de la tierra sea legión el número de los que, decididos a llevar de nuevo la sociedad al indefectible centro de gravedad de la ley divina, suspiran por servir a la persona y a su comunidad ennoblecida por Dios?13


Y, un poco más adelante, precisa: “Este voto la humanidad lo debe a los cientos de millares de personas que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo aniquilamiento”.14

¡Cientos de millares de personas que por razones de nacionalidad o de raza se ven destinados a un progresivo aniquilamiento! Las palabras eran lo suficientemente claras. Todos los que quisieron entendieron de qué horrores hablaba y quiénes eran los destinatarios de la condena. Apenas dos días después, The New York Times señalaba que estas palabras eran una “una explícita condena de la masacre de hebreos que se estaba perpetrando” (Villa, 2010: 63), y que, por otro lado, esa condena del papa “era perentoria, como la de un Alto Tribunal de Justicia; y que las declaraciones que hacía contra las injusticias [del régimen nazi] eran, si no iguales, incluso superiores a las expresadas por los mayores exponentes de la causa de las Naciones Aliadas”.15

Declaraciones de altos dignatarios de la Iglesia católica, incluso en Alemania, habían precedido esta actitud del papa. El obispo de Münster, cardenal Clemens August Graf von Galen, había ya reprobado los crímenes de la Gestapo entre julio y agosto de 1941. La respuesta del Reich no fue directa, pero hizo apresar a 24 sacerdotes y 18 religiosos de su diócesis. En Holanda, el 20 de julio de 1942, el episcopado había emitido una carta pastoral en la que condenaba la discriminación contra los judíos y las continuas deportaciones a campos de trabajo forzado (Villa, 2010: 93). Fruto de esta acción, las represalias contra católicos y judíos no se hicieron esperar.16 Por la atrocidad de la respuesta nazi, los obispos holandeses, así como más tarde los alemanes y los polacos, solicitaron al pontífice evitar pronunciamientos que pudieran agravar la situación.

Ante estos hechos dolorosos, Pío XII optó, como se desprende de una carta de abril de 1943 a Konrad von Preysing, obispo de Berlín, por un modo discreto de paliar los hechos con el fin de evitar complicar más la situación incluso de aquellos a los que se pretendía proteger:


Queremos dejar a los pastores que trabajan en sus respectivos lugares el cuidado de sopesar si, y hasta qué punto, el peligro de represalias y posibles medios de presión en caso de declaraciones episcopales, y quizá también en otras circunstancias causadas por la duración y la mentalidad de la guerra, aconsejan el recurso a ciertas reservas, ad maiora mala vitanda, a pesar de los motivos alegados.17


Las malas experiencias en Holanda y Alemania, condujeron a la jerarquía de la Iglesia a pasar de las condenas expresas a la ayuda clandestina. Y no porque antes no se hubieran dado ya esas manifestaciones, sino porque el furor del régimen nazi contra sus perseguidos por cuestiones de razas se desbordó, si cabe, en el año 1943. Así, en Roma, ocupada por los nazis a partir del 8 de septiembre de 1943, 155 inmuebles de la Iglesia (casas religiosas, parroquias, conventos…18) fueron utilizados para proteger y salvar de la deportación a casi 5,000 judíos, afrontando para ello graves riesgos y, en algunos casos, sufriendo las consecuencias. Y todo esto en el más velado silencio.

El 2 de junio de 1943, en un mensaje dirigido al colegio cardenalicio, Pío XII recordaba la difícil labor que tenía de, “en nombre de Cristo y por mandato suyo, hacerse todo para todos en la lucha de todos contra todos, para ganarlos a todos”.19 En esa ocasión, defendía ante los cardenales su política de privilegiar las súplicas de aquellos que por razón de su nacionalidad o su raza habían sido destinados a los más amargos dolores y, en la situación actual y sin culpa alguna, “a condiciones de exterminio”.20 E invitaba a la prudencia en lo que se hiciera o dijera para no agravar la situación de las víctimas: “Cada palabra que nosotros dirijamos a las autoridades competentes con este fin y cada mención pública que hagamos, deberá ser seriamente sopesada y medida por en interés de los mismos que sufren, para no hacer su situación más grave e insoportable, incluso sin proponérnoslo”.21

En julio de 1943, Alemania envió un nuevo embajador a la Santa Sede.22 Pío XII escribió un escueto mensaje en el que aceptaba sus credenciales y aseguraba su apoyo comprensivo para restablecer “la paz y la libertad en Alemania” al mismo tiempo que explicaba que no era “necesario que le demos Nuestra bienvenida a Vuestra Excelencia en persona”.23

Sus gestiones apartidistas para paliar la situación de los afectados por la situación que se vivía, especialmente de los judíos, se puede constatar todavía en octubre de 1944 en la correspondencia cruzada con el regente de Hungría, Michel Horthy de Nágybanya, quien recientemente había permitido la reanudación de las deportaciones en masa de judíos a Auschwitz. Pío XII le reclamó recordándole que ya en otras ocasiones le había escrito en el mismo sentido “para que interviniera en favor de los ciudadanos húngaros sometidos a vejaciones a causa de su nacionalidad o de su origen”.24 Ante el llamado del Papa, el regente suspendió las deportaciones,25 lo que condujo a los alemanes a deponerlo y sustituirlo por Ferenc Szálasi, un ministro más afín con las pretensiones del régimen nazi.

