Amor al prójimo: interioridad y correctivo de las relaciones humanas en Søren Kierkegaard

 

Love of neighbor: interiority and corrective of human relationships in Søren Kierkegaard

 

J. Sebastian David Giraldo

Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, Medellín, Colombia

jhoandavid@elpoli.edu.co

ORCID: 0000-0003-0404-5364

 

Leandro Sánchez Marín

Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia

Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, Medellín, Colombia

leandro.sanchez@udea.edu.co

ORCID: 0000-0002-6837-1081

 

DOI: https://doi.org/10.53439/stdfyt54.27.2024.143-164

 

Resumen: Søren Kierkegaard se autodefinía como el espía del cristianismo, con la misión de revelar su verdadero significado en un mundo que se llama cristiano pero no lo es. Señala problemas sociales, sin descuidar la importancia de la interioridad en el amor cristiano, que impiden que el cristianismo se viva según las Escrituras, que mandan amar al prójimo como a uno mismo. Este amor cristiano es una exigencia radical que busca superar el egoísmo y fomentar relaciones auténticas y saludables. Kierkegaard subraya que el amor cristiano debe desarrollarse desde la interioridad de los individuos singulares (Enkelte) y actuar como correctivo en las relaciones humanas, que están deterioradas. Este texto expone una praxis del amor que, para Kierkegaard, adquiere un carácter correctivo de las relaciones malogradas que no pueden llevar a cabo el mandato de la ley, para el fomento de relaciones sanas.

 

Palabras clave: amor al prójimo, interioridad, mandato divino, correctivo, cristianismo

 

Abstract: Søren Kierkegaard defined himself as the spy of Christianity, with the mission of revealing its true meaning in a world that calls itself Christian but is not. He points out social problems without neglecting the importance of interiority in Christian love, which prevent Christianity from being lived according to the Scriptures, which command us to love our neighbor as ourselves. This Christian love is a radical demand that seeks to overcome selfishness and promote authentic and healthy relationships. Kierkegaard emphasizes that Christian love must develop from the interiority of singular individuals (Enkelte) and act as a corrective in human relationships, which are deteriorated. This text presents a praxis of love that, for Kierkegaard, takes on a corrective character for broken relationships that cannot fulfill the command of the law, aiming to foster healthy relationships.

 

Keywords:  love of neighbor, interiority, divine command, corrective, Christianity

 

Recibido: 23/06/2024

Aceptado: 06/09/2024

 

 

Introducción

 

¿Qué hay más suave que el amor?, ¿y qué más severo, más celoso de sí, más correctivo que el amor?

Søren Kierkegaard, Las obras del amor

 

Søren Kierkegaard en ocasiones se ha definido a sí mismo como el espía del cristianismo que está al servicio de un poder más alto (1972, p. 106) porque siente que tiene la misión de presentar el verdadero cristianismo en un mundo que, si bien se hace llamar cristiano, no lo es. En medio de su misión, Kierkegaard observa una serie de problemáticas que apuntan al hecho de pensar que el cristianismo es una cuestión social, mundana, que hacen que el cristianismo no se lleve a cabo de la manera que se expresa en las Escrituras. Así pues, entre diversas observaciones, este autor sugiere que existe una cierta tendencia de los seres humanos a asociarse, pero esta disposición antropológica fundamental no lleva necesariamente al establecimiento de una vida comunitaria saludable ni a su continuidad. Se puede admitir que las personas necesitan relacionarse con otras para asegurar su existencia, pero esta práctica no demuestra que se pueda erradicar el egoísmo, y mucho menos teniendo en cuenta todas las tendencias negativas que Kierkegaard observa en la Modernidad a lo largo de su obra. Por el contrario, la sociedad acaba por provocar un aumento progresivo del egoísmo y la irreverencia.

Uno de los elementos que Kierkegaard expone para hacer frente a la mundanidad, tendencia que tiene que ver precisamente con la indiferencia y el interés particular, es el amor cristiano: la afirmación de que Dios es amor. A través de este amor se pretende erradicar el egoísmo. Sin embargo, el mandato del amor se manifiesta como lo más aborrecido en la sociedad, ya que el amor cristiano es de abnegación respecto de la relación con el otro. Por ello, llevar a la práctica el ideal del amor cristiano es lo más difícil, porque va en contra del egoísmo que se ha establecido en la sociedad. El auténtico cristianismo al que se refiere Kierkegaard se ha visto tergiversado por los mismos que se hacen llamar cristianos. Si bien el mensaje del cristianismo ha existido por más de dieciocho siglos, ello no quiere decir que hayan existido auténticos cristianos.

