Itinerantes. Revista de Historia y Religión 21 (ene-jun 2025) 25-49
https://doi.org/10.53439/revitin.2025.1.02
La Asociación Católica y La Esperanza.
Salta (Argentina), fines del siglo XIX
The Asociación Católica and La Esperanza. Salta (Argentina), late 19th century
Enrique Quinteros
Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales e Historia (ICSOH-CONICET)
Universidad Nacional de Salta
https://orcid.org/0000-0002-0661-9803
Nuestra indiferencia, que en otras circunstancias pudiera disculparse,
al presente y ante la apostasía de los poderes públicos de la Nación,
comienza a sacudirse para enfrentar con denuedo los peligros
que nos amenazan y para recoger los guantes que nos arrojan las
sociedades secretas y los representantes del liberalismo
revolucionario que han renegado de Dios y de su Cristo1
Resumen
El propósito del presente artículo es analizar algunas de las características de la ofensiva y las estrategias de lucha que desplegó el componente masculino del laicado católico salteño ante las medidas laicas instrumentadas por el Estado nacional en la década de 1880. Para ello nos centraremos en el estudio de la Asociación Católica y de su periódico, La Esperanza, tratando de reconocer e identificar a algunas de las figuras que pusieron en marcha estos proyectos, los elementos centrales de su ideario y de su programa de acción. La referida asociación y su órgano de difusión contribuyeron a la incipiente formación de una nueva intelectualidad católica que extendió los alcances del discurso religioso y supo dinamizar el debate público acerca del lugar social de la iglesia católica en las sociedades decimonónicas.
Palabras clave: sociabilidad católica, prensa confesional, intelectuales católicos
Abstract
The purpose of this article is to analyze some of the characteristics of the offensive and the strategies of struggle deployed by the male component of the Catholic laity of Salta in the face of the secular measures implemented by the national State in the 1880s. To this end, we will focus on the study of the Catholic Association and its newspaper, La Esperanza, trying to recognize and identify some of the figures who launched these projects, the central elements of their ideology and their program of action. The aforementioned association and its newspaper contributed to the incipient formation of a new Catholic intellectuality that extended the scope of the religious discourse and was able to energize the public debate about the social place of the Catholic Church in nineteenth-century societies.
Keywords: catholic sociability; confessional press; catholic intellectuals.
Fecha de envío: 4 de Marzo de 2024
Fecha de aceptación: 28 de Junio de 2024
Introducción
En el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX la ciudad de Salta fue testigo de la emergencia y consolidación de un variado conjunto de asociaciones dedicadas a la promoción del culto público y al ejercicio de la beneficencia cristiana, sujetas, en buena medida, al control de las autoridades eclesiásticas de la diócesis. Esta suerte de brazo laico le permitió a la iglesia católica conservar considerable predominio en las calles, en el espacio público, en el campo de la asistencia social y en el de la educación (Quinteros, 2021) en un escenario provincial signado por la escasa influencia inmigratoria, por las marcadas diferencias sociales y por una economía que presentaba serias dificultades para vincularse con los principales centros productivos de la naciente Argentina (Justiniano, 2010).
El renacimiento de este asociacionismo religioso, que bien podría considerarse como un epifenómeno de un mayor “boom asociativo” (Quinteros, 2020), fue posible, en parte, por la protagónica colaboración del componente femenino del laicado católico que actuó, en buena medida, en consonancia con las premisas impartidas por Rizo Patrón, obispo de la diócesis y celoso defensor de las prerrogativas eclesiásticas. Fueron las mujeres devotas, aunadas en diversas experiencias asociativas, las principales sostenedoras y administradoras de las escuelas de primeras letras, del hospital de la ciudad, de la cárcel de mujeres y de los asilos de mendigos, entre otras muchas instituciones en las que actuaron, además, como garantes de las máximas evangélicas, auxiliadas por algunas de las diversas congregaciones religiosas que por entonces se instalaban a lo largo y ancho del escenario nacional.
Cabe destacar que el conjunto de estas asociaciones difería sustancialmente de sus predecesoras coloniales en puntos claves de su configuración institucional, en muchos de cuyos aspectos se definieron en correspondencia con los lineamientos de un modelo ultramontano de iglesia que se difundió con fuerza en el mundo católico en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX y que, en el escenario local, contó con un fiel representante, el ya mencionado obispo Rizo Patrón (Martínez, 2017).
En líneas generales podemos afirmar que las nuevas asociaciones se destacaron, entre otros factores, por la estrecha relación que mantuvieron con las autoridades eclesiásticas de la diócesis; por la continua intervención del clero en sus actividades diarias; por la complejidad y notoria jerarquización de sus cuadros directivos; y por las numerosas disposiciones constitucionales mediante las cuales se pretendía recortar los márgenes de acción del laicado (Quinteros, 2021). Todos ellos elementos acordes a un programa de romanización de carácter transnacional impulsado por diferentes actores sociales (Ramón Solans, 2020) desde diversas latitudes del mundo católico (Martínez, 2021).
La participación masculina en las filas de este asociacionismo fue minoritaria. Esta diferencia que, en parte, se concebía como producto de un natural dimorfismo sexual (Vovelle, 1978), alimentaba la idea de una religión que, poco a poco, iba adquiriendo un rostro marcadamente femenino. Resulta menester, sin embargo, remarcar que, amén de este tipo de representaciones que circulaba como moneda corriente por aquellos años (Bravo Herrera, 2010), los hombres difícilmente pueden concebirse, en este contexto, como actores sociales indiferentes a las cuestiones religiosas. El postulado de la feminización de la religión es, sin lugar a dudas, no sólo un constructo social mediante el que las sociedades decimonónicas interpretaron y dieron sentido a las diferencias de género, sino también una suerte de bandera que las mujeres hicieron suya al objeto de legitimar sus particulares formas de intervención pública en el marco del proceso de conformación de los Estados nacionales (Blasco Herranz, 2005, 2008, 2017; Mínguez Blasco, 2014, 2015; Aresti, 2001).
Los hombres, entonces, no dejaron de creer. Su distanciamiento coyuntural de las filas del asociacionismo católico, durante buena parte de la segunda mitad del siglo XIX, revela una manifiesta modificación en las formas de vincularse con sus referentes sagrados. Muchos de ellos, por ejemplo, costeaban con sus aportes los gastos que demandaba la celebración del culto público y participaban en calidad de colaboradores y/o auxiliares de sus pares femeninos en la empresa de asistir a la denominada “humanidad doliente”. Por ello, cuando se suscitaron los primeros conflictos por la instrumentación de las medidas laicas finiseculares, los veremos nuevamente encabezando la ofensiva católica con las armas que, como tales, les era legitimo usar; el debate público (Quinteros, 2020). Nos referimos específicamente, en este caso, a los hombres de la elite salteña que durante buena parte de la segunda mitad del siglo XIX habían contribuido a la consolidación de la prensa como instrumento de lucha y expresión de sus intereses partidarios (Parra y Correa, 2003).
Cabe destacar que la reorganización de esta porción del laicado católico coincidió con los últimos años de gobierno de Rizo Patrón al frente de la diócesis de Salta y con los primeros tratamientos que se le dieron a la Ley de Educación Común en la Cámara de Diputados de la Nación a mediados de 1883.
