La prensa católica de interés general frente a la debacle de la dictadura. Los casos de Familia Cristiana y Esquiú entre 1981 y 1983
The Catholic general interest press in the face of the dictatorship's debacle. The cases of of Familia Cristiana and Esquiú between 1981 and 1983
Mariano Fabris
Universidad Nacional de Mar del Plata
CONICET
https://orcid.org/0000-0002-0363-7811
Resumen
Los meses que separan el final de la guerra de Malvinas de la asunción de Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983, constituyeron para la Iglesia y para el catolicismo en general una coyuntura de enorme incertidumbre. Fue también un período de activa intervención de los obispos quienes asumieron un rol mediador y de acercamiento entre militares y dirigentes políticos a través del llamado “Servicio de Reconciliación”. Si bien este proceso ha sido reconstruido a trazos gruesos por la bibliografía existente, se hace necesario analizar al catolicismo más allá de su jerarquía, considerándolo una configuración social compleja, atravesada por disputas de poder y habitada por representaciones diversas sobre la política y el lugar de la Iglesia y la religión en la sociedad argentina. Partiendo de esta presunción, nuestro objetivo es analizar las intervenciones de dos revistas católicas de interés general, Familia Cristiana y Esquiú, considerando en especial sus perspectivas sobre la coyuntura política, sus balances sobre la experiencia de la dictadura y las expectativas frente al proceso democrático.
Palabras clave: Iglesia, prensa, dictadura, democracia
Abstract
The months that separated the end of the Malvinas War from the inauguration of Raúl Alfonsín in December 1983 constituted a period of enormous uncertainty for the Church and Catholicism in general. It was also a time of active intervention by the bishops, who assumed a mediating role and worked to bring together military officials and political leaders through the so-called "Reconciliation Service." While this process has been broadly outlined in existing literature, it is necessary to analyze Catholicism beyond its hierarchy, considering it a complex social configuration, marked by power struggles and inhabited by diverse representations of politics and the role of the Church and religion in Argentine society. Based on this premise, our objective is to analyze the contributions of two Catholic general interest magazines, Familia Cristiana and Esquiú, with a particular focus on their perspectives on the political situation, their assessments of the dictatorship experience, and their expectations for the democratic process.
Keywords: Church, press, dictatorship, democracy
Fecha en envío: 16 de septiembre de 2023
Fecha de aceptación: 21 de noviembre de 2023
Introducción
Los últimos tres años de la dictadura militar se caracterizaron por un crecimiento sostenido de la actividad política -con un salto significativo luego de la Guerra de Malvinas- y por el predominio de un escenario de incertidumbre. Fue también una etapa de reacomodos ante la dinámica cambiante del presente, el pasado que comenzaba a ser objeto de revisión y el horizonte político que emergía con más dudas que certezas. Para la Iglesia y los católicos fue una época de discusión sobre su lugar en la sociedad argentina en momentos en los que la Conferencia Episcopal Argentina (en adelante CEA) jugaba un papel político central proclamando la necesidad de reinstitucionalizar el país, tomaba distancia del régimen militar y favorecía, con todo ello, el reposicionamiento de los partidos políticos y los actores civiles en general. Considerando este proceso, nuestro objetivo es indagar en las lecturas que ofrecieron las dos revistas católicas de interés general más importantes del período, Esquiú y Familia Cristiana.
El interés por la prensa católica ha crecido en los últimos años y si bien todavía predomina un conocimiento bastante fragmentario, es posible reconstruir la trayectoria de medios como Criterio (Acha, 2001; De Ruschi Crespo; 1998; Rapalo, 1990; Borrelli, 2012; Lida, 2015; Lida y Fabris, 2019; Fabris y Pattin, 2022), Orden Cristiano (Zanca, 2013; Vicente, 2015), el diario El Pueblo (Lida, 2012), revistas de alcance local o regional (Bracamonte, 2011; Mauro, 2014), revistas que nuclearon a los grupos tercermundistas y contestatarios en los sesenta (Morello, 2003; Campos, 2016) y aquellas representativas de las corrientes integristas y tradicionalistas (Orbe, 2009; Saborido, 2011; Rodríguez, 2011; Borrelli y Lanfranco, 2012; Scirica, 2012; Cersósimo, 2022; Fabris y Pattin, 2022).
En términos generales, los estudios se concentraron en revistas que reflejaban el pensamiento de grupos intelectuales y corrientes ideológicas más o menos definidas, de manera que quedó en un cono de sombra lo que ocurría con aquellas revistas de interés general que tenían niveles de circulación relevantes entre el laicado católico. Asimismo, los estudios sobre la prensa católica tendieron a soslayar el lugar que ocupaban las revistas en una configuración relacional que incluía en su centro a la jerarquía eclesiástica. En este sentido, nuestro abordaje parte de considerar a la Iglesia católica como una configuración social compleja (Elias, 1999), habitada por actores que disputan los sentidos y representaciones que definen el vínculo entre una creencia religiosa y los diversos aspectos de la vida en sociedad. Entendemos que las revistas católicas -incluso las de interés general que abordaremos- se comportan como actores que pueden, entre otras cosas, “motivar y alentar las movilizaciones de masas por medio de la propaganda, exaltar el compromiso ideológico de sus más fieles lectores, azuzar a los más tibios a fin de ponerlos en movimiento, combatir la hoja enemiga, alentar el voto católico, desalentar el voto rival y enzarzarse en la política callejera y pendenciera” (Lida y Fabris, 2016: 13). Esto sería así porque no se trata de una prensa “hecha sólo para ser leída plácidamente en el living del hogar, sino que fue concebida como arma militante gracias a la cual el católico se nutría de argumentos, de recursos de propaganda y de todo tipo de alicientes para salir a movilizarse a la esfera pública” (Lida y Fabris, 2016: 13).
Las revistas, como parte de esa configuración que es la Iglesia Católica, participan en las relaciones de poder que la constituyen. En esta línea, los estudios centrados en el período conciliar demostraron que las relaciones de poder en el campo católico, el lugar de la autoridad y los márgenes de autonomía frente al ordenamiento centrado en la jerarquía y su control sobre la gestión de lo sagrado, constituían un vector central a la hora de comprender las transformaciones de la Iglesia (Zanca, 2006, Pattin, 2019).
Consideramos que, si bien las dos revistas analizadas reprodujeron en sus páginas las posiciones asumidas por la jerarquía eclesiástica y recurrieron a los documentos episcopales para fundamentar sus propias lecturas, esta incorporación se llevó a cabo desde perspectiva políticas y teológicas particulares. Mientras que en Familia Cristiana el nexo era un catolicismo en clave popular congruente con la línea teología predominante en los documentos de la CEA, en el caso de Esquiú la crítica social en clave antipopular, el antiperonismo y el apoyo a la a la dictadura le dieron forma a una perspectiva poco compatible con las posiciones que asumían los obispos y por lo cual se harían necesarios ajustes significativos en respuesta a la dinámica del proceso.
El abordaje que proponemos se organiza en cuatro apartados. En primer término, describimos brevemente a las revistas objeto de análisis. Luego avanzamos a través de tres apartados organizados bajo un criterio cronológico en los que priorizamos una serie de temas que resultan relevantes para pensar los reacomodos de la Iglesia y los católicos frente a la debacle militar: orden político y democracia, violencia, represión y derechos humanos y el rol de la jerarquía en los diálogos iniciados en 1981 y profundizados luego de la guerra de Malvinas. Si bien las revistas incluían una variedad de secciones, nuestro análisis prioriza el espacio editorial, las columnas de opinión y las notas sobre política y actualidad.