Para Kierkegaard el cristianismo manifestado históricamente en la Modernidad ha confundido los preceptos del mensaje del Evangelio. Este cristianismo, al que se denomina cristiandad, se ha ajustado y flexibilizado como moneda de cambio en función de las masas, en vez de estar comprometido con la anunciación de la verdad. Pero, de acuerdo con Kierkegaard, quien ama cristianamente siempre permanece en la relación. Aunque Kierkegaard (2006) no lo manifiesta de manera tan directa, pensamos que ha intentado, a través del amor, corregir todas las tendencias degeneradas y mundanas de la sociedad que se despliega ante sus ojos. Esta consideración se sustenta, inicialmente, en la idea de que el amor cristiano puede superar las imperfecciones del amor mundano en sus variantes predilectas.

El objetivo de este texto es mostrar cómo el amor cristiano es un correctivo de las relaciones humanas. El amor cristiano entendido como exigencia busca superar el egoísmo y ayudar al otro a ser independiente. Este se nos presenta como una exigencia radical, que fomenta positivamente el desarrollo de las relaciones entre los seres humanos y sirve como constante advertencia de las formas inauténticas de las mismas. Por eso es importante que se interiorice y se mantenga a lo largo de la vida esta forma de amar, pues un solo acto de amor no es suficiente. Así pues, exponemos, primero, el amor como la plenitud de la ley; seguido a esto, nos referimos a la relación de este concepto con la interioridad de los individuos singulares (Enkelte); y, por último, señalamos la idea de la corrección de las relaciones humanas, que, a criterio de Kierkegaard, están deterioradas y por ello no pueden llevar a cabo el mandato de la ley.

 

El amor es la plenitud de la ley

 

Kierkegaard, a lo largo de su obra, se refiere en repetidas ocasiones al amor y sus manifestaciones. Hace uso del concepto de diferentes formas, de acuerdo con el contexto. El amor se describe como un sentimiento, un estado de ser, una experiencia vital, una pasión y también como un anhelo constante. Pero en medio de este conjunto de referencias se destaca la idea del amor cristiano, la del amor como un deber, como mandamiento (Aumann, 2013; David Giraldo, 2024; Evans, 2004). Esta forma del amor, que para Kierkegaard (2006, p. 35) es la auténtica, es la que se expone en su libro Las obras del amor, fundamentada en la ley regia del Evangelio: “amarás al prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,39). El tema central de este libro es precisamente el amor y las diversas formas que puede tomar, sin que ello signifique la descripción completa y definitiva de estas formas, ni la totalidad de las formas en las que el amor se pueda manifestar. Con La Ley enunciada por el Evangelio, Kierkegaard pretende llevar al lector a la acción misma antes que a la contemplación. En gran cantidad de escritos, Kierkegaard se refiere al lector con una invitación a la conciencia de su condición y a la acción. De ahí la importancia del amor para la práctica del cristianismo. El autor no se inmiscuye en el desarrollo de todo un entramado conceptual tradicional para definir qué es el amor. El amor no se puede conocer por un ejercicio de conceptualización, sino en la misma práctica del amor.

El libro pretende irritar al lector, pero también conducirlo para que reflexione “hasta qué punto sus ideas de lo que significa el amor, en la práctica, se trastocan una vez que la noción se concibe en la categoría del individuo singular” (Hannay, 2003, p. 376)[1]. Ser un individuo singular implica ser un sí mismo, único y distinto, sin que eso signifique perder nuestra humanidad, sino serlo en suma expresión. De acuerdo con Kierkegaard, las obras del amor realizadas de acuerdo con el ideal cristiano no sólo ofenderían las sensibilidades de la sociedad moderna, sino que, a la vez, las normas mundanas hacen que el auténtico cristiano parezca un tonto. Llevar a la práctica el amor cristiano es peligroso y quizá no conveniente mundanamente. Esta práctica del amor va en contravía de la sociedad misma.