El propósito del presente artículo es analizar algunas de las características de la ofensiva y las estrategias de lucha que desplegó el componente masculino del laicado católico salteño ante las medidas laicas instrumentadas por el Estado nacional en la década de 1880. Para ello nos centraremos en el estudio de la Asociación Católica y de su periódico, La Esperanza, tratando de reconocer e identificar a quienes pusieron en marcha estos proyectos, los elementos centrales de su ideario y de su programa de acción. La referida asociación y su órgano difusor contribuyeron a la incipiente formación de una nueva intelectualidad católica que extendió los alcances del discurso religioso y supo dinamizar el debate público acerca del lugar social de la iglesia católica en las sociedades decimonónicas.
La renovación que se produjo en los últimos años en las líneas de análisis e investigación acerca de la prensa decimonónica propició, entre otras propuestas, el estudio del periodismo católico. Los avances en este terreno, sobre todo para el espacio rioplatense, han sido notorios. En este sentido debemos destacar los aportes de Lida (2006, 2009, 2016) centrados en la recuperación de la historia social de este fenómeno, perspectiva que le permitió abordar el paulatino proceso de profesionalización de la prensa confesional, los usos múltiples que a ésta le dieron los feligreses, las características particulares de este tipo de publicación y los alcances y limitaciones del proceso de secularización y del de romanización.
La prensa ha sido concebida también como un objeto de estudio clave para comprender las modificaciones que experimentó el catolicismo en la transición del Antiguo Régimen a las sociedades contemporáneas, línea de análisis propuesta por Di Stefano (2015) y Martínez (2019), quienes coinciden en señalar la contribución de algunos periódicos en el desplazamiento de las concepciones galicanas dentro del mundo católico en procura de una prédica de marcado carácter ultramontano, o, dicho en otras palabras, en la definición de un catolicismo de dimensión nacional y vocación ultramontana en detrimento de uno antiguo, de base provincial e influencias galicanas. Factores que, según ambos autores, pueden considerarse sintomáticos del proceso de secularización, entendido este en términos de recomposición religiosa.
El universo de ideas que se expresaba en las páginas de los periódicos católicos también ha llamado la atención de los investigadores. Este componente ha sido abordado, entre otros, por Castelfranco (2016, 2017) quien, retomando los aportes de la nueva historia intelectual y conceptual, analiza la intervención de diversos actores católicos en la producción de un discurso sobre la ciencia y su relación con la religión en la década de 1870. Abordaje que le permite repensar y reformular algunas de las implicancias del concepto de romanización y recuperar, en este mismo proceso impulsado por la Santa Sede, la agencia del laicado y del clero rioplatense, es decir la apropiación activa que estos agentes hicieron de las enunciaciones dogmáticas para hacer frente a los embates anticlericales.
Estas investigaciones, en líneas generales, nos permiten comprender los diversos roles que jugó la prensa para la iglesia católica ya como instrumento de catequización, de control y de lucha al servicio de las autoridades eclesiásticas, pero también del mismo laicado que supo apropiarse de ella para expresar sus propios intereses y demandas no siempre en estrecha correspondencia con las aspiraciones del clero.
Los estudios sobre los productores culturales del mundo católico también se han vuelto más prolíficos en los últimos años. Muchos de ellos vislumbran, a fines del siglo XIX, el ambiente propicio para la emergencia de una intelectualidad católica que se expresó públicamente sobre el lugar de la religión en las sociedades modernas y puso en juego nuevas concepciones acerca de la ciudadanía, el Estado y la nación argentina en el contexto de una marcada modernización (Bruno, 2018, Mauro, 2018; Martín, 2011).
A los fines de nuestra investigación nos interesa retomar algunas de las consideraciones que Zanca (2006) ha formulado respecto de los llamados intelectuales católicos, caracterizados, según su propuesta de análisis, como agentes productores de una “visión del mundo” funcional a los ideales enarbolados por la iglesia católica, capaces de construir mapas cognitivos “para reintegrar a un mundo desacralizado formas particulares de vivir lo religioso”. En esta labor radica su particularidad como actor social; empresa que los convierte, cabe destacar, en agentes fronterizos entre quienes concentran en sus manos la función de administrar lo sagrado (el clero) y quienes pertenecen al universo indiferenciado de los laicos.
Es posible comprender la función social de las principales figuras públicas de la Asociación Católica y La Esperanza en estos términos. Otras características, además, nos permiten pensarlos como intelectuales y/o productores culturales, en tanto actores sociales que desplegaron su actividad en el espacio urbano, formaron parte de redes institucionales mediante las que se vincularon entre sí e hicieron de la escritura pública una de sus marcas identitarias (Altamirano, 2008; Myers, 2008).
La Asociación Católica
A finales del año de 1883, en la antesala de los enfrentamientos que se suscitaron entre la iglesia católica y el Estado nacional por la sanción Ley de Educación Común 1420, un grupo de hombres pertenecientes a la élite salteña dio vida a la llamada Asociación Católica, un centro social conformado a imagen y semejanza del que por entonces dirigía José Manuel Estrada en la ciudad de Buenos Aires.2
Esta experiencia asociativa auspició una forma inédita de intervención pública para el componente masculino del laicado católico. En efecto, La Asociación Católica se constituyó en la plataforma a partir de la cual se impulsó el primer periódico católico de la ciudad, La Esperanza, instrumento de lucha clave en la defensa de los intereses de la iglesia y sus pastores.
Según señalaban sus promotores, esta nueva asociación venía a sumarse a un movimiento de escala nacional organizado a fin de promover la prensa católica y la enseñanza religiosa de la juventud, contribuir a la difusión de las máximas evangélicas y sacar al laicado del letargo y la indiferencia que lo aquejaba, factores estos que habían permitido el avance de las “perniciosas” doctrinas liberales que amenazaban al “bienestar de la familia y la sociedad argentina”.3
Desde sus inicios, La Asociación Católica contó con el beneplácito del obispo de la diócesis de Salta, Rizo Patrón, que para entonces parecía más dispuesto a aceptar las iniciativas de su laicado, siempre y cuando se desplegaran éstas bajo “la dirección, consejo y dependencia” de los prelados, “únicos puestos por Dios para el gobierno de su iglesia en la defensa común”.4 Remarcaba de esta manera el obispo uno de los principales lineamientos del reformismo ultramontano (Martínez, 2021).
Una vez establecida, La Asociación Católica mantuvo un diálogo fluido con el obispo de la diócesis y se sujetó a los programas de acción diseñados desde la sede central con residencia en la ciudad de Buenos Aires. Actuó además como centro de referencia de otras asociaciones homónimas que bien pronto proliferaron en diversas localidades del interior de la provincia, cumpliendo de esta manera, al menos formalmente, con el propósito de aunar las fuerzas católicas.
Como hicimos ya referencia, La Asociación Católica nutrió sus filas de hombres pertenecientes a la elite local, entre los que predominaban médicos, abogados y comerciantes, algunos de ellos formados en el Colegio Nacional de la ciudad y graduados en la Universidad de Buenos Aires. Sus máximos representantes en la esfera pública salteña fueron también destacados personajes en la arena política, desempeñando puestos claves de la administración provincial y municipal.