Por otra parte, aunque no es posible abordarlas en este breve artículo, muchas otras complicaciones tuvo que sortear la diplomacia vaticana, por ejemplo, en relación con la Unión Soviética, que, por más que a partir de 1941 hacía frente común con los aliados frente a los países del Eje, en los territorios que iba ocupando imponía restricciones a la libertad religiosa. Así, en los países ocupados por los soviéticos, la Santa Sede tuvo que hacer toda clase de equilibrios. Por mencionar uno, en febrero de 1941, el episcopado lituano solicitó evitar cualquier tipo de ataque a la política bolchevique, pues no hacía más que agravar la situación de los católicos.26

Los trabajos del Vaticano en labores humanitarias durante los años de la guerra no se limitaron a la protección y salvamento de los judíos perseguidos, sino que se extendieron a campos muy diversos: facilitar la correspondencia de los prisioneros con sus familias, intercambio de prisioneros, asilo político a prófugos, facilitar la radio y todos sus canales de comunicación a la Cruz Roja, etc. Esto, desde luego, hacía todavía más compleja la atención a la emergencia humanitaria surgida de la persecución nazi contra el pueblo judío.27


2. Los primeros ataques a Pío XII y los testimonios de la primera hora


Sorprendentemente, desde su elección y durante los años de la guerra, los ataques contra la figura de Pacelli venían siempre de diarios pro nazis. Al día siguiente de su elección, el diario berlinés Berlinger Morgenpost escribía: “la elección del cardenal Pacelli no es aceptada con gusto por Alemania porque siempre se ha opuesto al nazismo” (Gasparri, 1998: 100). Ya enrarecido el ambiente por la guerra, la prensa cooptada por los alemanes continuaba los embates contra el papa, precisamente por la ayuda que prestaba a los perseguidos. Un rotativo francés se preguntaba en mayo de 1941: “¿Quién manda sobre los católicos: el Papa o los judíos?” (Villa, 2010: 91). Al año siguiente, otro periódico francés enfatizaba: “Todo ha sucedido y continúa sucediendo como si la Iglesia católica fuera propiedad de los judíos” (Villa, 2010: 91-92). Y otro más: “No nos hagamos ilusiones, la alianza oportunista entre la Iglesia católica y los judíos permanece total, absoluta” (Villa, 2010: 92).

En esa misma línea, a propósito del radiomensaje navideño de 1942, en un documento de la Gestapo se halla la siguiente información: “De una manera jamás conocida antes, el papa ha repudiado el Nuevo Orden Europeo Nacionalsocialista. Es cierto que el papa no ha hecho referencia por su nombre al nacionalsocialismo germano, pero su discurso ha sido un largo ataque a todo cuanto nosotros sostenemos y creemos (…). Además, ha hablado claramente a favor de los judíos” (Gasparri, 1998: 100).

Por otra parte, los testimonios judíos de aquellos primeros momentos e, incluso, de finales de la década siguiente, con ocasión del deceso de Pío XII, son unánimes en elogiar la actuación del pontífice. La mayor parte de ellos se encuentran en los archivos, tanto en los fondos que comenzaron a darse a conocer en 1965 y que se publicaron en internet en el 2010, como en los archivos más recientemente subidos a la red para la consulta pública.

Por ejemplo, en febrero de 1944, Herzog, el gran rabino de Jerusalén, escribía a Mons. Roncalli, entonces delegado en Estambul y más tarde papa Juan XXIII para agradecer los enormes esfuerzos de la Santa Sede para salvar de la cruel persecución a tantas víctimas inocentes y aseguraba que: “el pueblo de Israel no olvidará jamás la ayuda prestada a sus infortunados hermanos por el papa y sus delegados”.28 Y el mismo Herzog, escribía de manera parecida a Giuseppe Marcone, visitador apostólico en Zagreb, en estos términos: “quiero expresarle mi profundo agradecimiento por todo lo que hacéis por nuestros desafortunados hermanos y hermanas”.29

También en febrero de 1944, el delegado apostólico en Estados Unidos, Mons. Cicognani, recibía el agradecimiento de Maurice L. Perlzweig, representante del World Jewish Congress, asegurándole que: “el pueblo de Israel nunca olvidará el alivio brindado a sus desafortunados hermanos y hermanas por Su Santidad y sus altos delegados en el momento más triste de nuestra historia”.30

En abril de 1944, el Dr. Safran, jefe de la comunidad judía de Rumania, escribía en términos parecidos al nuncio apostólico en esa región, Mons. Cassulo:


En estos duros momentos nuestro pensamiento vuelve más que nunca con respetuosa gratitud a todo lo que ha hecho el Soberano Pontífice, en favor de los judíos en general, y Vuestra Excelencia en favor de los judíos de Rumania y Transnistria. Durante los momentos más difíciles que hemos atravesado los judíos de Rumania, el generoso apoyo de la Santa Sede, a través de Tu alta personalidad, ha sido decisivo y saludable. No nos es fácil encontrar las palabras adecuadas para expresar la ternura y el consuelo que nos causó el augusto gesto del Sumo Pontífice, que tuvo la amabilidad de ofrecer una cuantiosa subvención para aliviar los sufrimientos de los judíos deportados, que denunciaron por Usted después de Su visita a Transnistria. Los judíos de Rumania nunca olvidarán estos hechos históricamente significativos.31


En julio de ese año, la National Jewish Welfare Board, escribía al papa Pío XII desde Nueva York:


A medida que se recupera la libertad para los pueblos oprimidos de Europa, nos llegan noticias sobre la ayuda y protección que el Vaticano y los sacerdotes e instituciones de la Iglesia brindaron a tantos judíos italianos durante la ocupación nazi. Estamos profundamente conmovidos por estas conmovedoras historias de amor cristiano, tanto más cuanto que sabemos muy bien a qué peligros se enfrentaron muchos de esos que dieron cobijo y ayuda a los judíos perseguidos por la Gestapo. Desde el fondo de nuestro corazón le enviamos la seguridad de nuestra gratitud sin olvido por esta noble expresión de fraternidad y amor religiosos.32


Estos testimonios de la primera hora, procedentes de judíos que recién habían experimentado el flagelo de una persecución de exterminio como no ha existido otra, son especialmente valiosos y se complementan con muchos otros contemporáneos y posteriores, como los que surgieron con motivo de la muerte de Pío XII.

En ese momento, la ministra de relaciones exteriores de Israel y, más tarde, primera ministra, Golda Meir, declaraba:


Compartimos el dolor de la humanidad por la muerte de Su Santidad Pío XII. En una generación afligida por guerras y discordias, él ha afirmado los altísimos ideales de la paz y de la piedad. Durante el decenio del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufría un terrible martirio, la voz del papa se elevó para condenar a los perseguidores y apiadarse de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se ha visto enriquecida por una voz que expresaba las grandes verdades morales más allá del tumulto de los conflictos cotidianos. Lloramos a un gran servidor de la paz (Gasparri, 1998: 80-81).