Esquiú y Familia Cristiana: dos revistas para el laicado católico
La revista Esquiú fue fundada en abril de 1960 por los hermanos Luis y Agustín Luchía Puig, editores católicos que habían alcanzado gran éxito a través de la editorial Difusión y que habían administrado el diario El Pueblo entre 1953 y 1955. Esquiú fue, de alguna manera, el intento por recuperar la experiencia de este diario en tanto publicación de interés general, aunque en un formato de semanario moderno destinado a toda la familia en base a secciones sobre política y actualidad, economía, cultura, moda, cocina, deportes, contenidos para los niños etc. La década de 1960 fue su etapa más exitosa coincidiendo con el crecimiento de la circulación de revistas, la modernización del periodismo y el interés por temas relacionados con la Iglesia en el contexto de los debates conciliares.1
Familia Cristiana es editada por la Asociación Hijas de San Pablo (conocidas como Paulinas), congregación centenaria cuya principal tarea es “llevar la Palabra de Dios a través de los medios de comunicación”.2 La revista nació en Italia en 1931 y a principios de la década de 1940 se comenzó a publicar en Argentina. Dado que sigue vigente (desde 2013 en formato digital) es una de las publicaciones católicas más longevas.3 Familia Cristiana también estaba dirigida a toda la familia a través de secciones sobre cocina, moda, belleza, humor, deporte, cine, libros, información internacional etc. De carácter mensual, sus notas no ofrecían un seguimiento pormenorizado de los sucesos de la coyuntura, pero incluía una columna de actualidad firmada y algunas noticias sueltas que sintetizaban y reflexionaban sobre los principales hechos políticos y económicos. No poseemos estadísticas confiables sobre su caudal de lectores, aunque los 75 mil ejemplares en circulación que informaban en 1973 podrían ofrecernos algún parámetro.4
Las dos publicaciones coincidían en su pretensión de llegar a “la familia católica” desde la doctrina de la Iglesia, pero lo intentaban desde perspectivas político-ideológicas, anclajes institucionales, concepciones sobre el rol de la Iglesia y los obispos y miradas sobre las relaciones de poder en el catolicismo, bastante diversas. Entre ellas existía, además, una diferencia que permitirá arrojar luz sobre los posicionamientos que asumieron en los últimos años de la dictadura. Mientras Esquiú tendía a reproducir esa antropología negativa propia del pensamiento liberal-conservador (Vicente, 2015) que proyecta la necesidad de educar y transformar a la sociedad extraviada desde hacía décadas, Familia Cristiana, más atenta a las coordenadas generales de la teología en clave popular, confiaba en la esencia del pueblo como resguardo de valores culturales que las dirigencias debían recuperar y representar. Así, mientras Esquiú partía de aquella perspectiva liberal conservadora, profundamente antiperonista, y buscaba compatibilizar, no sin dificultad, con la ortodoxia transmitida en los documentos episcopales; Familia Cristiana mostró, sobre todo en la primera mitad de 1970, interés en las experiencias del catolicismo comprometido, el trabajo y la militancia en los sectores populares en el marco de una lectura latinoamericanista con contenidos antimperialistas (Fabris, 2023). Si bien la revista no entró en conflictos con la jerarquía ni formó parte de la “constelación tercermundista” (Touris, 2021), sí priorizó el tratamiento de las experiencias pastorales en aquellas diócesis que se mostraban en sintonía con la renovación. Estas perspectivas junto a las críticas desplegadas frente a la deriva represiva del gobierno peronista iniciado en 1973, colocaron a la revista en la mira de la Triple A.5
Si en el caso de Familia Cristiana, el golpe de Estado de 1976 fue vivido con resignación y casi como una deriva lógica de la situación política y económica predominante (Fabris, 2023), en el caso de Esquiú fue interpretado como la oportunidad de transformaciones más profundas y desde allí, junto a otras revistas católicas como Rumbo Social, Papiro o Criterio, manifestaron un grado creciente de apoyo a la promesa refundacional del primer presidente de facto, el Gral. Jorge Rafael Videla.
1981. Cambios en el país y en la Iglesia
1981 fue vivido como un año de cambios en varios niveles y ello quedó reflejado en las publicaciones que estamos analizando. En términos estrictamente políticos, se inició con el reemplazo del general Videla por Roberto Viola en la presidencia de la Nación, el establecimiento de algunos diálogos políticos y la formación de la Multipartidaria integrada por la Unión Cívica Radical (UCR), el Partido Justicialista (PJ), la Democracia Cristiana (DC), el Partido Intransigente (PI) y el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID).
La CEA, en su Asamblea Plenaria de mayo, terminó de darle forma al que sería desde entonces uno de los documentos más trascendentes de la Iglesia en la historia reciente: “Iglesia y Comunidad Nacional” (en adelante ICN). A lo largo de más de setenta páginas los obispos ensayaron, no sin tensiones internas, una relectura de la historia del país, ubicaron a la Iglesia y al catolicismo en la misma y se pronunciaron a favor del retorno de la democracia, que además fue considerada un anhelo compartido por toda la sociedad.6
Esquiú y Familia Cristiana consideraron esta etapa de manera diferente, lo que se explica por sus trayectorias recientes y por las expectativas depositadas en la gestión de Videla. En este sentido, se puede decir que para Esquiú, si bien se abrió un compás de espera, lo que predominó fue el pesimismo tanto por el alejamiento de quien consideraba la figura central de la etapa abierta el 24 de marzo, como por el estancamiento de la proyección política del “Proceso” y por la apertura del diálogo con sectores partidarios o sindicales a los que habían criticado con dureza. El cambio en la cúspide del poder castrense fue acompañado por despedidas “emotivas” a Videla y un reclamo para que el nuevo elenco de gobierno respetara las bases del “Proceso”. En un editorial de fines de marzo de 1981 consideraron que el de Videla había sido “un gobierno de hombres honestos y bien inspirados” que restauró “el principio de autoridad, reimplantó el orden y recuperó la dignidad de la función pública”. Si bien reconocía el “drama de los desaparecidos” surgido en la “severidad de la represión”, también afirmaba que el tema había sido utilizado por “los prófugos de la guerrilla para tejer en Europa y en los Estados Unidos la leyenda negra sobre violación de derechos humanos”.7 En el número siguiente publicaron una “Carta para un general que se va” donde caracterizaban a Videla como un verdadero “Caballero cristiano”.8
Si bien desde la revista aprobaron el compromiso con la reconstrucción democrática anunciado por Viola, también señalaron que no debían tolerarse “desviaciones” como lo era la “actividad sindical en los movimientos políticos”.9 Sin eufemismos, se preguntaron si el peronismo “¿ahora es bueno?” en respuesta a declaraciones del nuevo ministro del Interior, Gral. Horacio Liendo, quien había anticipado que dirigentes del PJ podrían ser interlocutores válidos en el futuro político del país.10 En este marco, la revista apoyó la solicitada que un conjunto de personalidades publicó en el diario La Nación en defensa del “Proceso” y de los principios que lo habían inspirado en 1976. Desde el espacio editorial se sostuvo que aún faltaba mucho por hacer y que sería “un gran suicidio histórico dejar el Proceso de Reorganización Nacional a medio camino o desviarse de él” por lo cual reclamaban “su intensificación y profundización”.11
Familia Cristiana asumió, como anticipamos, otra posición tanto de cara a los cambios que estaban ocurriendo, como hacia el pasado reciente. En este sentido, evaluó con dureza la gestión de Videla -especialmente es su faceta económica-, pero abrió expectativas favorables respecto al nuevo gobierno. Desde entonces, el eje del discurso de la revista sería el de la “unidad nacional” que poco después ganaría espesor con la idea de “reconciliación” en la que insistían los obispos. A su vez, en clara diferencia con Esquiú, esta idea de unidad nacional tuvo como sujeto político privilegiado al “pueblo”.