Uno de ellos fue Arturo León Dávalos, miembro de una selecta pléyade de personajes influyentes en la cultura provincial de entresiglos por sus contribuciones al proceso de construcción de una incipiente historiografía salteña (Geres y Quiñones 2020: 88-89). Abogado de profesión, se dedicó también a la literatura, entablando vínculos con reconocidos representantes de la denominada “Generación del 80”, entre ellos Miguel Cané y Rafael Obligado. Sus actuaciones en el ámbito público contemplaron el ejercicio del cargo de Diputado Nacional y de presidente de la Corte Suprema de Justicia de Salta (Geres y Quiñones, 2022: 138).
Otra figura descollante fue la de Otto von Klix, alemán, Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Leipzig y habitué de algunos de los principales espacios de sociabilidad cultural del transcurso de la segunda mitad del siglo XIX (Quinteros 2020: 43-44). Se dedicó también a los estudios arqueológicos y mineros, y a la docencia en el ya mencionado Colegio Nacional. Mantuvo estrecha relación con el obispo de la diócesis, llegando a donar un terreno de su propiedad para la fundación de un seminario conciliar destinado a la formación del clero local.
Por último, Carlos Costas. Médico egresado de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, desempeñó el cargo de presidente de la municipalidad de la ciudad en 1891. Año antes integró la Junta de Sanidad conformada al objeto de instrumentar diversas medidas tendientes al saneamiento del ejido urbano. En calidad de tal actuó como colaborador de las mujeres aunadas en la Sociedad de Beneficencia y como uno de los supervisores del proyecto de construcción del Hospital del Señor del Milagro a principios de 1890 (Quinteros, 2022: 111-112). Fue también uno de los principales referentes de los círculos de obreros mediante los que la iglesia católica pretendió hacer frente a la denominada cuestión social de fines del siglo XIX.
En líneas generales muchos de quienes dieron impulso a La Asociación Católica se encontraban ya vinculados, de una u otra forma, a la iglesia y sus diversos proyectos. Poco sabemos de la trayectoria de esta experiencia asociativa más allá del año de 1886. Es probable que, disipados algunos de los principales motivos que la habían promovido, perdiera impulso. No obstante, quienes la integraron mantuvieron una militancia activa en defensa de los intereses católicos durante los lustros siguientes, volviéndose a encontrar en el seno de otras asociaciones como los Círculos de Obreros y las Conferencias de San Vicente de Paul.
Buena parte de los principios que rigieron el programa de acción de La Asociación Católica se definieron y cristalizaron en la Asamblea Católica celebrada en agosto de 1884 en Buenos Aires. Según se acordó en esta reunión, los católicos argentinos debían estrechar vínculos y forjar alianzas entre sí; inscribirse en los registros cívicos nacionales, provinciales y municipales para estar en condiciones de participar en los comicios electorales y nutrir así los poderes públicos con elementos cristianos; propagar la lectura religiosa; contribuir a la creación de escuelas católicas y contrarrestar el avance de la denominada “escuela atea”; e impulsar talleres para obreros y oficinas de colocación para los más necesitados.5
La Esperanza
Antecedentes y características
Antes de la aparición en escena de La Esperanza, varias fueron las iniciativas de las autoridades eclesiásticas y de algunos laicos por poner en marcha un periódico católico. Ya desde los primeros años de su gestión, para Rizo Patrón fue una problemática recurrente la explosión de la prensa y “sus desbordes” en la capital de la diócesis que hacían del clero regular y de su “indisciplina” uno de los principales blancos de ataque
No ignoráis (…) que la prensa periódica de la capital del obispado hace algún tiempo que ha abusado torpemente de la libertad de imprenta, y convirtiéndola en perniciosa licencia ha hecho publicaciones contrarias a las prácticas religiosas (…) y hasta se han atacado los dogmas, llegándose a estampar en los periódicos la herética negación de la potestad del régimen y gobierno que compete a la iglesia en la disciplina eclesiástica. Y por la prensa de Salta se ha hecho edición de este impío y atrevido escrito cuya dedicación al Reverendo Padre Fray María Pelici manifiesta que es el propósito atacar al Colegio de Misiones Franciscanas de que él es Prefecto (…)6
La cita transcripta forma parte de la Carta Pastoral que Rizo Patrón emitiera en el año de 1865, en ocasión de la reimpresión, en la ciudad de Salta, del folleto titulado “El fraile y el poeta” de Nicomedes Antelo. Por aquellos años, sin embargo, la iglesia católica no se había pronunciado institucionalmente sobre la prensa ni acerca de la posibilidad de hacer de ella un instrumento de lucha, por lo que, ante la ofensiva de “este impío y atrevido escrito”, el prelado se limitaba a señalar que
(…) esta publicación, y otras no menos dañinas que la han precedido, forman esa avenida de males que atacando a la religión amenaza a la sociedad con inevitable muerte, y ya que no nos es dado oponer otro dique que la contenga, tócanos según el oficio de nuestro ministerio, levantar la voz para reprobar y condenar con toda energía el hecho de esa comunicación, no menos que los errores, impíos y heréticos contenidos en ese escrito7
En sus primeros años de gobierno al frente de la diócesis, no contemplaba todavía Rizo Patrón la puesta en marcha de un periódico católico como un instrumento de lucha, aunque reconocía ya la posibilidad de contribuir a la conformación de la opinión pública mediante la elaboración de informes y memorándums que les permitiera a los fieles conocer las circunstancias y los hechos que “más llaman su atención”.8
Para fines de la década de 1870 y principios de la de 1880, realizada ya la proclamación de León XIII a favor de la prensa católica, la postura de Rizo Patrón fue otra. A sus ojos la cuestión del “diarismo” revestía ahora un carácter urgente por lo que llamaba y exhortaba a su laicado a evitar la propagación de cuantos periódicos se posicionaran contrarios a la iglesia, a dejar de lado su apatía, indiferentismo y letargo y a contribuir con su peculio a la promoción de la prensa católica.9
Es probable que uno de los primeros periódicos religiosos que circulara por la ciudad de Salta fuese La América del Sud, matutino porteño, ya a partir de 1877, año en que Federico Aneiros, arzobispo de Buenos Aires, le encomendaba a Rizo Patrón que hiciera todo lo posible por aumentar la suscripción de los curas de la diócesis salteña al referido diario.10
Por aquellos años, también, algunos miembros del mismo laicado tomaron en sus manos la iniciativa de poner en marcha un periódico católico. En este sentido, una de las primeras propuestas de la que tenemos registro es la de Benjamín Soliveres, propietario de la denominada “Imprenta salteña”, quien en el año de 1878 le ofreció a Rizo Patrón dar a luz un diario católico semanal “penetrado de la conveniencia que había en la creación de una publicación que pudiera servir como escuela práctica para el desarrollo de las jóvenes inteligencias”.11
Debieron pasar algunos años más, sin embargo, para que este proyecto por fin se concretara, y no de la mano del mencionado Soliveres, sino, como hicimos ya referencia, de los miembros de La Asociación Católica que a inicios de 1884 dieron vida a La Esperanza. Cabe destacar que, sólo algunos meses más tarde, otro diario de similares características se puso en circulación, La Verdad Católica. Muy poco sabemos de este último, sólo que, a diferencia de aquel, surgió de la iniciativa de dos clérigos, Gregorio Romero y Bernabé Piedrabuena.12 Ambos matutinos vinieron a engrosar la producción de la prensa que a partir de la segunda mitad del siglo XIX halló las condiciones necesarias para su despegue y consolidación en el escenario local (Solá, 1941).