En esa ocasión, el rabino de Roma, Elio Toaff, añadía:


Más que ninguna otra persona, hemos tenido ocasión de experimentar la gran bondad y magnanimidad del papa durante los infelices años de la persecución y del terror, cuando parecía que para nosotros no habría ninguna salvación. La comunidad israelí de Roma, donde siempre ha sido muy vivo el sentimiento de gratitud por lo que la Santa Sede ha hecho a favor de los judíos romanos, nos autoriza a referir de manera explícita la convicción de que cuanto hizo el clero, los institutos religiosos y las asociaciones católicas para proteger a los perseguidos, no puede haber tenido lugar sino con la expresa aprobación de Pío XII (Gasparri, 1998: 44).


Como vemos, para estos momentos, esto es, trece años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, se mantenía una opinión bastante uniforme sobre la actuación del papa en el ámbito judío. La escritora Anna Foa, también judía, propone una explicación convincente y sostiene que hay una “leyenda rosa”, nacida en el mundo judío y, paradójicamente, una “leyenda negra”, crecida primeramente entre los católicos, pues


en 1945, cuando los judíos de Europa contaban sus muertos, asumía una particular visibilidad la ayuda concreta que la Iglesia había prestado a muchos judíos para salvar su vida (…). Por el contrario, dentro del mundo católico o, al menos, en una parte, el problema no se planteaba en términos de cuántos fueron salvados, sino de a cuántos podía haberse salvado si el papa, en su magisterio universal, hubiera hablado en el momento en que el mal se desencadenaba (Bidussa, 2009: 29).


3. Literatura sobre el pontificado de Pío XII


Son abundantes los escritos en torno a la figura de Pío XII y una buena cantidad de estos se centran sobre su actuación durante la guerra mundial, sobre todo a raíz de la obra de Hochhuth El Vicario. De hecho, se puede considerar un parteaguas en la literatura sobre Pacelli, pues antes de esta obra era pacíficamente admitida una visión bastante positiva de los esfuerzos que había hecho el papa Pacelli por salvar la vida de muchos judíos abriéndoles las puertas de institutos y edificios de la Iglesia durante la persecución.

En 1963, Rolf Hochhuth, joven dramaturgo alemán y hasta ese momento desconocido, da a conocer El Vicario,33 pieza teatral cuyo argumento se centra en que el sacerdote Riccardo Fontana, funcionario del Vaticano en la nunciatura de Berlín, se entera por un oficial alemán de bajo rango de las masacres de judíos perpetradas por los nazis en los campos de concentración. Realiza un viaje a Roma con la consigna de ver a Pío XII para convencerlo de que debe condenar a Hitler y su régimen. No lo consigue y, como un gesto de solidaridad, decide unirse a los judíos deportados a Auschwitz donde muere de un tiro en la cabeza. La trama, a pesar de su linealidad –o quizá precisamente por esta–, cautivó la atención de la opinión pública y en poco tiempo aparecieron estudios históricos que, apoyados en fuentes archivísticas, buscaban darle sustento a la tesis del silencio culpable del papa Pío XII.34 Al mismo tiempo, fueron publicadas otras obras que buscaban desacreditar los ataques al papa mediante la presentación de infinidad de testimonios que validaban su intervención en las labores de salvamento de judíos perseguidos por el régimen nazi.35

A partir de ese momento, se han multiplicado los libros de ambas tendencias en los que se busca desacreditar la actuación del papa, o bien, desacreditar los libros que atacan al papa. Su esquema es muy similar, los primeros, aunque señalan –no las pueden omitir– las acciones concretas del papa a favor de los perseguidos, se centran en la presentación de documentos de los que se desprende que el papa conocía las atrocidades que se llevaban a cabo en los campos de exterminio; los segundos, casi siempre se concentran en la presentación de muchísimos testimonios, principalmente de judíos, que destacan el valor del papa y el número, no pequeño, de los que se salvaron gracias a las acciones concretas de protección a los judíos.36 Entre estos últimos libros, no pocos han sido escritos por judíos que profesan una sincera admiración por la actitud de Pío XII y disculpan sus omisiones,37 siguiendo en esto la línea de otros compatriotas que también levantaron la voz en los días en que El Vicario comenzaba a divulgarse. Uno de ellos, el rabino de Dinamarca, Marcus Melchior, comentó lo siguiente cuando en 1963 llegaba El Vicario de Hochhuth a Copenhague:


Pensar que Pío XII pudiera ejercitar un influjo sobre un disminuido psíquico como era Hitler se basa en un malentendido. Si el papa sólo hubiera abierto la boca, probablemente Hitler habría asesinado a muchos más de los seis millones de judíos a los que eliminó, y quizá hubiera asesinado a centenares de millones de católicos, sólo si se hubiera convencido de que tenía necesidad de tal cantidad de víctimas. Estamos cerca del 9 de noviembre, el día en que se cumple el vigesimoquinto aniversario de la Noche de los Cristales Rotos; ese día recordaremos la dura protesta que Pío XII elevó en su momento. Él se convirtió en intercesor contra los errores que en aquella época conmovieron al mundo entero (Gasparri, 1998: 103).


Por otra parte, los libros que descalifican la actuación de Pío XII, concentran sus cuestionamientos en la ausencia de una reacción proporcionada por un garante de la moralidad –como sugieren que es el pontífice católico– ante los crímenes de lesa humanidad que se estaban llevando a cabo por los nazis de los cuales, subrayan, el papa tenía conocimiento. Es precisamente este uno de los puntos más expresamente desarrollados para sostener la acusación de un silencio culpable (Friedländer, 1966; Falconi, 1970). Un segundo punto en el que se detienen, consiste en el intento de demostrar que la intervención humanitaria de Pacelli –y de la Santa Sede en general– fue, por decirlo de algún modo, una “ayuda interesada” que favoreció principalmente a los judíos conversos al catolicismo o en vía de convertirse.