En el número de abril de 1981, la columna política de la revista se preguntó si el gobierno de Viola iniciaba el tránsito a la democracia, mientras ofrecía un balance del gobierno de Videla que aprobaba “el triunfo de las Fuerzas Armadas sobre la subversión terrorista” -aunque señalaba que se había logrado “través de una guerra de enorme costo humano que ha dejado heridas que permanecen abiertas en la familia argentina”- y criticaba la implementación de “una política económica neoliberal”. 12 Destacaron que el nuevo equipo de gobierno consideraba el peronismo como potencial interlocutor y dialogaba “con representantes gremiales de empresarios y trabajadores”, lo que demostraba su “falta de soberbia”.13
La formación de la Multipartidaria despertó expectativas positivas y fue comprendida como parte de un proceso de “convocatorias” que buscaba abrir el camino para el retorno democrático y que, de alguna manera, los obispos habían reclamado en ICN. Ignacio Palacios Videla identificó las resistencias a tales convocatorias en los polos extremos de derecha (Cabildo y La Prensa) y de la izquierda radical. Allí coincidían “ultranacionalistas de salón, ultraliberales recalcitrantes y ultraizquierdistas iluminados” unidos por una convicción común: “la falta de fe en el pueblo”.14 Palacios Videla, periodista y dirigente socialcristiano que comenzó a tener un rol relevante en la revista, era una figura con una extensa trayectoria en instituciones de la Iglesia (en esta etapa se integraría a la Comisión Justicia y Paz de la CEA) y contaba con un paso por la Democracia Cristiana y por el peronismo. Pero más allá de esta trayectoria, lo significativo era que Palacios Videla había participado en la redacción inicial de ICN (Bonnin, 2012). La revista definió a este documento como el “más importante desde 1969”, lo analizó en profundidad y lo citó para el abordaje de una variedad de temas: la situación política general, la democracia, los DDHH y la necesidad de diálogo y la reconciliación.
En el número de agosto de 1981 se incluyó un suplemento especial íntegramente dedicado a ICN donde se intercalaban extractos del documento con declaraciones de los obispos, particularmente del presidente de la CEA, Raúl Primatesta y del obispo de Morón, Justo Laguna. La lectura que proponía la revista era que el documento debía considerarse fruto del consenso entre todos los obispos ya que solo así tendría la capacidad de articular las perspectivas del conjunto de la Iglesia constituyéndose en una guía para la acción en un momento de profunda crisis social y política. La unidad del episcopado era condición sine qua non para el éxito de su intervención y por ello Palacios Videla llamaba a defenderla a “cualquier precio.”15 Si bien el documento era de por sí importante porque respaldaba la participación de los católicos en los grandes debates nacionales, en el caso de Familia Cristiana existía, además, afinidad con un núcleo de sentido básico de ICN aportado por la llamada Teología del Pueblo que venía ganado predicamento desde los setenta. De hecho, el informe publicado por Familia Cristiana incluía la palabra de Gerardo Farrell, a quien se podía considerar un referente de esta línea teológica.16
Para Esquiú el despertar político fue motivo de honda preocupación. La democracia que se proyectaba en 1981 les resultaba demasiado parecida al pasado y frente a ello consideraban prioritario ordenar la retirada militar y establecer condiciones de cara a la construcción del orden político futuro. Según proponían en la columna editorial “la convocatoria a elecciones” no debía hacerse de manera “abrupta y precipitada”, sino que era necesario definir etapas. En este marco, proponían un método que venía a salvar las distancias entre la función pedagógica que le habían atribuido al “Proceso” -y que suponía la emergencia de una clase política y una ciudadanía inoculadas contra la tentación populista y la demagogia- y la dura realidad que percibían en 1981. La “recomendación” era que se realizara una cuidadosa selección de los tribunales electorales para que a través de un “análisis exhaustivo” fueran eliminados de las listas “todos los indeseables, todos los corruptos, todos los terroristas, todos los ignorantes”. Luego, en las elecciones, solo se elegirían directamente a representantes municipales que se encargarían de la elección del intendente y estos del gobernador. El presidente surgiría del colegio electoral integrado por los gobernadores y, en una segunda instancia electoral, sería el turno de elegir representantes en las legislaturas y el Congreso. Consideraban, finalmente, que a través de este “método gradualista” resultarían “electos ciudadanos honestos e ilustrados” y que con ello las FFAA lograrían “un pacífico y seguro traspaso del poder.”17
Sin negar el clima de desánimo social, Esquiú le otorgó crédito al gobierno de Leopoldo Galtieri, al menos como para restablecer un orden que entendían extraviado.18 En este marco, insistieron en la defensa del “Proceso” frente a la “labor difamadora de los terroristas fugitivos”19 y se enfocaron en las propuestas para generar un espacio político representativo de la “masa de ciudadanos, hoy silenciosa” que había apoyado al gobierno militar pero que en el futuro se vería obligada a “optar entre dos males.”20
El renacer político, que aun con su timidez tanta preocupación despertaba en las páginas de Esquiú, era motivo de esperanzas en las páginas de Familia Cristiana. En septiembre de 1981 Palacios Videla hablaba de “un clima político ventilado y abierto, como no se vivía desde hace mucho tiempo”.21 Esto no significaba otorgarle un cheque en blanco a una dirigencia que, entendía, no debía repetir el pasado y debía interpretar los valores trascendentes que anidaban en el “pueblo” tal como los obispos se lo habían señalado.22 Desde esta perspectiva, Palacios Videla esperaba que la Multipartidaria se conformara como una “multisectorial” integrando a empresarios y sindicalistas. Al mismo tiempo desconfiaba de las intervenciones y condicionamientos que pretendía establecer el gobierno a través del estatuto de los partidos. En respuesta a las fórmulas y la ingeniaría electoral que, como señalamos en el caso de Esquiú, sectores cercanos a la dictadura recomendaban introducir para evitar “el retorno del pasado”, el dirigente socialcristiano y columnista de Familia Cristiana señaló:
“[hay quienes] sostienen la necesidad de inventar una clase nueva de democracia, donde quede garantizada la supremacía de las minorías lucidas e ilustradas sobre la voluntad de las masas ignorantes populistas e inclinadas a la demagogia. Es claro que olvidan un pequeño detalle: en la Argentina o en Tanganika, la única base de una auténtica democracia es la soberanía popular (…) Mala o buena, ésa es la única democracia conocida en el mundo, aunque haya que adaptarla en cada caso al propio genio nacional. Otra cosa no es democracia; puede ser aristocracia, basada en el poder, el dinero, la ‘instrucción’ o ‘desarrollo intelectual’, pero no democracia.” 23
Entre el impacto de la guerra de Malvinas y los desafíos de la postguerra
La guerra de Malvinas impactó de una manera peculiar en el catolicismo y en sus principales actores, incluyendo a la prensa. Tanto el fervor nacionalista -que en algunos grupos vinculados a la Iglesia era un vector determinante de su identidad- como el triunfalismo que predominó en la mayoría de los medios de comunicación, encontraron un límite complejo y costoso de sobrepasar en el compromiso de Juan Pablo II y los obispos -ciertamente, con un convencimiento relativo- en la búsqueda de una salida pacífica. Esto no implicó que el catolicismo se haya ordenado a partir de un discurso sin fisuras que bajaba desde la jerarquía, pero sí que hubo una línea que solo estuvieron dispuestos a ignorar o cuestionar abiertamente aquellos actores católicos que hacían del desafío a los obispos una seña de identidad, como fue el caso de quienes participan en la revista Cabildo (Cersósimo, 2012; Fabris y Pattin, 2022).