El amor cristiano es el sacrificio de una parte del amor propio, que es egoísmo, para mantener la unión con los otros. Además, el mundo entiende por ley lo que él mismo ha concebido. No todos tienen noción de la entrañable idea del amor y la exigencia de la ley. Kierkegaard presenta el amor y su verdad haciendo excesivo hincapié en la dimensión del sacrificio que conlleva. Surge la necesidad de un salto cualitativo, una decisión, un compromiso amoroso desinteresado, que suscite la interioridad suficiente como para garantizar un amor verdadero y profundo. Con este movimiento interior, surgen los valores más importantes, los que ponen al individuo en relación con lo absoluto.

Si bien Kierkegaard (2006) observa de manera problemática la definición de conceptos, especialmente los referidos a los filosófico-teológicos, está haciendo referencia a la definición que daría Pablo sobre la pregunta qué es el amor: “el amor es la plenitud de la ley” (p. 124). Esta es la mejor expresión que pone fin a la discusión sobre lo que es el amor (Dickinson, 2018). ¿Por qué esta definición termina encerrando la discusión sin más vueltas? Esta definición no es una cristalización de los conceptos a formas inamovibles o meramente contemplativas, sino que es una incitación directa al cumplimiento del mandato, a la acción. Se pretende por la obediencia a la ley regia del cristianismo que sugiere que “has de amar a tu prójimo como a ti mismo”. Una y otra vez Kierkegaard hace referencia a que el amor cristiano es obrar, por eso no se queda en las palabras, ni en las promesas. Más bien, se traduce en obras que se preocupan por la salvación del otro, el fomento de su ser y el crecimiento de todas sus potencialidades para llegar a ser un yo.

El enfoque cristiano está en el actuar de la Palabra y sufrir por ello y no en el conocer, o más bien, no permite quedarse en la pura especulación. Por eso todas las respuestas del cristianismo están enfocadas en interiorizar y llevar a cabo la tarea, mas no en meramente saberla. El conocimiento de esta puede retrasar la acción si se queda en la contemplación. Si se pregunta “¿qué es el amor?” o “¿quién es el prójimo?” se puede caer en la distracción de la multiplicidad y en la particularización y desvío de la tarea de amar. Esta pregunta se presta quizá para buscar evasivas, perder el tiempo y justificarse en el hecho de no actuar por no saber quién es el prójimo. Además, para ser estrictos, no puede ser discutida, ya que para el cristiano se trata de una revelación divina más que de conocimiento positivo (Dip, 2010, p. 15). Pero la definición dada por Pablo de Tarso da cuenta de que el amor es un capturar al que pregunta, particularmente a él, en la tarea de obrar. El amor cristiano está cabalmente en cada manifestación, por ello no se puede considerar como inactividad.

Precisamente Cristo llegó a ser la plenitud de la ley porque él era lo que ella exigía; él se manifestaba plenamente como la ley regia de amar al prójimo como a sí mismo. Cristo era amor y su amor la plenitud de la ley. Este ha cumplido a cabalidad la orden del Padre, sin promesas ni reproches a la acción; era todo actividad, pues era puro amor, entrega y sacrificio. Su amor estaba manifiesto en todo, tanto en lo más pequeño como en lo más grande; siempre amó a todos sin reparos ni distinciones temporales, incluso ningún ser humano se ha amado tanto a sí mismo como Cristo lo ha hecho hacia ellos. Cristo cumplió a cabalidad la tarea de amar al prójimo, no obstante, con su muerte la ley se mantiene para cada ser humano. La ley se mantiene para que los individuos amen, con Cristo como su eterna medida y modelo para cumplir plenamente la tarea.

Sólo el amor puede llevar a cabalidad el proyecto de la ley. Pero la ley no se agota con el cumplimiento de todos los mandamientos como si fuera una suma, pues esta consiste en ser inagotable: “el amor es la plenitud de la ley, ya que la ley, a pesar de todas sus muchas determinaciones, es algo indeterminado, mas el amor es la plenitud” (Kierkegaard, 2006, p. 133). La ley es determinante y vuelve a serlo una y otra vez, pero jamás alcanza la suma de lo que es el amor. La palabra suma no se puede agotar en el hecho de contar, de agregar obras. No muchas obras alcanzan la plenitud de la ley. Esta es una tarea constante a lo largo de la vida: “el amor no es ningún escabullirse de las tareas” (p. 136). No importa cuántas obras se realicen, la tarea es constante y permanente, se ha de ejecutar una y otra vez.