Dos de estas obras han recibido una mayor notoriedad por el hecho de que, por coincidencia o como respuesta, la Santa Sede, muy poco después de su aparición, puso a disposición de los investigadores y del público general una gran cantidad de documentos. Estas obras son Hitler’s Pope, de John Cornwell, en 1999,38 y The Pope at War. The Secret History of Pius XII, Mussolini, and Hitler, de David I. Kertzer, en 2022. La primera de ellas con un cariz mucho más periodístico y de divulgación; la segunda, con tintes de ser más una ardua investigación histórica, sobre todo por el ingente número de documentos ahí citados.

Sobre la obra de Cornwell, quizá haya que subrayar que está escrita por un periodista inglés que se declara un católico preocupado por la posible canonización de Pío XII. El título, reconocerá él mismo, se lo da no tanto porque haya habido nexos de Pacelli con el Reich, sino sobre todo porque fue, a su gusto, un personaje “a modo” que facilitó el aniquilamiento de muchos inocentes con su política de no condenar los excesos de Hitler, mayormente preocupado por una posible propagación del comunismo.

La portada del libro de Cornwell es muy sugerente, pues muestra una fotografía de Pacelli, con sus atuendos de monseñor, flanqueado por militares alemanes. Da toda la impresión de que el papa estuviera saliendo de una oficina o embajada nazi. Sin embargo, la fotografía es de 1929, está tomada en Berlín, en la época en que Pacelli era el nuncio ante Alemania y los soldados que lo rodean efectivamente son alemanes, pero no nazis (el nacional-socialismo y Hitler llegaron al poder cuatro años después).

Cornwell se muestra en muchos aspectos exageradamente crítico hacia la figura de Pacelli, llamándolo incluso hipocondriaco y reprochándole haber canonizado a Santa María Goretti para sublimar la virtud de la castidad: “En extremo contraste con la indulgencia de Pacelli hacia los culpables de participar en los asesinatos en masa de judíos durante la guerra, no vaciló en aconsejar el martirio a aquellos cuya moral sexual se encontrara en peligro” (Cornwell, 2002: 382).

Una crítica seria que se le puede hacer a Cornwell es la ausencia de documentos de primera mano que sustenten sus afirmaciones más severas, pues se contenta con citar otras obras, muchas veces la de Falconi,39 para darles soporte.

A diferencia de Cornwell, David Israel Kertzer sí es historiador y había venido trabajando ya años antes sobre la Italia fascista. En The Pope and Mussolini: The Secret History of Pius XI and the Rise of Fascism in Europe, una obra anterior a The Pope at War (Kertzer, 2014), Kertzer ya había sembrado sospechas sobre la actuación de Pacelli en dos direcciones: por un lado, lo muestra como una especie de filtro o, mejor dicho, dique de contención a supuestas intenciones de Pío XI de condenar al nazismo; por otro, como el ejecutor de un plan siniestro para hacer desaparecer las copias de un discurso de condena al régimen nazi que el papa Ratti iba a pronunciar y no alcanzó a hacerlo por haber sido sorprendido por la muerte. Ambas tesis las enuncia sin probarlas y, para darles sustento, algunas veces acude a frases textuales de Pacelli no encontradas en fuentes primarias, sino en un libro de un crítico de la conducta de Pío XII: Mimmo Franzinelli. De este modo, The Pope at War viene a ser como una continuación de lo que había venido esbozando en The Pope and Mussolini, esto es, la descripción de un personaje filo-germano, más preocupado de los avances del comunismo que de un posible triunfo de los países del Eje, al tiempo que más pendiente de que los ejércitos de uno y otro bando no bombardearan a Roma que de adoptar una postura firme de condena ante los excesos y crímenes de una de las partes en conflicto. Y, no obstante, el autor no llega a sugerir nunca que Pío XII haya sido “el papa de Hitler”, sino sobre todo que las acciones realizadas en pro de la causa judía ni fueron desinteresadas, ni fueron suficientes.

Como la obra de Cornwell, The Pope at War viene a ser un relato fácil de leer. Ahí, Kertzer muestra con frecuencia una capacidad bien lograda de encontrar segundas intenciones y, no pocas veces, mala fe en acciones de la diplomacia papal que otros hubieran apreciado como intentos desesperados por salvar a los judíos. Así, por ejemplo, menciona la ocasión en que, todavía en el pontificado de Pío XI, el nuncio ante Italia, Francesco Borgongini Duca, se entrevistó con el viceministro del interior Guido Buffarini, para salvar el mayor número de judíos posibles de las recién promulgadas leyes raciales y, después de varios esfuerzos en vano, como un último recurso para beneficiar a los judíos, Borgongini propuso a Buffarini que se diera una prórroga de tres meses para que entrara en vigor la ley que por una supuesta defensa de la raza italiana dejaba fuera a los judíos de sus derechos ciudadanos mencionándole la posibilidad de que en ese plazo muchos se bautizaran y pudieran incluso ser convocados eventualmente al servicio de las armas –propuesta que fue rechazada–; Kertzer no alcanza a descubrir en esta actitud una muestra de hasta dónde estaba la Santa Sede dispuesta a llegar con tal de favorecer a los judíos, sino más bien recela de que se estaría aprovechando de la situación para conseguir adeptos a su religión (Kertzer, 2022: 56).

Aun así, Kertzer tiene la virtud no solo de haber tejido un relato ameno y atractivo para el lector, sino también de haber hecho una extensa investigación en fuentes primarias, por lo que, junto con algunos juicios muy negativos sobre Pío XII, existen pasajes ecuánimes los que muestra como este no dejaba de estar inquieto por la “doctrina antirreligiosa de los nazis y sus medidas contra la Iglesia” (Kertzer, 2022: 189).

En la vertiente opuesta, de entre los libros favorables a la actuación de Pío XII, destaca el recientemente publicado por Johan Ickx (2021), director del Archivo Histórico de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado del Vaticano, quien asegura haber consultado cerca de tres millones de documentos, 800.000 de ellos alusivos a la Segunda Guerra Mundial, que muestran una línea de simpatía y defensa hacia el pueblo judío por parte de Pacelli. Si bien con ello no alcanza a refutar a quienes piensan que, durante la conflagración mundial de los años 1939-1945, Pacelli habría podido hacer mucho más –pues no deja de ser una postura ante hechos concretos–, sí sorprende al mostrar un documento de 1916 –cuando Pacelli era secretario del Departamento de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios– en el que interviene ante el papa reinante, Benedicto XV, para que interceda por los judíos de Nueva York que estaban siendo hostigados y pedían ayuda a la Santa Sede. Ese documento que textualmente dice “los judíos son nuestros hermanos”, parece no haber sido sino el trasfondo de las decisiones que habría de tomar en los años de la guerra encaminadas a la salvación del mayor número posible de judíos.