En las revistas aquí analizadas la cuestión fue sin dudas más compleja y menos lineal. Esquiú reflejó con claridad esa dificultad que introducía la intervención de la jerarquía. En los primeros momentos del conflicto, Gerardo Palacios Hardy, uno de sus habituales columnistas políticos, avisó que no caería en “lugares comunes que describen sus horrores, ni tampoco en la retórica fácil que busca inflamar los espíritus” porque si finalmente se desataba una guerra, se la debía hacer “y punto”. En tal caso, no dudaba de que Argentina saldría victoriosa. Para Esquiú se había alcanzado un punto peligroso de desánimo en la sociedad por lo que la cuestión de Malvinas se constituyó en la posibilidad de relanzar al Proceso. Palacios Hardy lo hizo bien explícito: “de repente se nos ofrece la oportunidad de estrechar otra vez las filas, así como también la de hacer a un lado todas esas divisiones”.24
El efecto que tenía el conflicto en la sociedad argentina parecía incluso más relevante que la cuestión territorial en sí. “Unidad nacional”, “superación de divisiones”, “entusiasmo” eran frases repetidas en notas y columnas de opinión. Uno de sus cronistas se emocionaba al recorrer la Plaza de Mayo y comprobar esa comunión en el encuentro entre “muchachos de torso desnudo del Tigre y Mataderos con señoras de Avenida Santa Fe”.25 Frente a una lectora que los acusaba de “oficialistas”, no dudaban en responder que “si estar con la defensa de la patria es ser oficialistas, tiene razón: somos absolutamente oficialistas”.26 Según Luis E. Luchia Puig, director de la revista, se estaba viendo lo mejor de la Argentina “la guerra está fraguando con el sudor de los civiles y la sangre de los soldados, un nuevo y mejor arquetipo de nuestra nacionalidad”.27
En los números siguientes en la revista se ensayó, especialmente en las columnas de Palacios Hardy, una lectura en clave antimperialista que apuntaba a la colaboración de EEUU y se entrevistó al Gral. Ramón Camps, definido como un “calificado estratega”, para indagar en las alternativas bélicas. Pero la escalada del discurso belicista llegó a su fin cuando se produjo la visita de Juan Pablo II y poco después la rendición. La “transición”, la posibilidad de un gobierno integrado mayormente por civiles, emergió prácticamente poco después del alto el fuego.
En el caso de Familia Cristiana, si observamos el espacio editorial podríamos concluir que el tránsito por la guerra no produjo grandes tensiones con la actitud asumida por la jerarquía. Sin embargo, en las columnas y notas de opinión aparecieron matices que, si no desafiaron abiertamente el discurso centrado en el reclamo por la paz, sí mostraban la dificultad para compatibilizarlo en medio de la movilización social y las muestras de fervor patriótico.
La idea de una solución pacífica se instaló tempranamente. La tapa del número de mayo incluía una paloma blanca junto a una mano, presumiblemente de un niño/a, que le ofrecía una flor y el título “Malvinas: ¿camino de reconciliación?” El editorial, al tiempo que criticaba a los medios de comunicación que “multiplicaron con exceso y repetitivamente las noticias, haciendo crecer aún más ese ambiente belicista”, expresaba el deseo de que “el resultado que se obtenga sea por el camino de la paz” porque la guerra sería “negativo para todos.”28
Sin embargo, en otras intervenciones el influjo de la Iglesia y el hecho de que se tratara de un gobierno desprestigiado y criticado, no se resolvió con facilidad. Carlos Eroles, dirigente democristiano que colaboraba con la revista, consideraba que por primera vez “en mucho tiempo la Nación se ha expresado casi unánimemente” revelando “la profunda vigencia de valores compartidos”: “El amor a la Patria y la Lealtad, son sentimientos profundamente arraigados (…). Frente a ellos no cabe ni el cálculo mezquino, ni las actitudes intransigentes. Sólo hay espacio para demostrar los vínculos culturales que unen a los argentinos, más allá de las divergencias legítimas”
Estas definiciones eran congruentes con los discursos y perspectivas predominantes en la Iglesia argentina de entonces, tanto en las versiones más tradicionalistas, como en el caso de la Teología del Pueblo. Por ello, la tensión atravesaba a la propia jerarquía que debía intervenir conjugando su pertenencia a una institución universal y el peso de una tradición nacionalista sedimentada en su identidad.
Pero en la intervención de Eroles se manifestaba también otra gama de tensiones. Si, por un lado, aseguraba que no era momento para “ventilar frente al mundo nuestras diferencias políticas”, por el otro, entendía que la unidad “no puede construirse sobre el recurso fácil de tapar los problemas internos existentes, con el amplío manto del enfrentamiento externo”. Por eso, en definitiva, las situaciones que se estaban viviendo, la participación y movilización popular, debían permitir la búsqueda de “soluciones compartidas por todos los sectores en un proceso auténtico de concertación que nos coloque en el camino de la paz, la democracia y la justicia”.29
En el número de julio, además de cubrir extensamente la visita del Papa, Palacios Videla comenzó a proyectar el orden postbélico e identificó una voluntad compartida de “regresar cuanto antes a un régimen democrático, pluralista y representativo”.30 Para Palacios Videla la sociedad argentina había vivido recientemente tres guerras. La “desatada por la demencia terrorista de la subversión y enfrentada por una lucha antisubversiva cruel e inhumana”; la guerra “económico-social, representada por una política económica y social antinacional” y la guerra de Malvinas. En este marco, no había más alternativa que alcanzar la “reconciliación” a partir de los pilares propuestos por los obispos: “la verdad, la justicia, la solidaridad, el amor y el perdón”.31La propuesta centrada en la “reconciliación” defendida en la columna de Palacios Videla se insertaba en una comprensión de la violencia como un proceso extendido durante toda la década de 1970 a partir de la acción de dos polos. Sus consecuencias, solo se superarían tomando distancia de quienes se resisten a ofrecer la verdad y el arrepentimiento y de quienes piden una justicia irrestricta. En definitiva, consideraba que las FFAA debían asumir la responsabilidad de notificar “al país que los 5, 10 o 20 mil argentinos reclamados como ‘desaparecidos’, están muertos”. Desde ese punto de partida se abrirían dos caminos “el de la justicia absoluta de los que no quieren perdonar” o el de “la reparación de los daños posibles y el perdón, que propone la Iglesia”.32
En el marco de un informe especial sobre “La reconciliación desde la juventud”, Palacios Videla planteó que las propuestas de la Iglesia eran la única alternativa frente a posturas “recalcitrantes”.33 En el mismo informe, Carlos Eroles insistió en una reconciliación basada en la verdad y Franklin Obarrio, presidente de la Comisión Justa y Paz del Episcopado, subrayó que para lograr la reconciliación había que tomar distancia tanto de quienes reclamaban “borrón y cuenta nueva” como de quienes pedían una “justicia absoluta”. Además de este grupo de laicos el informe incluyó la intervención del presbítero Lucio Gera, decano de la Facultad de Teología de la UCA, vinculado al MSTM a fines de los sesenta y uno de los referentes detrás de los documentos de Puebla del CELAM e ICN. La intervención de Gera resulta relevante porque nos acerca a los sentidos que, al menos inicialmente, se le intentaron imprimir a ICN y que a través de este documento buscaron fundamentar la intervención de la Iglesia en la transición. Gera, que había tomado distancia de las lecturas en las cuales el enfrentamiento entre “Pueblo y elites/oligarquías” ofrecía una clave explicativa de la historia nacional, definía con claridad los sentidos de las intervenciones de los obispos:
“Para la iglesia lo peor es ‘la disgregación interna’ de la nación, su ruptura interior entre sectores o líneas ideológicas (…) Desde el punto de vista de la ética cristiana, el máximo bien político de la nación es su cohesión interna. El máximo bien es ser pueblo y estar cohesionado como tal. Cuando empieza a disgregarse se encuentra amenazado en su núcleo vital y en su esencia.”34
En definitiva, de lo que se trataba era de acudir a la noción de cultura “haciendo entender a los bandos o sectores en pugna que tienen vinculaciones culturales comunes”.