Por eso podemos afirmar que la ley misma nunca alcanza la plenitud, pues esta se halla en constante hambre, en búsqueda de más determinaciones. El amor exige, el amor da, el amor es vida en términos de abundancia y la ley exige la abundancia del amor, los frutos del amor. Por eso el amor es la plenitud de la ley. Sólo en el máximo grado de amor constante a lo largo de la vida se alcanza lo que la ley exige. El amor quiere tener cerca todas las determinaciones de la ley, además confiere plenitud y determinación. Kierkegaard insiste frecuentemente en el imperativo “debes amar”:

 

El amor cristiano es el que descubre y conoce la existencia del prójimo, y, lo que es lo mismo, que cada uno es. Si amar no fuera deber, tampoco existiría el concepto de prójimo; solamente cuando se ama al prójimo, solamente entonces queda erradicado lo egoísta de la predilección y preservada la equidad de lo eterno. (p. 67)

 

El amor no es una relación entre ser humano y ser humano, como se cree en el mundo, sino entre “hombre-Dios-hombre”, de acuerdo con Kierkegaard, ya que Dios es la determinación intermedia en la relación. Cuando Dios es la determinación intermedia del amor, allí es posible juzgar lo que es verdaderamente amar, si hay o no amor en el acto que se realiza. Todo ser humano pertenece a Dios y no debe atreverse a contrariarlo, sino a cumplir con su mandato. Dios enseña cómo se ha de amar al prójimo. Así se salva del autoengaño o alucinación (McCreary, 2011). Por eso, el amor verdadero siempre debe conducir a Dios y debe tratar de señalar a otro ser humano el camino hacia Dios. No se ama verdaderamente si ante todo no se pone la relación primero con Dios (Huls, 2011a). Toda relación sin este movimiento está condenada a lo efímero; de ahí que el amor erótico (Elskov) sea insuficiente para el cristianismo. Para un verdadero amor cristiano (Kærlighed) es necesario que tanto amante como amado comprendan a Dios como determinación intermedia del amor. Amar al prójimo es ayudarlo a amar a Dios, afirma Kierkegaard (2006, p. 137), por lo que ser amado es ser ayudado por otro para amar a Dios.

Pero sólo en esta vía puede ser entendido lo que es el amor verdadero. El mundo no puede ser la medida del amor. Poner la autoridad de las determinaciones de la ley del amor en el mundo no es conveniente, pues entonces la determinación de la ley tendría que ser una exigencia de convenio mutuo al cual todos deben someterse, pero el amor no es un contrato social. Esto retrasa la exigencia de la ley, al intentar enterarse sobre cuál es la exigencia. Cuando la determinación de la exigencia es meramente humana es apariencia fantástica. No hay esquema riguroso que determina qué hay que hacer, sino cómo hacerlo, cómo actuar; se deja abierto a la determinación humana y, por tanto, a la incertidumbre sobre qué se puede hacer y qué no. No hay una única forma de amor presente en nuestras relaciones sociales, pero el cristianismo reconoce sólo un tipo de amor, es decir, el amor espiritual, el amor al prójimo, el cual es la base y está presente en cualquier otra expresión de amor: “podemos encontrar que el amor es la raíz o la base sobre la cual construyes, pero es tanto el construir como lo que se construye” (Hannay, 2008, p. 111). Pero ¿qué es lo que se construye?

 

El amor es una exigencia de interioridad

 

Según Kierkegaard (2006), todo discurso cristiano es un discurso trasladado, es decir, el uso del discurso y la conciencia de este “ha realizado el tránsito o se ha dejado pasar al lado de allá” (p. 253). El discurso cristiano da cuenta del salto cualitativo hacia lo religioso, por lo que ya no hay un mero uso del discurso en términos naturales, sino igualmente espirituales. Si bien puede haber un uso común, pero el sentido cambia, en tanto que el espíritu humano ha dado el salto cualitativo en la interioridad (Ferreira, 1997; Rotenstreich, 1983). Esto no implica un abandono del mundo por parte de quien ha dado el salto a la espiritualidad, sino que su grado de conciencia de sí y del mundo se ha cualificado. Ser cristiano, entonces, no quiere decir que se niega el mundo en el que se vive, sino asumir lo que manda la ley regia en el mundo.