4. ¿Qué aportan estas nuevas fuentes documentales a la comprensión sobre la actuación del Papa?


Pasamos ahora a hacer un apunte sobre los documentos subidos a internet tanto en 2010 como en 2022.

Sobre los primeros, en la introducción del primer tomo de Actes et Documents,40 se da una explicación quizá no del todo convincente acerca de por qué se ha llevado a cabo tal publicación. Después de mencionar que ya otros archivos alemanes, franceses y británicos no han esperado los cincuenta años que de costumbre se esperan para hacer públicos documentos confidenciales, con el fin de permitir más fácilmente entender los porqués de la última conflagración mundial, la Santa Sede también ha visto conveniente comenzar a hacer lo mismo con todos los documentos aptos para esclarecer la acción del Vaticano de cara al conflicto.41

Es hasta cierto punto lógico que no se revele que el detonador que aceleró la apertura de archivos fue la publicación de Hochhuth, pero lo que en este breve apunte sí se revela es la intención que subyace a la publicación de Actes et Documents: dar a conocer “todos los documentos capaces de esclarecer la acción del Vaticano” en medio de las circunstancias que se vivían. Lo que manifiesta, de entrada, una selección de documentos. Quizá es precisamente por ello que los que se encuentran en esta recopilación sean, en general, más sugestivos e interesantes que los que se fueron dando a conocer posteriormente. También se explica que en esta primera remesa, donde ha habido una criba, los documentos exhibidos resalten más que nada la enorme labor que, tanto en el terreno de la diplomacia como en el del arte de encontrar soluciones –por más riesgosas que fueran– realizaron agentes de la Iglesia buscando ayudar a los judíos.42 La cantidad de agradecimientos de organizaciones judías y personas particulares que se recogen tan solo en el volumen 10, da buena cuenta del trabajo realizado por los que organizaron el material en ese sentido. Independientemente del sesgo, los documentos son interesantísimos y se reportan en el idioma original, pero el estudio introductorio, los comentarios y las notas son en francés.

De lo más interesante que hay entre estos documentos, son los informes que los mismos funcionarios papales redactaban sobre los incidentes de sus reuniones con otros actores de primer grado, por ejemplo, las entrevistas que tenía el cardenal Luigi Maglione, prefecto de la Congregación para Asuntos Extraordinarios, con el embajador alemán ante la Santa Sede. Como la que sostuvieron cuando, apenas enterado de la razzia de octubre de 1943 en contra de los judíos radicados en Roma,43 Maglione convocó al embajador alemán Ernst Heinrich von Weizsäcker y después de una emotiva protesta, relata el mismo Maglione:


Le hablé lo mejor que pude en nombre de la humanidad, de la caridad cristiana: “Excelencia, tú que eres de tierno y buen corazón, trata de salvar a tanta gente inocente. Es doloroso para el Santo Padre, doloroso más allá de las palabras, que en Roma misma, bajo los ojos del Padre común, se cause tanto sufrimiento a personas, solo porque pertenecen a una cierta raza”.44


Sucesivamente, Maglione amagó con la posibilidad de que la Santa Sede elevara una protesta formal de seguirse dando estas arbitrariedades. Weizsäcker apeló al equilibro hasta ahora mantenido por la Santa Sede en el conflicto y sugirió no llegar a esos extremos. Él mismo sospechaba que atraerían mayores males para todos. En un momento de sinceridad, le dijo a Maglione que cada vez que acudía con él, pensaba que le iba a preguntar por qué no abandonaba su puesto. Luego le ofreció hacer lo que estuviera en sus manos por los judíos y le solicitó que la reunión que acaban de tener, no fuera reportada como oficial.45

Tanto Cornwell como Kertzer mencionan este informe. El primero para concluir que: “el informe de Maglione es extrañamente ambiguo, defensivo, como el de alguien renuente a presentar una protesta formal, al tiempo que omite los detalles de la conversación con Von Weizsäcker” (Cornwell, 2002: 338). Aun así, reconoce que “las iniciativas de Von Weizsacker y otros por cuenta de Pacelli parecían haber detenido la persecución de los judíos de Roma, pero sólo se había interrumpido temporalmente” (Cornwell, 2002: 344).

Por su parte, Kertzer subraya que Weizsäcker nunca prometió hacer nada en nombre de los judíos de Roma y nunca lo hizo. Lo que sí hizo fue informar a Berlín al día siguiente que la Curia estaba “particularmente sorprendida de que la acción tuviera lugar, por así decirlo, bajo las ventanas del papa”, y que “para forzar al Vaticano a que saliera de su reserva”. Por otra parte, “agregó que la gente estaba comenzando a contrastar el silencio del papa actual con su predecesor mucho más fogoso, Pío XI” (Kertzer, 2022: 365).

Como se puede ver, así como los defensores de la actitud adoptada por la Santa Sede son capaces de ver con buenas intenciones las gestiones de protesta que se realizaban, como esta, por contraste, los partidarios de una postura más firme siempre extrañarán en estas acciones una severa condena pública del régimen nazi que nunca se dio.

Pasando al extenso fondo documental recientemente abierto, en el que se pueden consultar en la red directamente decenas de miles de documentos, cabe subrayar su valor poliédrico, pues da lugar a diferentes líneas de investigación: genealógicas, geográficas, de personajes concretos –especialmente de la curia–, sobre la actuación de las diferentes nunciaturas e, incluso, meramente anecdóticas.

Se aprecia que cuente con un extenso índice ordenado alfabéticamente, comenzando con el apellido del personaje en cuestión, pues cada uno de los expedientes hace referencia a una persona concreta (en muchos casos, existen varios expedientes para una misma persona). Después de un primer expediente dedicado a documentos sin firma, esto es, “anónimos”, el primer apellido del segundo expediente es Abbina y, a partir de ahí, se encuentran clasificados por apellido.