Si para Familia Cristiana la guerra había sido un impasse, luego del cual retomaron el reclamo por una transición democrática enmarcada en la idea de reconciliación, en el caso de Esquiú, habiendo confiado en que la guerra relanzara al gobierno, debieron afrontar la crisis definitiva a partir de un replanteo más profundo de sus posicionamientos frente a la violencia y la represión, la democracia y el rol de la propia jerarquía eclesiástica. Ya no había espacio para proponer, como habían hecho menos de un año antes, fórmulas capaces de salvar algo de la utopía procesista de 1976. Desde el momento mismo de la derrota se debatieron entre la integración en el consenso democrático mayoritario y la resistencia anclada en las vertientes más tradicionalistas del catolicismo.
Una columna de Palacios Hardy a comienzos de julio de 1982 sintetizó una de las lecturas que ofreció Esquiú, sumamente crítica del presente y del renacer político y atravesada por la frustración del “Proceso”:
“la situación es precisamente grave porque no todos lo advierten. La reiteración de consignas, la contumacia en hacer del voto un fin en sí mismo, la porfía en la persecución de fórmulas que probaron su ineficacia, la confusión deliberada entre unión y contubernio, son algunos de los males que prueban esa inadvertencia. Otra vez las ideologías contra el país real y por eso, otra vez el escepticismo arraigado en el pueblo, otra vez la frustración, otra vez ese funesto sentimiento de que a esto no lo arregla nadie.”35
Las columnas de Héctor Simeoni, uno de los periodistas de la revista más cercanos a las FFAA, transmitían sensaciones parecidas. En una de ellas, alarmado por el renacimiento de la actividad política advirtió: “No sea cosa que, por no advertirlo, nos despertamos un día con un señor barbudo en la Casa Rosada que nos diga ‘Oye chico, he venido a liberarte con la revolución marxista”.36
Este tipo de discursos se conjugó con las preocupaciones de un sector del Episcopado por algunas de las aristas del proceso de apertura política y cultural, fundamentalmente el “destape” y la posible sanción de una ley de divorcio. En esta dirección, floreció el vínculo con Emilio Ogñenovich, obispo de Mercedes, presidente del Secretariado Permanente para la Familia de la CEA y referente de la “cruzada” contra el destape y el divorcio. En las ediciones de Esquiú aparecieron entrevistas, columnas firmadas por el obispo y el suplemento En Familia, editado por el Secretariado y que incluía a Ogñenovich como director y varios periodistas de Esquiú como miembros del staff.
Al mismo tiempo, la revista buscaba adaptarse al nuevo escenario político apoyando las propuestas reconciliadoras del Episcopado y ofreciendo una mirada menos inquisidora de la dirigencia política partidaria y sindical. En este marco, organizaron un ciclo de charlas en un hotel de la Capital Federal por el que pasaron varios dirigentes importantes como Oscar Allende (PI), Deolindo Bitel (PJ), Carlos Contin (UCR), representantes de partidos minoritarios como Rafael Martínez Raymonda (Partido Demócrata Progresista), Francisco Manrique (Partido Federal) e incluso el almirante Eduardo Massera, quien en su intento por reconvertirse políticamente antes de la retirada militar, había lanzado el Partido para la Democracia Social.
La propuesta de reconciliación de la Iglesia se convirtió en esta etapa en uno de los principales ejes de intervención de Esquiú. Ahora bien, llegados a este punto, es importante señalar que los sentidos de esa reconciliación variaban y ello, en lo que específicamente se vinculaba a la violencia y la represión, se tornaba visible en la definición de los pasos que permitirían alcanzarla. Las principales diferencias se daban en el vínculo entre los pares verdad-justicia y amor-perdón. Familia Cristiana había insistido en ello subrayando que el conocimiento de la verdad era un paso imprescindible. Esquiú tendió a poner foco en el segundo momento: “la reconciliación debía basarse en la verdad y en la justicia, pero sobre todo en la solidaridad, en la caridad, en el amor.”37 No es posible definir con claridad cuál de las lecturas se acercaba más a la propuesta de los obispos. Si solo se observan los documentos colectivos del Episcopado, es posible afirmar que lo que predomina es la idea de un entrelazamiento entre los polos de la justicia y el perdón. Sin embargo, cuando se analizan las posiciones individuales de los obispos, emergen interpretaciones diversas que, además, se iban ajustando a la dinámica del proceso político y judicial (ver Fabris, 2013b).
Entre finales de 1982 y principios de 1983, Esquiú enfocó el tema desde dos lecturas que presentaban diferencias significativas. Primero fue una entrevista a Primatesta donde el arzobispo cordobés entendió a la reconciliación como la búsqueda de “caminos fundamentales de solución” dejando para después “las cosas más perfectas, más trabajadas”. Ante la urgencia de la situación, había que “asegurar el edificio”, reconciliarse y dejar “para otro momento lo que pueda ser de interés más particular.”38 En el número siguiente, Palacios Hardy ofreció otra versión que, aun citando a los obispos, parecía cuestionarlos. Para el columnista “reconciliación” era una “buena palabra” si se ponía en claro su significado ya que para algunos “se trata de provocar impulsos sentimentales” y se lograría “con sensaciones de arrepentimiento y amor al prójimo” olvidando que “el sentimiento, casi por definición, es efímero”. Para el columnista, uno de los requisitos básicos para que la reconciliación “sea algo más que una mera expresión de deseos, consiste en restaurar el orden de la inteligencia, desalojando de ella tantos errores acumulados a lo largo de años”, abandonando ambigüedades y devolviendo “a los argentinos una creencia firme en la existencia de un orden natural, superior tanto a la voluntad del pueblo, cuanto al arbitrio de los gobernantes” La “verdad” invocada por los obispos no se reducía a “a sacar los trapitos al sol”, sino que estaba “en las normas inmutables a las que deben sujetarse los hombres”.39
Poco después este tipo de críticas se replicaría en una entrevista a Jorge García Venturini, donde el intelectual liberal-conservador combinaba una mirada negativa del retorno de los políticos y el descreimiento ante una formula reconciliadora impracticable.40 Así, en torno al tema de la reconciliación la revista parecía estar avanzando por un terreno tensionado entre la búsqueda de ejercer el lugar de voz oficiosa de la jerarquía y las afinidades político ideológicas que caracterizaban su contrato de lectura y que resultaban poco congruentes con el lugar que estaba asumiendo la Iglesia en la transición.