Una de las palabras sagradas que representan lo trasladado es “edificar”. Kierkegaard (2006) resalta que edificar tiene una connotación de construir hacia arriba, pero “todo el que edifica construye, pero no todo el que construye edifica” (p. 255). Y agrega que edificar quiere decir construir desde los cimientos, levantar algo en altura “desde los fundamentos”. Por eso, para nuestro autor, edificar es propiamente levantar, pero lo que se construye hacia arriba es proporcional a la profundidad de aquellos cimientos. Edificar se refiere a la construcción de cimientos firmes del espíritu. Pero en la construcción de un edificio, los cimientos se hacen con un material distinto de la edificación como tal, en el espíritu tanto la base como lo que asciende sobre ella son en ambos el propio amor (Svensson, 2015).

Kierkegaard hace especial énfasis en que edificar no es un privilegio de individuos superdotados, como ocurre con el conocimiento, la poesía, la belleza, etc. La condición de la edificación es el amor; si hay amor, el individuo puede edificar, “y lo hará con su vida, su conducta, su comportamiento cotidiano, en el trato con sus iguales, mediante su palabra y su expresión” (Kierkegaard, 2006, p. 258). El amor es el fundamento más profundo de la vida de todo ser humano. Entonces en todo ser humano están puestos los cimientos. Entender que el amor edifica es precisamente presuponer que en el corazón del otro con quien se relaciona hay amor, pues es un presupuesto antropológico, que debe ser construido desde los cimientos y manifestado (p. 262). Un individuo singular no puede depositar en otro el amor en su corazón, pues es Dios quien lo hace; más bien lo que hace el amoroso es presuponer que hay amor en el corazón del otro ser humano (Carlisle, 2021). Por eso, Kierkegaard llega a afirmar que el trabajo del amoroso es como si no lo hiciera en absoluto, ya que el amor pasa sutilmente desapercibido justo cuando más trabaja.

Suponer que el amor ya está dado hace que la tarea sea precisamente dar vida a esos cimientos a través de las obras, de hacer prosperar tanto el amor que se conozca por sus frutos. En donde parezca que falta amor, también se trata de ayudar a que el amor sea manifestado: “el amor no es una cualidad existente para sí, sino una cualidad mediante la cual o en la cual tú existes para los demás” (Kierkegaard, 2006, p. 270). Cuando el amoroso ya supone el amor como el fundamento de todo, por tanto, al amor como fundamento en el otro, entonces se convierte en un individuo esencialmente libre que puede trabajar y orientar su propio ser desde su fundamento más profundo. Amar al prójimo es tener la esperanza en él, como un ser capaz de optar por el bien. Y en esta esperanza, entonces, el amor todo lo cree y todo lo espera, no busca su interés particular, no se regocija en medio de la injusticia, además lo excusa todo, no lleva consigo envidia ni rencor, es paciente, lo soporta todo, en palabras de san Pablo (p. 268).

Como ya se ha enunciado, no es el qué de la acción, pues no hay un catálogo en el que uno pueda determinar de manera a priori cuál acción es amorosa y cuál no, el centro de la acción está dirigido más al cómo de la acción y no al qué. Precisamente es allí, en el cómo de la acción, donde está el énfasis de Kierkegaard con respecto al amor. No hay una palabra o acción que de por sí podamos considerar como amorosa en su manifestación, sino que esta se manifiesta precisamente en el acto mismo.

Amar es un acto de fe en tanto que cree que el amor constituye el fundamento de todo, tanto en uno mismo como en el otro (Krishek, 2009; Russell, 2015). Es relevante destacar que la fe, en principio, dirige al individuo singular hacia su propio interior, es decir, orienta al individuo respecto de un asunto que lo ubica al nivel de una conciencia, esto como si estuviera aislado del resto, completamente interiorizado y sintiéndose literalmente sólo en el mundo, sólo en presencia de Dios (Kierkegaard, 2009, p. 223). Y esto implica que la tarea corresponde a un individuo y la responsabilidad de la acción recae sólo sobre él. Parte de la tarea es conducir al prójimo a encontrar la verdad de la interioridad.