Todos los documentos de este fondo abordan peticiones concretas de ayuda o directamente a la Santa Sede –incluido el papa– o, en muchos otros casos, a personajes eclesiásticos de un rango inferior, incluidos obispos. De estas peticiones, en algunas ocasiones sabemos cómo concluyó el asunto tratado, por ejemplo, Werner Barasch le escribió al papa Pío XII desde el campo de concentración de Miranda del Ebro, en España, solicitando su intervención para poder salir libre y poder reunirse con su madre. En el archivo no se hallan datos de lo que pudo o no haber conseguido la autoridad vaticana, sin embargo, Paul Richard Gallagher recientemente confirmó que Barasch sobrevivió y logró reunirse con su madre.46 En muchas otras ocasiones, no sabemos en qué terminaron las cosas, solo quedó constancia de la petición y, en algunos casos, de algún cierto seguimiento del asunto en cuestión.

No pocos de los asuntos que se exponían tuvieron que ver con matrimonios. Como el caso del italiano Carlo Ballarini, que escribe una carta solicitando a la Secretaría de Estado que intervenga para el matrimonio de su hija, casada con un judío bautizado desde hacía tres años, sea reconocido por las leyes civiles.47

El fascículo 34 dedica varios folios y documentos diferentes a el caso de Umberto Eminente, judío converso que había servido al Estado italiano –lo mismo que algunos de sus hijos– y que, a causa de las leyes raciales, perdió su trabajo junto con sus hijos y, padre de una familia numerosa, se encontraba en una situación de absoluta precariedad. En tanto que fructificaron las gestiones para que se les restituyera su trabajo, la familia se vio beneficiada por un subsidio económico del papa.48

Otro caso en el que se puede saber en qué concluyó el asunto es el de Felice Israel, hecho prisionero en Trieste. En el caso de este judío de nacionalidad griega, intervinieron el cardenal Maglione y el interventor oficioso de la Santa Sede ante el gobierno fascista, Pietro Tacchi Venturi, a fin de que, por su delicado estado de salud, primeramente, se le internara en un hospital y, después de un tiempo, se le devolviera su libertad.49

En no pocas ocasiones se presentan verdaderas triangulaciones con el fin de prestar a una persona o a una familia los auxilios pertinentes, como el caso que se expone a continuación. El 30 de abril de 1941, Lea Simeoni, escribe a la Santa Sede para exponer la situación de una vecina de origen judío, Josephine Neumann, cuyo marido pudo escapar a Brasil gracias a una visa conseguida por la sede apostólica. En cambio, ella fue capturada y deportada a Polonia. La persona en cuestión, contaba en ese momento con una visa para entrar a Brasil. A la Santa Sede se le pedía recoger esta visa en el consulado brasileño de Génova y hacerlo llegar a la embajada de Lisboa y, de ahí, pasara al consulado de Berlín, al tiempo que informara que ese primer paso ya se había dado a la Auswanderungsabteilung der Schwedischen Mission50 de Viena, para que interviniera ante las autoridades alemanas.51 Con carta de la embajada de Brasil en Roma, se le informaba que la visa había sido transferida a Lisboa.52 Todavía en julio, el caso seguía vivo y la Embajada de Brasil ante la Santa Sede informaba que su representación en Berlín no había podido conseguir la liberación de Josephine Neumann.53 La información sobre este caso concluye con un “apunte” de la Secretaría de Estado en el que se concluye que el embajador de Brasil en Berlín ha preferido no intervenir, puesto que lo que se le pedía no era la liberación de la señora Neumann, sino que se le hiciera llegar la visa.54 En ocasiones como esta, aun habiendo obtenido magros resultados, no deja de advertirse el interés desplegado por los funcionarios vaticanos. Muchos casos hay como estos en los que, después de varias comunicaciones, se pierde el rastro de los acontecimientos.


Consideración final


Es aventurado afirmar que si se hubiera dado una condena por parte del papa Pacelli al régimen nazi esto hubiera redundado en beneficio del pueblo judío. De la misma manera que es imposible probar que la actitud adoptada por el pontífice, esto es, la de un cauteloso silencio acompañado de veladas alusiones de inconformidad y perplejidad por la actitud del Tercer Reich junto con la ayuda clandestina a los perseguidos, fue la que más beneficios acarreó a los judíos. Y la razón es muy sencilla, porque en ambos casos estamos el terreno de los futuribles, es decir, de las cosas que pensamos que podrían haber pasado o haber ocurrido de otra manera si se hubieran dado determinadas condiciones que no se dieron. Lo que se puede probar es lo que ya se ha extraído de los documentos: algunas denuncias –escasas– que alertaban al pontífice de sucesos graves cuya magnitud solo se habría de conocer terminada la guerra; una actitud de mucha reserva por parte de Pacelli por un temor –expresado también en algunos escritos– de que habiendo actuado más frontalmente se hubieran agravado las cosas para los perseguidos y para la comunidad católica; finalmente, una ingente documentación de trámites diversos en beneficio de judíos desde la consecución de visas o trabajo en otros países, hasta el darles albergue en conventos, parroquias y, en general, edificios eclesiásticos. Esfuerzos estos que involucraron a personajes del clero de todo rango; algunos de ellos en el intento de ayudar fueron descubiertos y perdieron la vida. Tan solo en el volumen 6 de la colección de Actes et Documents du Saint Siège relatifs a la Seconde Guerre Mondiale, se hace mención de 74 funcionarios vaticanos, desde secretarios de nunciatura hasta obispos y cardenales involucrados directamente en labores de salvamento de judíos, entre marzo de 1939 y diciembre de 1940.55 Más que esperar nuevos documentos probatorios, la decisión sobre la pertinencia o no de la actitud adoptada por Pío XII atañe a la manera personal de querer juzgar los acontecimientos, esto es, más que una realidad que salte a la vista y que se pueda probar, corresponderá, sobre todo, a la perspectiva personal de quien la juzga. Aun así, la posibilidad de consultar en línea un número tan grande de documentos sobre la actuación de la Santa Sede en este asunto concreto, amplía el horizonte de los investigadores para profundizar no solo en la postura del papa o en la acción de la Santa Sede, sino en también en el desempeño de numerosos funcionarios vaticanos de diversos niveles y en el drama de personas concretas cuyas peticiones buscaron ser atendidas.