El final de la dictadura
Durante los seis meses previos a las elecciones se aceleraron los procesos y debates que venimos describiendo. La cuestión de la reconciliación, la reorganización de la vida política, la participación de los obispos y la emergencia de temores entre el tradicionalismo por las aristas más conflictivas de la apertura, atravesaron a los actores católicos.
En abril de 1983 Esquiú entrevistó a Antonio Quarracino, obispo de Avellaneda, para consultarlo sobre el tema de la reconciliación a la luz de su propuesta de una “ley de olvido”. En la nota el obispo asoció el olvido a un abordaje “más cristiano” del problema como alternativa a la propuesta de “solucionar todo por tribunales de justicia”41 Ante los cuestionamientos que recibió por parte de otros miembros de la jerarquía, Esquiú reiteró la máxima de San Agustín: “En lo esencial, unidad; en lo opinable, libertad, y en todo, caridad”42 Poco después, la revista tuvo que poner en práctica este principio ante las divergencias que surgieron en el Episcopado frente al Documento Final con el que la dictadura pretendió dar un cierre al debate sobre el pasado. En este sentido, consignaron que para Quarraccino era un documento “valiente” y “bien hecho”, mientras que para Esteban Hesayne, obispo de Viedma, era “falso e inmoral porque justifica los medios criminales empleados en la represión”.43
Estas divergencias entre los obispos le permitieron a la revista exponer sus propias posiciones con mayor autonomía. Palacios Hardy se preguntó qué hacían “los padres que hoy lloran a sus hijos” mientras el “veneno hada su efecto”44 y Álvarez Lijó sostuvo que “los censores implacables de las FFAA marginan el origen de la represión” por lo que el documento hacía bien en recordar que “fueron las “formaciones especiales”, aplaudidas por “un dictador en el exilio, las que desataron el terror”45
En Familia Cristiana también se le brindó atención al informe del gobierno. La columna de Palacios Videla consignó que salvo “excepciones individuales”, el informe gubernamental había concitado el rechazo generalizado, comenzando por el de los propios obispos.46 En su lectura, reiteró un esquema de equiparación entre la violencia guerrillera y su represión que fundamentaba el distanciamiento social frente a la violencia “de distinto signo”. En este sentido, consideró que en la medida en que “para combatir al terrorismo, se usan sus mismos procedimientos y tácticas criminales, nos encontramos frente a un terrorismo de Estado”. Conceptos como “Terrorismo de Estado” o “Doctrina de Seguridad Nacional” o la vinculación entre represión y política económica, se estaban introduciendo en la revista, aunque con significados que podían diferir de los que se utilizaban en otros espacios, como el movimiento de DDHH.47 Considerando los pasos necesarios para la “reconciliación”, encontraba en el documento ausencia de arrepentimiento, de un compromiso explícito para no reiterar “las modalidad ilegitimas de la lucha” y de información referida al destino de las víctimas. De todas maneras, consideraba positivo que el documento reafirmara el nexo causal entre “el terrorismo subversivo y el terrorismo de Estado” y, de cierta manera, que confirmara que los desaparecidos estaban muertos porque, aunque se trataba de una afirmación cruel, era una forma de terminar “con el mito de los desaparecidos que deben aparecer con vida”, un pedido de cumplimiento imposible “detrás del cual hay a veces una ilusión y una esperanza recóndita de los familiares, pero se esconde otras veces un juego político montado sobre el dolor de esos familiares.”48 Estas lecturas de Palacios Videla se insertaban en un universo bipolar que desde el pasado reciente se proyectaba a la actualidad. Si antes habían chocado “la ideología de la seguridad nacional” frente a “la ideología marxista”, ahora el problema se planteaba entre quienes “no se arrepentían” y quienes buscaban la “justicia absoluta”. El “pueblo”, mientras tanto, se mantenía ajeno frente a estos enfrentamientos.49
Luego de las reacciones que suscitó el Documento Final, en septiembre fue el turno de la llamada “Autoamnistía”. En las páginas de Esquiú se informó de un encuentro entre el presidente Reynaldo Bignone y la Comisión Ejecutiva de la CEA donde el primero leyó el anteproyecto de ley y los obispos se comprometieron a tratar el tema en la Comisión Permanente. Sin embargo, lejos de lo que pretendía el gobierno, la jerarquía no logró una posición consensuada frente a la proyectada ley. En el último tramo de agosto y luego de la reunión de la Comisión Permanente, Esquiú reprodujo las declaraciones del secretario del Episcopado, Juan Carlos Galán, en las que afirmaba que los obispos no creían que sea parte de su función decir algo sobre un tema que era “opinable” por lo cual no era posible “dar un juicio que obligue necesariamente a la conciencia de los fieles”50
Definido este marco, tanto en Esquiú como en Familia Cristiana reprodujeron los posicionamientos individuales de los obispos que, en general, se pronunciaron en desacuerdo con la decisión asumida por el gobierno.”51
Los diálogos e intercambios que la CEA estaba desarrollando con dirigentes políticos, empresarios y sindicalistas, fue otro tema que generó reacciones dispares en el catolicismo. Cuando en agosto de 1983, luego de un encuentro con representantes de la CGT, el Equipo de Pastoral Social afirmó en un comunicado que hacía suyas las propuestas económicas de la entidad sindical, la polémica en torno a la intervención política de los obispos volvió a plantearse. Tanto Esquiú como Familia Cristiana abordaron el tema y si bien las dos revistas aprobaron la actuación del Equipo de Pastoral Social, los tonos y argumentos utilizados fueron bien diferentes. Esquiú publicó un informe especial en el que volcaba las opiniones de dirigentes y periodistas. Allí, Álvaro Alsogaray deslizó una crítica moderada al sostener que en la intervención de los obispos podía leerse “cierto aval implícito a lo propuesto por la CGT y la Multipartidaria.” Palacios Hardy, por su parte, subrayó que la Iglesia estaba más allá de las cuestiones técnicas y que tal vez había existido un error en la redacción del comunicado del Equipo de Pastoral Social.52 La perspectiva más crítica fue la del economista Juan Carlos de Pablo que caracterizó como “pobrísimo” el documento que recogía las propuestas de la CGT y consideró que la Iglesia no lo había tomado desde el punto de vista técnico “porque no tiene con qué”. La expresión de apoyo más firme provino de Palacios Videla, también convocado por Esquiú, quien entendió que era “la última propuesta para evitar el estallido social” por lo cual le otorgaba su “más ferviente adhesión”. En las páginas de Familia Cristiana Palacios Videla redobló su apoyo a los obispos al considerar que estaban buscando soluciones que eviten caer en “un verdadero caos social incontrolable”.53
De cara a las elecciones, Esquiú desplegó una crítica general al tono de la campaña, aunque se puede presumir que tenía como principal destinatario al peronismo. En el editorial “Retorno sin corrección” sostuvieron que había faltado “cultura en los expositores para la defensa del propio ideario” y se habían omitido los errores “cometidos por los partidos durante su gestión administrativa”. Ante este panorama aseguraban que, por “caridad” se podía aceptar que los responsables de los “desbordes” del pasado vuelvan “arrepentidos por la misericordia de Dios, a la acción política solicitando el favor popular en la campaña electoral”. De todas maneras, esperaban que “la omisión de los candidatos haya sido salvada con el recuerdo de los electores” para la “felicidad de la República”.54
Luego le consultaron a dirigentes e intelectuales católicos cuál debía ser la actitud de los laicos frente a las elecciones. Entre las voces convocadas, Carlos Floria propuso diferenciar “problemas”, como el del aborto o el divorcio que podían ser sustantivos, de “cuestiones” que constituían problemas más decisivos y que solo resolviéndolos se podría avanzar sobre los demás problemas. El ejemplo que utilizaba Floria cuestionaba indirectamente a la revista y a toda la campaña lanzada por Ogñenovich desde el Secretariado para la Familia:
“Porque si el divorcio que es un problema sustantivo, va determinar mi voto, creo que me equivoco enormemente. Lo que debo atender primero es la reconstrucción de una Argentina civilizada en la cual pueda yo tener una familia no asediada por un contexto salvaje. Me pregunto si voy a tener tiempo de discutir el divorcio en medio de un contexto en ‘estado de naturaleza’ como ha sido la Argentina de los últimos doce años.”55
Al llegar a la última etapa de la dictadura, en Esquiú predominaba una mirada negativa. Palacios Hardy alertaba sobre la excesiva confianza que transmitían los políticos creyendo que podrían obtener soluciones solo poniendo “en vereda a los militares” o asegurándose “que siempre haya elecciones”,56 mientras desde la columna editorial, se preocupaban porque el pueblo “sepa” votar y que con ello “disipen, para siempre, los mandatarios prepotentes, los masificadores de pueblos, los mercaderes del odio”57
El triunfo de Alfonsín abrió un compás de espera donde se superponían factores favorables, como la derrota del peronismo, pero también dudas por la política que implementaría el nuevo gobierno con respecto del pasado, la cultura o la familia. En los meses siguientes la convivencia de estas perspectivas se haría más tensa expresando la dificultad de conjugar lo que entendían beneficioso en términos de reconstrucción de la democracia y las derivas del propio proceso democratizador. Así, mientras se destacaba la trayectoria política de Alfonsín, la composición de su gabinete o la rapidez para anunciar medidas, lo que revelaba que el presidente tenía “dotes de estadista”,58 desde las columnas que firmaba Ogñenovich y Néstor Paulino Tato se anticipaban nuevos frentes de conflictos que ocuparían las páginas de la revista en los años siguientes (Fabris, 2013a).