La Esperanza se imprimía en la denominada “Imprenta Católica” perteneciente a La Asociación Católica, y se vendía y distribuía al público lector los días jueves y domingo de cada semana. Era una publicación de gran formato que constaba de cuatro páginas. Su primer número se publicó el 31 de enero de 1884. Durante su corta existencia (1884-1886) se sostuvo mediante el sistema de suscripción, contando en este breve periodo de tiempo con dos editores; el ya mencionado Otto Klix y Santiago Esquiú (familiar directo de Fray Mamerto Esquiú, obispo de la diócesis de Córdoba), ambos figuras protagonicas de La Asociación Católica. Su principal redactor fue Arturo León Dávalos, presidente de la referida experiencia asociativa.
Las columnas de este periódico se nutrían de noticias locales, nacionales e internacionales, destacándose, entre estas, aquellas que el periódico católico La Unión, de Buenos Aires, publicaba también en sus páginas. El diálogo y la relación corresponsal y de solidaridad (Lida, 2006: 62) entre ambos diarios fue una constante. Es posible incluso afirmar que La Esperanza actuó, en parte, como un vocero de aquel y que contribuyó, durante su efímera existencia, a la producción de redes comunicacionales entre los católicos situados en diversos puntos del país.
En la antesala de la sanción de la Ley de Educación Común 1420 y en el marco de uno de los puntos más álgidos del enfrentamiento entre católicos y “liberales”, según la percepción de la misma iglesia, los miembros de la Asociación Católica hicieron de La Esperanza un instrumento público de polarización social, identificando en su discurso, de forma concreta y sin ambages, al bando enemigo del catolicismo, para presentarse a sí mismos como paladimes ilustrado de los intereses del clero y su rebaño.
Catolicismo y opinión pública
Como ya hicimos referencia, en los albores de la década de 1880, tanto para las autoridades eclesiásticas de la diócesis como para su laicado, resultaba menester poner en funcionamiento un periódico católico capaz de hacer frente a la difusión de “doctrinas perniciosas” y la acción de “sectas anticristianas”. Fue esta convicción la que los llevó a los miembros de La Asociación Católica y sobre todo a su presidente, Arturo León Dávalos, a realizar las gestiones necesarias para adquirir una imprenta, propósito que se materializó a inicios de 1884.
El proyecto contó con el visto bueno del obispo Rizo Patrón quien en ocasión de la misma fundación de La Asociación Católica, a fines de 1883, le había solicitado ya a Dávalos hacer lo posible para contribuir a la difusión de “la sana doctrina” y su defensa escrita y pública a través de la prensa “tan recomendada por León XIII”.13 En este mismo sentido se había pronunciado, incluso, José Manuel Estrada, reconocido intelectual católico, al remarcarle a Dávalos “la enorme necesidad de despejar los sofismas de la atmosfera intelectual de las clases cultas”.14
En uno de sus primeros números, los editores de La Esperanza exponían así algunos de los fundamentos de su proyecto
Es preocupación entre nosotros la de que un periódico religioso solo pueda servir para la propagación de la ideas que se relacionan con la religión, sin que puedan sus místicas columnas convertirse en vehículos de opiniones que son como el elemento diario de la sociedad. Las cuestiones sociales, los problemas políticos y hasta esas inocentes excursiones por el campo de la literatura y de la ciencia se han mirado frecuentemente como materia extraña a las publicaciones que tiene como objeto primordial la controversia sobre principios religiosos. Nosotros creemos que este es un error (…). En nuestro programa hemos prometido ocuparnos de la política, animados de un sentimiento de severa imparcialidad (…). En todo lo demás procuraremos mostrarnos a la altura de las exigencias de nuestro estado de adelanto; y discutiremos desapasionadamente los acontecimientos políticos, menos con el propósito de desacreditar a los partidos que los dirigen en la actualidad, cuanto con el loable objeto de acostumbrar a nuestros lectores a juzgar sin violencia, o aplaudir sin adulación los actos de los gobernantes (…)15
Diversas son las cuestiones que nos interesan destacar sobre del pronunciamiento de los editores de La Esperanza. Primero, que la incursión de las voces de la feligresía se concibió, formalmente, respetando los principios fundamentales que debían regir a la esfera pública moderna; una participación “imparcial” y “desapasionada” promotora del diálogo civilizado, es decir, del intercambio de argumentos racionales. Segundo, el objetivo de pronunciarse sobre problemáticas de diversos géneros, atinentes a los distintos ámbitos de la vida cotidiana, y a incidir, a través de tales publicaciones, en un público lector. En este sentido, La Esperanza se presentó como viva expresión del laicado moderno que no sólo se interesó por cuestiones religiosas sino también por otras de carácter científico, social, político y literario, retomando así algunas de las premisas que habían abrazado ya otros pioneros periódicos católicos de la Argentina (Lida 2009: 88). De esta manera los editores de La Esperanza se propusieron ampliar el alcance del discurso religioso y contribuir al debate público, incorporando en éste los posicionamientos de un colectivo que se reconocía católico y que se identificaba con el catolicismo finisecular de carácter ultramontano para esgrimir sus posturas. Por último, la alusión a la conformación de una instancia de control y crítica respecto de las políticas pergeñadas por las autoridades civiles; una instancia que legitimaba el juzgamiento de los actos de gobierno; que los apoyaba, “sin adulación”, cuando estos se revelaban afines al bienestar general; y los condenaba, “sin violencia”, cuando contradecían dicho propósito (Quinteros, 2020).
Además de las encíclicas, pastorales y mensajes que las máximas autoridades eclesiásticas comunicaban a su laicado, las páginas de La Esperanza contenían avisos publicitarios, extractos de cuentos y novelas de tenor religioso, informes telegráficos de otras provincias argentinas, noticias sobre la producción agrícola y ganadera local, una “Sección científica”, detalles acerca de “Remates públicos” y referencias sobre el movimiento del “Matadero Municipal”. Por el conjunto de estos elementos podemos afirmar, retomando las consideraciones esbozadas por Lida acerca de La América del Sud, que La Esperanza fue mucho más que periódico dirigido para militantes católicos (Lida, 2009: 87).
Los editores del diario dedicaron también muchas de sus columnas a la confrontación con otros periódicos, sobre todo cuando el papel de la iglesia y su clero se ponían en entredicho. En este terreno lejos estuvieron de observar el espíritu moderado, desapasionado e imparcial explicitado en la cita transcripta líneas atrás. Por el contrario, quedaron inmersos en la lógica de la lucha facciosa que por entonces caracterizaba a la prensa salteña (Pérez, Bagardi y Salim, 2003: 77-86).
En este sentido, el diario La Reforma, órgano de difusión del Club la Juventud alineado al gobierno de Julio Argentino Roca, fue uno de sus principales contendientes públicos. Cabe destacar que nos es que este último se caracterizará por su contenido anticatólico. Sin embargo, a los ojos de los editores y escritores de La Esperanza, la prédica de La Reforma pecaba de un fanatismo liberal que la llevaba a desvirtuar los mandatos eclesiásticos y a confundir así al público lector.