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1 Consultable en: https://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/sezione-rapporti-stati/archivio-storico/serie-ebrei/serie-ebrei_it.html (consultado el 26 de junio de 2025).

2 Consultable en: https://www.vatican.va/archive/actes/index_sp.htm (consultado el 26 de junio de 2025).

3 Pierre Blet, Angelo Martini y Burkhart Schneider (eds.) (1965-1981), Actes et Documents du Saint Siège relatifs a la Seconde Guerre Mondiale, 12 vols. (Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, a partir de ahora, ADSS). Los volúmenes 1, 4, 5, 7 y 11 están dedicados a la acción diplomática; los volúmenes 6, 8 y 9 versan sobre la acción de socorro a las víctimas por parte del papa y, finalmente, los volúmenes 2 y 3a y 3b contienen documentos de carácter más pastoral.

4 Veinte años atrás, el historiador eclesiástico y cardenal Walter Brandmüller, entonces Presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas, consideraba completamente irrealizable lo que ahora vemos al alcance de todos (Brandmüller, 2002: 364).

5 Otras críticas a la obra de Kertzer proceden de la supresión de frases importantes en los documentos que cita, así como de la descontextualización de algunos hechos. Por ejemplo, critica a Pacelli por no haber hablado de la razzia contra los hebreos en una entrevista con el diplomático estadunidense Harold Tittmann, que Kertzer fecha el 19 de octubre. Ese encuentro con el papa en realidad se había llevado a cabo el día 14, esto es, un par de días antes de la incursión contra los judíos del gueto. Sobra decir que el papa no podía condenar acontecimientos que todavía no se daban (Napolitano, 2022, https://www.osservatoreromano.va/en/news/2022-07/ing-026/on-the-already-public-negotiations-between-the-holy-see-and-germ.html).

6 Editorial, 2022, https://www.cronica.com.mx/cultura/papa-ordena-publicar-internet-archivos-sobre-judios-holocausto.html.

7 En el artículo 24 de los Pactos Lateranenses celebrados entre el Vaticano y el estado italiano, se establecía expresamente: “La Santa Sede, en relación con la soberanía que le compete, incluso en el terreno internacional, declara que quiere permanecer, y permanecerá, ajena a cuestiones temporales entre los demás Estados […], a menos que las partes contendientes, de común acuerdo, apelen a su misión de paz; reservándose, en todo caso, hacer valer su potestad moral y espiritual. Como consecuencia de esto, la Ciudad del Vaticano será, siempre y en todo caso, considerada territorio neutral e inviolable” (https://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/archivio/documents/rc_seg-st_19290211_patti-lateranensi_it.html).

8 Cuando en 1940 Pío XII no secundó la condena del Roosevelt del asesinato de rehenes perpetrado por los alemanes en Nantes, Francia, el diplomático Harold Tittmann salió en su defensa explicando que, de haberlo hecho, los nazis hubieran descargado su descontento trayendo a la población aún mayor sufrimiento. En cambio, añadía Tittmann, le constaba por Mons. Montini, que “the Nuncio in Berlin had received urgent instructions to intervene with the German Government on behalf of the unfortunate victims, but that this démarche on the part of the Holy Father was not generally known” (Tittmann, 2004: 114).

9 Véase ADSS, vol. 6: 249-254.

10 El papa Pío IX había visitado América del sur antes de ser papa.

11You, whom I have the privilege of calling an old friend and a good friend” (Blet, 2004: 17).

12 Carta de Pío XII a Franklin Delano Roosevelt, 20 de septiembre de 1941, ADSS, vol. 5, pp. 238-239.

13 Pío XII, Radiomensaje, 25 de diciembre de 1942, n. 39, https://www.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1942/documents/hf_p-xii_spe_19421224_radiomessage-christmas.html (consultado el 26 de junio de 2025).

14 Pío XII, Radiomensaje, 25 de diciembre de 1942, n. 43, https://www.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1942/documents/hf_p-xii_spe_19421224_radiomessage-christmas.html (consultado el 26 de junio de 2025).

15 A través de su correspondencia con los obispos de Alemania en 1942, se ve cómo Pío XII se preocupaba por el acercamiento paulatino de algunos católicos a los postulados nazis: “Hoy día hay un peligro estremecedor de ver que muchos, que hasta ahora se han mantenido como buenos católicos, se han contagiado de uno de actuar y pensar opuesto a Dios; sobre todo entre los jóvenes” (Blet, 2004: 95).

16 De hecho, por diversos factores, uno de ellos la falta de respeto a la inmunidad que se dio a conventos e instituciones religiosas en otros lugares, en Holanda fueron exterminadas las tres cuartas partes de la población judía.

17 Carta de Pío XII a Konrad von Preysing, 30 de abril de 1943 (Blet, 2004: 98).

18 Pío XII dispensó a los conventos femeninos de la ley canónica de la clausura para que los judíos pudieran ser acogidos (Paolo Dezza, 1981: 342).

19 Discurso de Pío XII al Colegio Cardenalicio, 2 de junio de 1943, en https://www.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1943/documents/hf_p-xii_spe_19430602_onomastico-pontefice.html (consultado el 26 de junio de 2025).

20 Por la importancia del contexto y las palabras, se ofrece el párrafo entero: D'altra parte non vi meraviglierete, Venerabili Fratelli e diletti Figli, se l'animo Nostro risponde con sollecitudine particolarmente premurosa e commossa alle preghiere di coloro, che a Noi si rivolgono con occhio di implorazione ansiosa, travagliati come sono, per ragione della loro nazionalità o della loro stirpe, da maggiori sciagure e da più acuti e gravi dolori, e destinati talora, anche senza propria colpa, a costrizioni sterminatrici (Discurso de Pío XII al Colegio Cardenalicio, 2 de junio de 1943, en https://www.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1943/documents/hf_p-xii_spe_19430602_onomastico-pontefice.html consultado el 26 de junio de 2025).