En cuanto a Familia Cristiana la etapa previa a las elecciones se encaró con una cuota mayor de optimismo que se alimentaba no tanto del presente, sino de las expectativas sobre el futuro. Convocaron a votar a partir de algunos principios defendidos por la Iglesia, como el “derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte” y el “respeto a la familia”, pero también por principios más generales que recogían anhelos compartidos por la mayoría de la sociedad en el tramo final de la dictadura como “la dignidad de la persona”, la libertad, la paz o el “acceso de todos a la educación, a la vivienda y a la salud”.59A la hora de reseñar la trayectoria de los dos partidos que definirían la elección, caracterizaron a la UCR como “el gran defensor de la vigencia de la Constitución, las libertades civiles, políticas y públicas y la honestidad y austeridad administrativas” y al peronismo como el movimiento político, social y cultural “defensor de la justicia social, del protagonismo de los trabajadores y los más pobres” y el impulsor de un “proyecto nacional en el cual coincidieron la mayoría de los argentinos”.60 Palacios Videla, por su parte, reclamó la colaboración entre los partidos para encontrar, como pedía la Iglesia, “convergencias nacionales básicas”61 Destacó a los dos partidos mayoritarios y aunque subrayó las raíces cristianas del peronismo, criticó la elección de Herminio Iglesias como candidato en Buenos Aires porque le restará apoyo del electorado independiente y de clase media.”62 En línea con esta crítica, una vez consumado el triunfo radical afirmaron “La derrota del peronismo traduce el anhelo de una mayoría del pueblo por un nuevo estilo de gobierno”.63
A modo de cierre
El análisis de dos revistas de interés general como Esquiú y Familia Cristiana nos permitió un acercamiento a algunos de los discursos que en el final de la dictadura interpelaron a los católicos “de a pie”, aquellos que participaban en grupos e instituciones de la Iglesia -que era por donde circulaban estas revistas- y que probablemente tuvieran una relación más distante con las publicaciones circunscriptas a espacios de sociabilidad intelectual o grupos bien definidos en términos ideológicos o políticos.
La etapa seleccionada se presentó como especialmente compleja tanto por el marco general que aportaba la crisis del “Proceso”, como también por el rol protagónico que estaban desempeñando los obispos. En este sentido, la actitud de la prensa católica frente a jerarquía se revela como uno de los desafíos más importantes para actores que se encuentran insertos en una configuración social cruzada por disputas de poder y que en ella siempre ocupan un lugar subordinado frente a la autoridad. La voz de los obispos tuvo una presencia destacada en las dos publicaciones, aunque es posible señalar dos aspectos interesantes. En primer lugar, las revistas no fueron simples correas de transmisión de aquello que decían o hacían los obispos. Cada una realizó una intervención sobre los discursos, donde priorizó algunos aspectos y marginó otros, reinterpretó y explicó en función de sus propias perspectivas y con ello buscó interpelar a sus lectores. Un segundo aspecto que se deriva es que en los casos estudiados la mayor o menor afinidad que tuvieron las publicaciones frente a la dictadura insidió también en el vínculo con la jerarquía y los obispos. En este sentido, si en el caso de Familia Cristiana es posible reconocer entre 1981 y 1983 un línea de continuidad donde la crítica a la gestión de las FFAA, las propuestas para la transición y las expectativas frente al horizonte democrático buscaron siempre fundarse en el rol y los discursos de los obispos, en el caso de Esquiú conviene hablar de ajustes y reacomodos provocados por el naufragio de un proyecto de transformación radical de la política argentina en el cual habían depositado sus expectativa en 1976. Por ello, 1981 fue vivido como el momento de “salvar algo” de la promesa refundacional y la guerra de Malvinas, como la posibilidad de un verdadero relanzamiento del “Proceso”. Solo cuando el final de la guerra determine la imposibilidad de esas alternativas, se volcarán con más decisión a respaldar y reproducir las intervenciones de la jerarquía, enfatizando en la veta más tradicionalista y defendiendo frente a sus propios lectores los vínculos de la jerarquía con aquellos actores que la propia revista había fustigado poco antes.
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1 En el año 1962, por ejemplo, el promedio de ejemplares por edición fue de 74500. El promedio se mantuvo en niveles similares hasta el final de la década del sesenta para comenzar a descender luego. En 1974 y 1975 se llegó a los índices de circulación más bajos. Durante los primeros tres años de la dictadura militar se produjo un repunte notable, sin embargo, a partir de 1980 las ventas volvieron a caer. En vísperas del retorno democrático el nivel de circulación había descendido a 27000 ejemplares Datos suministrados por el Instituto Verificador de Circulaciones (Ver Fabris, 2013a).
2 Entrevista a la Hna. Claudia Carrano, realizada por el autor a través de un cuestionario, febrero de 2020.
3 Familia Cristiana, enero-febrero de 1973, p. 3.
4 Familia Cristiana, enero-febrero de 1973.
5 En 1975 su directora, la religiosa Elena Oshiro, fue amenazada de muerte y desde entonces no aparecieron notas firmadas ni integrantes del staff editorial hasta después del golpe de Estado de marzo de 1976.
6 CEA (1981). Iglesia y Comunidad Nacional. Buenos Aires: Claretiana.
7 Editorial “Del caos al orden”, Esquiú, 22 al 28 de marzo de 1981 p. 4.
8“Carta a un general que se va”, Esquiú, 29 de marzo al 4 de abril de 1981, p. 12. La posición que asumía la revista sintonizaba con sus lectores al menos eso se desprende de los resultados de la encuesta que lanzaron para elegir al “Argentino más amado” y que tuvo a Videla en los primeros puestos detrás de José de San Martín.