Una de las cuestiones que mayor polémica suscitó entre ambos matutinos fue la lectura de la Biblia. El 23 de marzo de 1884 Arturo León Dávalos aprovechaba la oportunidad para discutir la afirmación que su “colega” le atribuía; “la Biblia sea vedada a los fieles”. Más que contradecir esta premisa, el redactor del periódico católico se preocupó por fundamentar el referido espíritu restrictivo, aduciendo que la lectura de los libros sagrados “no es necesaria a los fieles, no es conveniente para la generalidad, por carecer de la preparación indispensable para hacerlo sin peligro y con provecho”. Agregaba además que la libre interpretación de la Biblia había conducido a groseros errores dando lugar al protestantismo y calvinismo por lo que para las personas de “escasa instrucción, maduro juicio y recto criterio” resultaba de mayor utilidad los “innumerables textos que la iglesia ha expuesto de manera accesible a la inteligencia de todos los fieles para cuya lectura no ha de ser menester conocimientos previos”.
Las consideraciones esbozadas por Dávalos operaban a favor, en primer lugar, del monopolio de las verdades reveladas en manos de lo que se ha denominado “polo hermenéutico” encarnado por las máximas autoridades eclesiásticas (Mauro, 2008). En segundo lugar, en procura de la constitución y legitimación de una élite católica, instruida y formada de la mano de los pastores de la iglesia, “con suficiente caudal de ciencia”16 para defender al catolicismo y actuar como intermediario entre los pastores de la iglesia y el común de la población.
Otro punto de conflicto y debate fue la naturaleza de las relaciones entre Estado e iglesia y, lo que los católicos consideraban, el avance de aquel sobre esta última. En relación a estos tópicos, los redactores de La Esperanza acusaban a los demás periódicos de “inconsecuencia liberalesca”, de ignorancia y de mala intención a la hora de informar. Discursivamente, además, reproducían la imagen de una iglesia asediada que requería de una férrea e intransigente defensa que no podía ser llevada a cabo de mejor manera por quienes, como ellos mismos, conocían el evangelio, disponían de conocimientos científicos y rechazaban abiertamente los errores del liberalismo. Según este parecer, también, el presidente de la república, Julio A. Roca, representaba la principal encarnación de la “herejía moderna” dispuesta a prescindir, cada vez más, del catolicismo. Los periódicos locales, entre ellos La Reforma y La Situación, por su parte, eran señalados como algunos de los tantos representantes de este proyecto.
Para desacreditar a los denominados enemigos del catolicismo, los escritores católicos no escatimaban en recursos discursivos. Además de las editoriales y largas reflexiones en las que se expresaban en contra del elenco gobernante de la república, incluyeron en las columnas de La Esperanza secciones humorísticas en las que, ya con un lenguaje más coloquial, hacían del bando contrario el blanco de su burla. De esta manera podían no sólo entretener a sus lectores, sino también, posiblemente, atraer a un público más diverso, propósitos para los cuales resultaba menester adaptar su discurso y formato a las demandas de una nueva sensibilidad pública y moderna y a los nuevos hábitos de lectura (Martínez, 2019)
El partido liberal habla mucho y hace mal
Tiene vacía la panza y anda buscando pitanza (…)
Media caña de tacuara, que ya triunfa el viejo Clara
Caña lisa, caña entera, y metete con Tisera (…)
Media caña y un zoncocho
Que los frailes dan biscochos
Caña hueca, caña lisa
Que hasta Wilde va a ir a misa (…)
Media caña, caña entera
Que se los fumó Mattera
Media caña y un cielito
Liberales adiosito17
La prédica antiliberal
De acuerdo a los editores y escritores de La Esperanza, uno de los principales males que aquejaba al elenco gobernante nacional, al “Sumo Imperante”, como se referían irónicamente a Julia A. Roca, era su adhesión al pensamiento liberal. Según su percepción, esta perniciosa doctrina había desvirtuado y desquiciado a la “maquinaria estatal”, contrariando con sus premisas todo aquello que pudiera contribuir al orden y al bienestar de la República. El liberalismo se presentaba así en abierta oposición a “los derechos de los ciudadanos” y sus “libertades públicas” y La Esperanza, en representación de las filas católicas, como paladín de estos principios.
Para los católicos que impulsaban La Esperanza varios eran los derechos y libertades que el liberalismo desconocía. El más importante de todos ellos, y a tono con los planteos que en Buenos Aires exponían intelectuales confesionales de la talla de Estrada, Goyena y Achával Rodríguez (Martín, 2011), la negativa del gobierno nacional a reconocer al catolicismo como “religión de Estado”. De acuerdo a esta interpretación, Roca y sus ministros hacían caso omiso a las disposiciones de la Constitución Nacional de 1853, desconociendo, por este acto, su obligación de “protegerla y cooperar a su difusión”.18
Ese desconocimiento, sostenían los editores de La Esperanza, socavaba la legitimidad del Estado y de la nación argentina. Tomando a Rousseau como punto de referencia, postulaban a la religión como fundamento moral de toda organización social y política, como garantía del buen uso de las libertades individuales y como dique de contención de las ambiciones desmedidas.19 En este sentido, prescindir de la religión y/o pretender separarla de “la ciencia del gobierno” auguraba el advenimiento del “socialismo repugnante” y, más tarde o más temprano, del despotismo.
Desde esta perspectiva, el status que la constitución había asignado al catolicismo no era materia de discusión, ni una disposición susceptible de interpretaciones. Contrariar la norma, en este sentido, obraba en favor de la libertad de conciencia en materia religiosa, de la privatización de la religión y del ateísmo del Estado, males que se le achacaban, como dijimos ya, a Roca y sus ministros.
Al tiempo que los editores de La Esperanza expresaban estos reclamos, no dudaban en denunciar los atropellos e indebidas injerencias del poder civil en materia eclesiástica, como la que le imputaron al Ministro de Culto de la Nación, Eduardo Wilde, cuando éste le solicitó al Cabildo Eclesiástico de Córdoba que tomara medidas en contra de su vicario, Gerónimo Clara, entre otros motivos, por su oposición al programa de enseñanza de la Escuela Normal de aquella ciudad.20
Y es que el reconocimiento del catolicismo como “religión de Estado” que exigían los intelectuales católicos no debía operar en desmedro de la “soberanía de Jesucristo” y “la libertad de su iglesia”;21 ni tampoco en detrimento de la libre comunicación de los fieles con sus “jefes espirituales”, otra de las exigencias mediante la cual cuestionaban los alcances del derecho de patronato y su exequatur que las autorid ades de turno reclamaban para sí, cometiendo el anacronismo de pretender emular el absolutismo de “Felipe II o de Carlos III”.22
En este sentido, abogaban por una estricta separación de esferas, por el reconocimiento de dos poderes distintos aunque estrechamente relacionados. “La iglesia debe ser libre”, proclamaban, porque había sido fundada por Jesucristo, fuente de “soberanía absoluta” a la que los gobernantes, representantes de “una soberanía relativa”, debían su poder. “La ley de Dios”, por lo tanto, se hallaba fuera de la jurisdicción de las autoridades civiles. Por este motivo, y porque gobernaban sobre un pueblo que se reconocía católico, debían propender a la libertad de la iglesia, limitándose a defenderla de las leyes y pasiones que pretendían esclavizarla.23
Desde esta perspectiva en particular, las tensiones con “la propuesta galicana de secularización” sostenida por el gobierno nacional (Di Stefano, 2011) eran evidentes, pues según ésta, la iglesia debía someterse a las leyes del Estado y aceptar las concesiones del derecho de patronato. Los miembros de La Asociación Católica abogaban, por el contrario, por una propuesta más intransigente que contemplaba el reconocimiento de los llamados “derechos de la iglesia”, su independencia e incluso su superioridad frente al poder civil.