Kierkegaard reclama para el individuo singular una conciencia subjetiva, donde lo divino sea obra de la propia reflexión interior, esto es, de la propia autoconciencia La capacidad de elegir entre las opciones que presenta el entorno externo es importante, pero lo que más hay que reconocer a cada persona es su capacidad de decisión interna, su capacidad para enfrentarse a su propia realidad y su capacidad para determinar el rumbo de su existencia final (Rodríguez, 2012, p. 18). La tarea de hacerse cristiano sólo puede ser comprendida en el salto cualitativo hacia la interioridad de sí. A través de una profunda interioridad, adoptando ese enfoque subjetivo de ser, es posible alcanzar la auténtica verdad y experimentar un amor genuino. Pero ¿cuál es, por su parte, la interioridad exigida? En virtud de este cuestionamiento, Kierkegaard manifiesta que del amor puramente humano exige además de interioridad, también devoción y sacrificio, pero sólo lo hace de una forma puramente humana. Por lo tanto, la devoción de interioridad consiste en satisfacer a cualquier costo la representación del amado sobre lo que es el amor, o al menos decidir arriesgadamente, por cuenta propia, lo que es el amor y manifestarlo. No obstante, en un sentido divino, la interioridad exigida no está determinada por la relación en sí, sino por la relación con Dios. Esta interioridad es la de la abnegación, que no está relacionada con una representación detallada y particular del amor por parte del amado, sino más bien con la ayuda que se brinda al amado para que también ame a Dios (Kierkegaard, 2006, p. 163).

Para nuestro autor, el amor radica en lo interior, como la determinación de la pura interioridad. Dios manda a amar desde esta interioridad radical enunciada sobre el amor. Precisamente por esta interioridad es que el cristianismo adquiere sentido. Privado de interioridad, el amor cristiano se deteriora. Sin este origen, el amor sólo sería un asunto imaginario, ficticio, fugaz. Aquí es necesario aclarar que en Kierkegaard existe una forma del amor engañoso que se emplea para engañar a los demás por su propio bien. Mark L. McCreary (2011) nos ofrece algunas consideraciones sobre este asunto:

 

En sus obras tardías, Kierkegaard aboga por una especie de amor engañoso por el cual uno desconcierta o engaña a otra persona por el bien de esa otra persona. El fundamento teológico de este modo de amor se encuentra en la imitación de Cristo. En otras palabras, así como Jesús adoptó una incógnita, así también los cristianos deben, a veces, mostrarse diferentes o más bajos para ayudar a los demás. (p. 25)

 

Por eso para Kierkegaard, tan propenso a los éxtasis románticos, la estética se queda a menudo corta debido a la ausencia de interioridad (Larrañeta, 1990, p. 230). Al amor no se le puede buscar en la exterioridad, pues su vida se encuentra velada, se encuentra como fundamento de cada ser humano. Nunca nadie ha visto al amor cristiano ni a Dios, pero sus existencias son creídas. El amor es una cuestión de conciencia, así que los cambios que hace el cristianismo son cambios en silencio, en la interioridad de cada individuo. Como dice el mismo Kierkegaard (2006) sobre el cambio que hace el cristianismo con respecto a la mundanidad: “acontece de la manera más apacible, más celada, ya que sólo pertenece a la interioridad celada del ser humano, a la esencia incorruptible del espíritu silencioso” (p. 172). En ese salto de conciencia, lo exterior permanece como estaba, pero en la interioridad todo ha cambiado (Aponte, 2020). Por esto no se trata de igualdad en la exterioridad, como se hace a través de la cultura, según Kierkegaard, sino que tanto hombres como mujeres, o cualquier otro prójimo, son iguales en la interioridad y ante Dios. La búsqueda de cambios en la exterioridad es una mediocre compensación que se queda en lo temporal y pierde lo eterno (Kierkegaard, 2006, p. 174).

No se trata de excluir la exterioridad, tampoco de sumergirse en un monte o un convento en absoluta soledad. El cristiano se casa, tiene hijos, pero esto no lo ha de desviar de su tarea divina. Si bien el amor se halla en la interioridad, la práctica se ha de ver reflejada externamente hacia el prójimo. Entonces, el cristiano no se aísla del mundo ni se aleja de las propias actividades diarias. Por lo tanto, la afirmación de que sólo la interioridad satisface las exigencias del amor es insuficiente, porque, de ser así, el cristianismo quedaría reducido a una abstracción sin sentido y fuera de la realidad. Kierkegaard (2009), en Ejercitación del cristianismo, señala esto de manera irónica:

 