9 Editorial “Realismo Superación Continuidad”, Esquiú, 29 de marzo al 4 de abril de 1981, p. 15
10 “El peronismo: ¿ahora es bueno?”, Esquiú,19 al 25 de abril de 1981, p. 3.
11 Luchía Puig, Agustín “Cultivas la memoria”, Esquiú, 19 al 25 de abril de 1981, p. 48.
12 De Unanué, Ignacio, “El gobierno de Viola: ¿tránsito hacia la Democracia?”, Familia Cristiana, abril de 1981, p. 10
13 Familia Cristiana, mayo de 1981, pp. 10 y 11.
14 Palacios Videla, Ignacio “Tiempo de convocatorias”, Familia Cristiana, agosto de 1981, p. 20.
15 “Una doctrina colegial”, Familia Cristiana, agosto de 1981, p. 38. En realidad, como ha sido reconstruido (Bonnin, 2012) el núcleo del documento fue elaborado por un grupo reducido y sobre ese núcleo avanzaron con correcciones y modificaciones los obispos dando como resultado un texto en el que convivían las diferentes líneas teológicas y políticas que integraban la CEA
16 “Una doctrina colegial”, Familia Cristiana, agosto de 1981, p. 40.
17 Editorial “¿cómo elegir a los mejores?”, Esquiú, 27 de septiembre al 3 de octubre de 1981, p. 6.
18 Centinela “Nueva etapa y sus esperanzas”, Esquiú, 27 de diciembre al 3 de enero de 1982, p. 3.
19 Editorial “El Terrorismo”, Esquiú, 17 al 23 de enero de 1982, p. 12.
20 Álvarez Lijó, Moisés “La forja de un nuevo partido”, Esquiú, 21 al 27 de febrero de 1982, p. 8.
21 Palacios Videla, Ignacio “Política y economía. La luz contra la sombra”, Familia Cristiana, septiembre de 1981, p. 16.
22 Palacios Videla, Ignacio “Argentina 1984: clave e incógnita” Familia Cristiana, octubre de 1981, p. 18.
23 Palacios Videla, Ignacio, “Argentina 1982: propuestas para la esperanza”, Familia Cristiana, enero-febrero de 1982, p. 38.
24 Palacios Hardy, Gerardo “¡Argentima … de pie!”, Esquiú, 11 al 17 de abril de 1982, p. 3.
25 Carbonari, Eugenio, “Reflexiones acerca de la Plaza de Mayo ’82”, Esquiú, 25 de abril al 1 de mayo de 1982, p. 5.
26 Esquiú, 9 al 15 de mayo de 1982, p. 14.
27 Luchía Puig, Luis E., “La mejor Argentina”, Esquiú, 9 al 15 de mayo, p. 3.
28 La Dirección “Opción por la paz”, Familia Cristiana, mayo de 1982, p. 3.
29 Eroles, Carlos, “Malvinas: ¿camino de reconciliación?”, Familia Cristiana, mayo de 1982, p. 20
30 Palacios Videla, Ignacio, “Después de la guerra”, Familia Cristiana, julio de 1982, p. 4.
31 Palacios Videla, Ignacio “Las tres guerras de la Argentina”, Familia Cristiana, agosto de 1982, p. 20.
32 Palacios Videla Ignacio, “La resurrección del miedo”, Familia Cristiana, noviembre de 1982, p. 18.
33 Palacios Videla, “La reconciliación desde la juventud”, Familia Cristiana, diciembre de 1982, p. 37.
34 Gera, Lucio, “La esperanza cristiana”, Familia Cristiana, diciembre de 1982, p. 49.
35 Esquiú, 4 al 10 de julio de 1982, p. 2.
36 Simeoni, Héctor, “Vengo a liberarte, chico”, Esquiú, 25 al 31 de julio de 1982, pp. 2 y 3.
37 Álvarez Lijó, Moisés, “Concertación para la reconciliación”, Esquiú, 14 al 20 de noviembre de 1982, p. 6.
38 Esquiú, 26 de diciembre de 1982 al 1 de enero de 1983, p. 6.
39 Palacios Hardy, Gerardo, “Reconciliación y verdad”, Esquiú, 2 al 8 de enero de 1983, p. 3.
40 Esquiú, 6 al 12 de marzo de 1983, p. 6.
41 Rubín, Sergio “Entrevista a monseñor Quarraccino”, Esquiú, 17 al 23 abril de 1983, p. 6.
42 Esquiú, 1 al 7 de mayo, p. 6.
43 “Pluralidad pastoral y valoraciones”, Esquiú, 8 al 14 de mayo de 1983, p. 7.
44 idem
45 Álvarez Lijó, Moisés, “Racconto en el documento sobre los desaparecidos”, Esquiú, 8 al 14 de mayo de 1983, p. 8.
46 Palacios Videla, Ignacio, “La sociedad rechazó el informe sobre la lucha antisubversiva”, Familia Cristiana, junio de 1983, p. 16.
47 Vale recordar, hablando de espacios y dirigentes católicos, que en 1981 Emilio Mignone y Augusto Conte habían presentado en Paris la tesis del “paralelismo global” aportando una mirada específica del despliegue sistemático y planificado de la represión.
48 Palacios Videla, Ignacio, “La sociedad rechazó el informe sobre la lucha antisubversiva”, Familia Cristiana, junio de 1983, p. 17.
49 Palacios Videla, Ignacio, “De la ‘guerra sucia’ a la reconciliación”, Familia Cristiana, julio de 1983, p. 49.
50 “Ley de amnistía: materia opinable para la Iglesia”, Esquiú, 21 al 27 de agosto de 1983, p. 11.
51 Esquiu, 2 al 8 de octubre de 1983, p. 6
“Opiniones sobre la amnistía”, Familia Cristiana, agosto de 1983, p. 82.
52 “¿Es su deber intervenir en lo político-social?” Esquiu, 14 al 20 de agosto de 1983, p. 10.
53 Palacios Videla, Ignacio, “El dialogo Iglesia CGT: reconciliación”, Familia Cristiana, agosto de 1983, p. 5.
54 Editorial “Retorno sin corrección”, Esquiú, 23 al 29 de octubre de 1983, p. 4.
55 “Los católicos ante las urnas”, Esquiú, 23 al 29 de octubre de 1983, p. 10.
56 Palacios Hardy, Gerardo “El camino real” Esquiú, 30 de octubre al 5 de noviembre de 1983, p. 6.
57 Editorial “Sepa el pueblo votar”, Esquiú, 30 de octubre al 5 de noviembre de 1983, p. 8.
58 Editorial “Perspectivas de Alfonsín”, Esquiú, 4 al 12 de diciembre de 1983, p. 6.
59 Editorial “Votar valores”, Familia Cristiana, septiembre de 1983, p. 3.
60 “Peronismo y Radicalismo: la opción electoral”, Familia Cristiana, septiembre de 1983, p. 38
61 Palacios Videla, Ignacio, “Lucha electoral y unidad nacional”, Familia Cristiana, septiembre de 1983, p. 48.
62 Palacios Videla, Ignacio, “Incógnitas e interrogantes”, Familia Cristiana, octubre de 1983 p. 7.
63 “Alfonsín: un nuevo estilo”, Familia Cristiana, diciembre de 1983, p. 18.