A los ojos de este grupo, el liberalismo imperante no sólo desconocía la trascendencia del catolicismo sino que había llegado al extremo de negar algunos de los principios fundamentales, propios de una esfera mundana, que en otro momento lo habían impulsado; la libertad de pensamiento, de expresión y de imprenta, componentes que se concebían claves para la constitución de una moderna esfera pública y para la defensa y garantía del bienestar común y del espíritu público.
Por el conjunto de estas restricciones, para los escritores católicos el liberalismo de las elites dirigentes no era sino una “máscara” confeccionada a fin de ocultar su despotismo. Tales denuncias se conjugaban con otras que cuestionaban los verdaderos valores cívicos de la “oligarquía” gobernante y su arbitraria moral. Estos males hacían menester, entonces, un nuevo programa de acción que comprendía, retomando algunos de las banderas enarboladas por Estrada (Martín, 2011), la lucha por el libre ejercicio del sufragio en detrimento del fraude electoral, la renovación de poderes, la descentralización administrativa, el derecho de reunión y asociación con fines políticos, el sufragio universal y la libertad de acción de los partidos políticos.24 Premisas que los miembros de La Asociación Católica compartían con los católicos intelectuales de otras ciudades rioplatenses (Di Stefano, 2015) y sobre las que insistían en sus asambleas y esperaban, a través de La Esperanza, concientizar a su público lector.
El asedio y la persecución que los católicos denunciaban padecer de parte de las autoridades nacionales fue también, posiblemente, uno de los factores que les impuso la necesidad de incorporar en su prédica y programa de acción la defensa de las libertades de conciencia, de expresión y asociación que otrora, en una coyuntura distinta, les había despertado, cuando menos, ciertas sospechas (Viguera Ruiz, 2010: 120).
Amén de estas acusaciones públicas cuyo fin era demarcar posiciones antagónicas en un campo de lucha, cabe destacar que la etiqueta “liberal” que los editores y escritores de La Esperanza usaban para designar a sus opositores, más que referir a una supuesta condición atea, hacía alusión a un posicionamiento galicano respecto de la iglesia y la religión en la sociedad de aquellos años, es decir, a un modelo de secularización que se oponía a los principios ultramontanos que ellos mismos defendían. En este sentido, y siguiendo las consideraciones propuestas por Di Stefano (2012), lo liberal y lo católico no designan identidades contrapuestas y excluyentes, sino diferencias específicas en relación al catolicismo finisecular y su lugar en el orden que por entonces se construía. Basta con mencionar que los publicistas del periódico La Reforma, acusados de liberales en la contienda pública, dedicaban por aquellos años algunas de sus columnas para ensalzar las labores de las mujeres devotas que administraban el hospital de la ciudad y/o para promocionar las tertulias y rifas de caridad que tenían como propósito recolectar “el óbolo de la caridad cristiana”.
Política, religión y ciencia
De forma similar a otros periódicos católicos (Lida, 2009: 107-109), La Esperanza publicaba regularmente una columna titulada “Sección científica”, a través de la cual sus editores intentaban dar cuenta de que, de ninguna manera, desconocían los avances científicos de la modernidad y sus ventajas para el progreso de las sociedades humanas. Pretendieron, sobre todo, dar cuenta de que la ciencia y la religión no eran saberes ni campos incompatibles. Todo lo contrario.
Los temas que se abordaban en esta sección eran considerablemente diversos, contemplando, entre otros, biografías de hombres de ciencia, descubrimientos y disquisiciones astronómicas, beneficios y alcances de las investigaciones científicas, recomendaciones higiénicas, datos estadísticos sobre defunciones y sus posibles causas en el escenario local, fenómenos geográficos y particularidades de la vida animal en ambientes acuáticos y terrestres.
Para los editores de La Esperanza no se trataba tan sólo de reseñar los avances de los conocimientos científicos y del mundo académico, sino también de presentar a sus lectores el largo recorrido que a través de la historia había entrelazado a la religión con la ciencia. En un artículo publicado el 23 de marzo de 1884, en respuesta a las acusaciones que desde sus páginas esgrimía el periódico La Reforma acerca de la supuesta hostilidad del clero para con los grandes pensadores de siglos pasados, los editores de La Esperanza condensaban algunos de los recursos argumentativos e ideas centrales de los que se valieron en otras discusiones públicas. Uno de ellos, el señalamiento de los errores de sus contendientes que, en ocasiones, acompañaban con el enjuiciamiento de su capacidad intelectual y moral
Nos ha causado extrañeza leer que Colón que vivió en el siglo XV, sancionara con hecho lo que Galileo proclamó en principio recién cien años después. Pero dejando esto que nos parece extraño, quizás por no comprenderlo bien, estudiemos los hechos científicamente, principiando por Colón, por exigirlo así en el orden cronológico de los asuntos25
Otro recurso, la sujeción de sus argumentos a un conocimiento más o menos profundo de los hechos y procesos abordados en la discusión. En el artículo referido, su escritor daba cuenta de conocer, por ejemplo, las vicisitudes que había atravesado Cristóbal Colón antes de obtener las licencias y apoyo de los Reyes católicos y de los pormenores del caso de Galileo Galilei y la relación de éste con el Tribunal del Santo Oficio. En sus líneas, además, se ponían en tensión y comparación diversas interpretaciones históricas sobre tales personajes y los sucesos en los que se vieron involucrados. En este sentido, por ejemplo, el articulista retomaba algunas de las consideraciones con las que José Mendive pretendía refutar el libro del científico norteamericano John William Draper, History of the conflict between Science and Religion, una obra que reposaba en la idea de la religión como obstáculo para el desarrollo de la ciencia y que supo convertirse en uno de los blancos de crítica del periódico católico de Buenos Aires, La América del Sud, a fines de la década de 1870 (Castelfranco, 2017). No faltaban, tampoco, las referencias a algunos de los grandes pensadores católicos (Volia, Ampère, Cuvier, Blavoinville, Fara Jay y Jaime Balmes, entre otros) cuya misma existencia y trayectoria se presentaban a modo de prueba de la estrecha relación que mediaba entre la ciencia y la religión.