21 Discurso de Pío XII al Colegio Cardenalicio, 2 de junio de 1943, en https://www.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1943/documents/hf_p-xii_spe_19430602_onomastico-pontefice.html (consultado el 26 de junio de 2025).

22 En ese momento, el embajador era Diego von Bergen, embajador de la Alemania nazi de 1933 a 1943. Fue sustituido por Ernst Heinrich Freiherr von Weizsäcker (1943-1945).

23 ADSS, vol. 7: 467-468.

24 ADSS, vol. 11: 576.

25 En agosto de ese año, el Committee to save the Jews of Europe, con sede en Estados Unidos, había escrito al nuncio Cicognani para agradecer los esfuerzos hechos por el papa para que mejoraran las condiciones de los judíos en Hungría (ADSS, vol. 10: 34).

26 ADSS, vol. 4: 49.

27 A estos trabajos se añadían los esfuerzos que el Vaticano hizo ante alemanes y aliados para evitar la destrucción del patrimonio histórico de la humanidad resguardado en incontables edificios de Roma y de Italia.

28 ADSS, vol. 10: 161.

29 ADSS, vol. 10: 161.

30 ADSS, vol. 10: 140.

31 ADSS, vol. 10: 291-292.

32 ADSS, vol. 10: 359.

33 Publicada en alemán por primera vez en 1963 y al año siguiente traducida y publicada en español por Grijalbo.

34 Véanse, entre otros, Nobécourt, 1964; Friedländer, 1966; Falconi, 1970.

35 Villa, 1964; Marchione, 2006 (la autora tiene otros cuatro libros en la misma línea apologética de la figura de Pío XII); Dalin, 2012; Andrea Riccardi, 2012; Riccardi, 2022.

36 “No menos de tres mil judíos encontraron refugio en la residencia veraniega del papa en Castelgandolfo, sesenta vivieron durante nueve meses en la Universidad Gregoriana, dirigida por los padres jesuitas, y una media docena durmió en el sótano del Pontificio Instituto Bíblico, cuyo rector era entonces Agustín Bea. Los guardias palatinos, que en 1942 constituían una fuerza de trescientos hombres, contaban en diciembre de 1943 con cuatro mil poseedores del precioso pase palatino; al menos cuatrocientos de ellos eran judíos, de los que 240 residían dentro de los recintos vaticanos” (Pinchas Lapide, 1967: 191). En la misma línea, véase Tas, 1987: 163. Tanto Pinchas Lapide como Tas son judíos.

37 Véase Bottum y Dalin (eds.), 2004.

38 La traducción al español se publicó tres años después: John Cornwell, El Papa de Hitler. La verdadera historia de Pío XII (Cornwell, 2002). Las referencias que se harán pertenecen a la versión en español.

39 Desafortunadamente, no toda la obra de Falconi fue escrita con rigor científico, pues acude a informes confidenciales sin mencionar dónde se encuentran dichos documentos.

40 Véase la nota 3.

41 “Elle cherche à publier tous les documents capables d'éclairer la position et l'action du Vatican en face du conflit” (ADSS, vol. 1: V).

42 Utilizo un término un tanto ambiguo “agentes de la Iglesia” para referirme a párrocos, presbíteros, obispos, nuncios, secretarios de la nunciatura, funcionarios de la Secretaría de Estado, religiosos y religiosas, parroquianos laicos…

43 Del 15 de octubre de 1943 a las 23 horas, al 16 de octubre a las 13:00 horas, cerca de 1,300 judíos fueron sacados violentamente de sus casas y trasladados al Colegio Militar. De ahí, 1060 fueron deportados a Alemania y Polonia. Muy pocos sobrevivieron. Para una narración más detallada de este evento, se sugiere ver Somavilla 2014: 411-467.

44 Notes du cardinal Maglione, Vaticano, 16 de octubre de 1943, A.E.S. 2606/43, ADSS, vol. 9: 505-506.

45 Notes du cardinal Maglione, Vaticano, 16 de octubre de 1943, A.E.S. 2606/43, ADSS, vol. 9, Documento 368, p. 506.

46 Editorial, 2022, https://israelnoticias.com/shoah/el-vaticano-publica-en-internet-miles-de-archivos-de-la-epoca-del-holocausto/ (consultado el 26 de junio de 2025).

47 “Carta de Carlo Ballarini a la Secretaría de Estado”, Milano, 22 de agosto de 1942, Archivio Storico della Segreteria di Stato - Sezione per i Rapporti con gli Stati e le Organizzazioni Internazionali (ASRS), Fondo Congregazione degli Affari Ecclesiastici Straordinari (AA.EE.SS.), Pio XII, parte I, serie Ebrei, Pos. 1, f. 105.

48 “Carta de Umberto Eminente al Card. Luigi Maglione”, Roma, 13 de noviembre de 1942 ASRS, AA.EE.SS., Pio XII, parte I, serie Ebrei, Pos. 34, ff. 10-11.

49 “Carta de Pietro Tacchi Venturi a Luigi Maglione”, Roma, 2 de mayo de 1943, ASRS, AA.EE.SS., Pio XII, parte I, serie Ebrei, Pos. 63, f. 20.

50 Departamento de Emigración de la Misión Sueca.

51 “Carta de Lea Simeoni a la Santa Sede”, Milano, 30 de mayo de 1941, ASRS, AA.EE.SS., Pio XII, parte I, serie Ebrei, Pos. 99, f. 81.

52 “Carta de la Embajada de Brasil ante la Santa Sede a Lea Simeoni”, Roma, 20 de marzo de 1941, ASRS, AA.EE.SS., Pio XII, parte I, serie Ebrei, Pos.99, f. 82.

53 “Carta de la Embajada de Brasil ante la Santa Sede sin destinatario”, Roma, 18 de junio de 1941, ASRS, AA.EE.SS., Pio XII, parte I, serie Ebrei, Pos. 99, f. 84.

54 “Appunto”, 7 de julio de 1941, ASRS, AA.EE.SS., Pio XII, parte I, serie Ebrei, Pos.99, f. 89.

55 ADSS, vol. 6.

Juan González Morfin

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