El artículo analizado contenía además una premisa central para comprender la relación que los intelectuales observaban entre ciencia y religión
Los conflictos, pues entre la Religión y la ciencia no existen ni existirán, porque estando ambas fundadas en Dios, no pueden estar en contradicción, sino en perfecta armonía, como todo lo que emana de Dios, por lo demás la iglesia ha ocupado siempre el puesto que le corresponde en la dirección de las ciencias
Desde esta perspectiva se consagraba la superioridad de la religión por sobre el conocimiento científico, asignándole a la iglesia la dirección de este último, una responsabilidad fundada en la necesidad de sostener y contener el avance de la ciencia a partir de la definición de un trasfondo moral provisto por el catolicismo. De esta manera se evitaría formar “químicos y físicos” sin corazón ni conciencia, “inteligencias sin norte ni convicciones”, uno de los principales argumentos esbozados a la hora de defender la educación religiosa en las escuelas públicas ante las amenazas de la Ley de Educación Común
Los padres de familia están en el deber de exigir entre los ramos de enseñanza secundaria en los colegios nacionales, una cátedra de religión moral y católica donde se les enseñen a sus hijos los fundamentos de la religión que profesan; antes de los análisis químicos está el análisis de conciencia y el conocimiento de los deberes que tenemos con dios, con nosotros mismos y nuestros semejantes. Los ministros de instrucción pública quieren químicos a palos, más los pueblos necesitan ciudadanos honrados, cristianos instruidos en sus deberes que no sean una carga para su nación26
Como intelectuales católicos, los miembros de La Asociación Católica hicieron de La Esperanza uno de los medios de expresión de sus programas higienistas a fin de contribuir así al propósito de convertir a la higiene pública en “una preocupación de la generalidad”. Por ello mismo se pronunciaron sin reservas acerca de la salud de la población salteña, de las instituciones encargadas de preservarla y de los factores físicos y ambientales que la amenazaban.
Retomaremos en estas últimas líneas las consideraciones esbozadas en las columnas de La Esperanza acerca del proyecto de construcción de un nuevo hospital en la ciudad salteña; un proyecto, cabe destacar, impulsado por una comisión municipal en la que tuvieron un rol protagónico Arturo León Dávalos, Carlos Costas y Sidney Tamayo, todos ellos miembros de La Asociación Católica.
La iniciativa había surgido de la evaluación negativa del emplazamiento del nosocomio en las inmediaciones de la plaza principal del ejido urbano, pues no sólo “afeaba su ornato” sino que además contribuía “a la descomposición atmosférica del aire en los barrios importantes que se encuentran a su alrededor”.27 Añadían a este inconveniente, las escasas dimensiones del inmueble que albergaba a más de 100 enfermos cuando apenas tenía capacidad para 70.28 Por ello recomendaban su pronto traslado, señalando a los terrenos ubicados en “Campo La Cruz” como los más idóneos para su relocalización, por su prudente distancia respecto del centro de la ciudad, la mayor elevación de su nivel, su fácil ventilación y la comodidad para el desagüe de las aguas servidas.29
Presentaban así sus argumentos a tono con algunas de las directrices del paradigma neohipocrático según el cual las enfermedades eran causadas por emanaciones telúricas denominadas miasmas que se desprendían de las heces y de los cuerpos vivos o muertos en descomposición. Tales gases, se consideraba, afectaban y viciaban el aire de los ambientes, alterando la salud de las personas sanas y agravando aún más la de los enfermos. De allí la preocupación de estos intelectuales por mantener a una distancia prudente, de los núcleos urbanos, todo posible foco de infección como los hospitales, y concebir su misma ubicación, elevación y disposición espacial en relación a los efectos de los vientos que podían transportar las enfermedades.
Al tiempo que abogaban por una modernización del inmueble hospitalario, defendían férreamente el gobierno del nosocomio en manos de la Sociedad de Beneficencia (una asociación estrechamente ligada a las autoridades eclesiásticas de la diócesis) y los servicios religiosos que en éste brindaba la congregación de las Hermanas de la Caridad. De hecho, La Esperanza oficiaba como un periódico promotor de la estrecha relación que mediaba por entonces entre enfermedad-pecado, salud/salvación corporal- espiritual, asistencia-caridad
A las 9 de la mañana comenzó la misa solemne (…) terminada la misa ordenose la procesión en dirección a la sala de los enfermos, siendo llevado el Santísimo Sacramento en medio de las cortinas y banderas de colores blanco y azul que con tanta armonía y gracia habían sabido preparar las respetables damas que se ocupaban en tan piadoso oficio. Llegada la procesión a la sala principal, donde se había preparado un conveniente altar, el reverendo padre Nazareno Morisini, en medio de un profundo silencio, dirigió una palabra de aliento y consuelo a los enfermos que con tanto gusto le escuchaban (…), luego que concluyó la plática comenzó a repartir el pan eucarístico a la numerosa cantidad de enfermos que ocupaban los dos salones.30
De esta manera describían los escritores católicos la comunión de enfermos llevada a cabo en los salones del Hospital del Señor del Milagro en el mes de abril de 1885, una práctica habitual que se imponía como condición indispensable para la salvación del cuerpo y el alma de los enfermos allí alojados. En esta misma línea argumentativa, defendía la intervención del clero en el funcionamiento y sostenimiento cotidiano del nosocomio. Esta posición les valió diversos enfrentamientos con sus contendientes públicos que veían en la avaricia de los sacerdotes la principal causa de la ruina del hospital de la ciudad. Frente a ellos, sostenía
¿Qué los sacerdotes son los primeros en oponerse a las obras de bien? ¿Qué buscan la fortuna y la buena vida material? Mentira atroz ¿cuándo los establecimientos de beneficencia han tenido que lamentar miseria, si sacerdotes tenían en ellos intervención? Concretándonos en el hospital ¿Por qué padece de necesidad y está en un estado precario tan lastimoso? La causa es muy conocida y la diremos para honor de la justicia; es porque una municipalidad enloquecida por el aumento de la renta y dominada por el liberalismo grosero se aprovechó del trabajo de las señoras de beneficencia, proyecto una obra ruinosa y desatinada, y quitó el medio seguro de conservación del hospital actual (…). Eso no es producto de los frailes que entienden la caridad, no como los fariseos ni los atrevidos del liberalismo31
Consideraciones finales
A inicios de la década de 1860 la prensa salteña empezaba a cobrar impulso luego de un largo periodo de marcado estancamiento. Para las autoridades eclesiásticas este fenómeno era percibido como un latente peligro más que como un posible instrumento de lucha. No fue sino hasta los albores de la década de 1880 que su percepción cambió. Por entonces era claro ya que para hacer frente a un gobierno acusado de desconocer la identidad católica del pueblo argentino no se podía prescindir de este recurso. Así lo comprendió Rizo Patrón y también, sobre todo, el componente masculino del laicado católico enrolado en las filas de La Asociación Católica quienes para entonces gozaban de cierta experiencia en la materia, pues muchos de ellos habían sido impulsores de algunos de los periódicos que ya circulaban por la ciudad. Ambos agentes, el clero y su laicado, habían entendido que la lectura era un hábito que había llegado para quedarse y habían tomado conciencia de las grandes ventajas que, en este escenario, reportaba la prensa como un instrumento privilegiado de “penetración en la conciencia de los lectores” (Bernedo, 2006: 104).
Esta convicción auspició la puesta en marcha de un periódico católico, La Esperanza, una publicación que contó con la venia y beneplácito del obispo de la diócesis; producida y editada por una élite que se percibía ilustrada, formada en distintas universidades; y dirigida a un público amplio que podía hallar en sus páginas discusiones dogmáticas y extractos de extensos tratados teológicos, como también noticias del día, avisos publicitarios, breves crónicas sociales y científicas y hasta algunas composiciones musicales que parodiaban y ridiculizaban el accionar de los llamados enemigos del catolicismo.
La prensa católica, de la mano de La Esperanza, contribuyó a la dinamización de la esfera pública moderna. Aún lejos de mantenerse siempre fiel al principio de la discusión ilustrada y del intercambio racional de argumentos, inmersa muchas veces, por el contrario, en la lógica de la lucha facciosa, hizo del debate público uno de sus pilares principales.
Desde allí los miembros de La Asociación Católica definieron una identidad en clave ultramontana, de marcado carácter intransigente, a través de la cual tomaron partido en la lucha que enfrentaba, según su percepción, a católicos y liberales. En este mismo acto redimensionaron, como también se ha observado para otras latitudes (Plata Quezada, 2014), el clima de polarización social que se vivía en la segunda mitad del siglo XIX por las discusiones y debates acerca del lugar de la iglesia en las sociedades emergentes tras la desestructuración del régimen de cristiandad. En este punto radica una de sus principales diferencias con uno de los periódicos católicos más emblemáticos de la década de 1870, La América del Sud, el cual, gestado en un contexto más calmo en lo que respecta a las relaciones entre el naciente Estado argentino y la iglesia, se caracterizó por el tono moderado de sus interpelaciones públicas (Lida, 2009).
En lo que respecta al contenido de La Esperanza, nos hemos ocupado sólo en tres cuestiones centrales: a) su integración a la discusión pública; b) su prédica antiliberal; y c) las consideraciones expuestas acerca del vínculo entre religión, ciencia, civilización y progreso.
En relación al primero de estos tópicos, sostuvimos ya que la prensa católica contribuyó a dinamizar la esfera pública mediante la intervención de la voz del laicado alineado con las premisas y directrices del proceso de romanización que enjuiciaba al liberalismo, sobre todo, pero también a la masonería y al protestantismo. El debate devino así en un arma de lucha, en un instrumento de denuncia. Esa discusión pública, sin embargo, fue concebida como una prerrogativa reservada para determinados actores sociales, para aquellos que hacían gala de sus conocimientos y formación, es decir para una élite intelectual que por esos mismos atributos se destacaba del cuerpo indiferenciado de los laicos, de la generalidad de los fieles.
La prédica antiliberal de La Esperanza constituyó, por su parte, el tópico principal de un discurso por el que los intelectuales católicos abogaron por una modelo de secularización intransigente entre otros posibles. Un modelo que defendía la independencia de la iglesia respecto del Estado, la sujeción de las autoridades eclesiásticas y su laicado a los designios de la Santa Sede y la concepción del derecho de patronato como una concesión pontificia, entre otros componentes (Di Stefano, 2011: 10). No por ello, sin embargo, es posible considerar a los editores de La Esperanza y miembros de La Asociación Católica como elementos reactivos. Por el contrario, la producción discursiva de la prensa católica atestigua las propias reconfiguraciones que experimentó el catolicismo en el marco de una sociedad en proceso de transformación. En efecto, la defensa de la libertad de expresión, de imprenta, de asociación, del sufragio universal y de la renovación de poderes, entre otros principios, nos permiten pensar en los puntos de convergencia entre el catolicismo y liberalismo, o, mejor dicho, de que en algunas cuestiones atinentes al orden que por entonces se construía podían “hablar en un mismo idioma” (Fernández Fernández, 2014: 62).
Respecto de la relación entre ciencia y religión, los católicos defendieron, sin concesiones, la histórica, armónica y estrecha relación que, según su perspectiva, mediaba entre estos componentes por ser ambos productos de la divinidad. Y aún más. Concebían a la moral cristiana como el sustrato indispensable de toda forma de conocimiento. Por ello, el gobierno de la población (como un ramo de la ciencia), la educación de los futuros ciudadanos y/o el tratamiento de sus enfermedades, por ejemplo, no eran concebidas como acciones posibles sin el concurso de los principios evangélicos.
Lo expuesto hasta aquí nos permite pensar también en las iniciativas locales en relación a un proyecto católico de naturaleza transnacional (Cárdenas Ayala, 2018; Ramón Solans, 2020) sostenido por una multiplicidad de actores, entre ellos el laicado y sus experiencias asociativas, y dentro de este segmento de la población a un universo variado de productores culturales (intelectuales, publicistas, escritores, etc.) que enarbolaron la bandera del ultramontanismo y que en dicha empresa definieron una identidad particular (Jimenez Ángel, 2016).
En este escenario, y como se ha sostenido para otras latitudes de América Latina, la promoción de la prensa católica constituye una muestra más de que la iglesia se encontraba inmersa, en la segunda mitad del siglo XIX, en una nueva sociedad cuyos contornos ya no se identificaban necesariamente con el catolicismo (Castillo, 2008). En este sentido, La Esperanza puede concebirse como un producto de la secularización y como un medio de expresión de una específica secularización.
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1 Manifiesto de la Asociación Católica (19 de junio de 1884). La Esperanza. p. 1.
2 Nota dirigida por Arturo Dávalos a José Manuel Estrada (30 de octubre de 1883). La Reforma. p.1
3 Nota dirigida por Arturo Dávalos a José Manuel Estrada (30 de octubre de 1883). La Reforma. p.1.
4 Nota dirigida por Arturo Dávalos a José Manuel Estrada (30 de octubre de 1883). La Reforma. p.1.
5 Asamblea católica. Programa (29 de mayo de 1884). La Esperanza. p.1.
6 Pastoral de Rizo Patrón. 1865. Archivo Arzobispal de Salta (AAS).
7 Pastoral de Rizo Patrón. 1865. AAS.
8 Comunicación de Rizo Patrón al Cabildo Eclesiástico. 1865. AAS.
9 Pastoral de Rizo Patrón. 1877. AAS.
10 Nota de Aneiros dirigida a Rizo Patrón. 1877. AAS.
11 Nota de Soliveres dirigida a Rizo Patrón. 1878. AAS.
12 Nota remitida por Piedrabuena y Romero a Rizo Patrón. 1884. AAS.
13 Sobre la fundación de la Asociación Católica (6 de noviembre de 1883). La Reforma. p.1.
14 Al presidente de la Asociación Católica (27 de noviembre de 1883). La Reforma. p.1.
15 ¿Hablaremos de política? (10 de febrero de 1884). La Esperanza. p.1. El subrayado es nuestro.
16 Sobre la fundación de la Asociación Católica (6 de noviembre de 1883). La Reforma. p.1.
17 Inspiración gauchesca (20 de julio de 1884). La Esperanza. p.1.
18 Porvenir siniestro (3 de julio de 1883). La Esperanza. p.1.
19 La máquina va descarrilada (10 de febrero de 1884). La Esperanza. p.1.
20 Unión de los católicos (29 de mayo de 1884). La Esperanza. p.1.
21 Porvenir siniestro (3 de julio de 1883). La Esperanza. p.1.
22 Algo es algo (29 de junio de 1884). La Esperanza. p.1.
23 Porvenir siniestro (3 de julio de 1884). La Esperanza. p.1.
24 Circular (8 de octubre de 1885). La Esperanza. p.1.
25 La Religión y la Ciencia (23 de marzo de 1884). La Esperanza, p.1.
26 La Esperanza. 1884. “De mal en peor”. 20 de marzo.
27 La Esperanza. 1884. “De mal en peor”. 20 de marzo.
28 La Esperanza. 1884. “Los enfermos del hospital”. 23 de mayo.
29 La Esperanza. 1884. “Un informe”. 29 de junio.
30 Comunión de enfermos (29 de abril de 1885). La Esperanza. p.1.
31 Propaganda negativa (23 de mayo de 1886). La Esperanza. p.1.
Enrique Quinteros
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