En la oculta interioridad, todos son cristianos; ¿quién se atrevería a negarlo, si quien se dedicase a negarlo correría muy seguramente el peligro de pasar por auscultador de los corazones? Por lo tanto, nadie puede negarlo. De este modo, el que cada uno sea cristiano en la ocultez interior se ha convertido en un misterio misteriosísimo que, por decirlo así, casi ha quedado cerrado en la cerradura: ya es imposible saber si estos miles y miles de cristianos son realmente cristianos, pues todos lo son, según se dice, en la oculta interioridad. (p. 219)

 

De acuerdo con Luis Guerrero Martínez (2014), con respecto a lo expuesto por Kierkegaard, para no pasar por auscultador de corazones basta con que cada uno se dedique a confesar el mandato de Cristo en medio de la cristiandad. Es de notar que Kierkegaard suele hacer una distinción tajante entre los términos “cristianismo” (Christendom) y “cristiandad” (Christenhed). El primero se refiere a la auténtica manifestación de la exigencia del mandato del amor al prójimo en consideración de su radicalidad; mientras que el segundo hace alusión a la forma históricamente desarrollada, pero pervertida, de la enseñanza del cristianismo, que se ha flexibilizado y mundanizado. A ningún cristiano le corresponde juzgar las acciones de otro, es a Dios a quien corresponde esto. Pues Dios juzgará la propia coherencia y, en esa medida, señalar a un prójimo es señalarse a sí mismo, ya que hacer cualquier cosa contra el prójimo es hacerlo también contra Dios; por lo tanto, también hacia sí mismo (Kierkegaard, 2006, p. 437). El deber es individual más allá de que la tarea sea amar al prójimo.

El cristianismo es el que enseña a amar al prójimo como una cuestión de conciencia antes que a una forma predilecta (Krishek, 2008). Antes que ver a la esposa o al amigo ellos son prójimo y, por lo tanto, se tiene el deber de amarlos. Por eso no se puede decir que el cristianismo enseñe una forma particular de amar al amigo, al hijo o a la esposa, más bien enseña cómo “has de amar de una manera general-humana a todos los seres humanos. Y es este cambio a su vez el que cristianamente transforma la pasión amorosa y la amistad” (Kierkegaard, 2006, p. 177). Si bien el amor cristiano enseña a amar sin tener en cuenta las diversidades o inclinaciones, no las pretende eliminar. “El amor al prójimo ve y confirma que el otro es otro, confirmando lo propio del otro, distinguiéndolo de uno mismo” (Grøn, 2005, p. 38), pero esto no es lo determinante para amarlo.

 

El amor es un correctivo

 

En el mundo vemos, según Kierkegaard, que la ley regia no se ha llevado a cabo, pues nadie es lo que esta exige y el mandato parece deformado. Los seres humanos se pasan la vida sin un conocimiento pleno de lo que exige la ley. Esta ley se muestra como proyecto y el amor es la ejecución de dicho proyecto, llevándolo a plenitud; sólo el amor puede cumplir lo que determina la ley. Así es como el amor se presenta como correctivo, pues es el único en llevar a cabo el mandato. Cada uno tiene la obligación de amar, algo que se ha desviado en la sociedad. Y cumplir con la exigencia de la ley es precisamente corregir las relaciones interpersonales que se basan en el egoísmo. El egoísmo, para Kierkegaard, está constantemente acechando; esto no sólo se manifiesta bajo la forma de amor propio, sino que también está tanto en el amor de pareja como en la amistad, al igual que en el resto de las relaciones humanas (Muñoz Fonnegra, 2005, p. 50).

Esta forma de amar al prójimo se puede hacer aun yendo en contra de los propios intereses. Este amor, sin embargo, no obliga a sentir algún tipo de afecto íntimo por alguien que no nos es agradable, o que ofende, tampoco implica tener que ser amigo de quien ha agraviado. De esta manera, el amor debe encontrar en su despliegue una forma en la cual no predomine en extremo el amor propio o el amor desbordado por el prójimo. Para Kierkegaard, la asimetría entre el amor propio y el amor al prójimo es una estrategia de rehabilitación en lugar de un ideal moral. Para corregir una tendencia común hacia el extremo opuesto, nos recomienda ser más latitudinarios con los demás que con nosotros mismos (Aumann, 2013, p. 198). Por esto el amor requiere abnegación de uno mismo, lo que significa que no se trata de romper nuestra identidad, sino de comprender que el amor y la interioridad pueden ser compartidos con los demás. Lo que la ley exige es una interioridad cuya actividad incluya al otro desinteresadamente en la propia actividad mediante la abnegación y renuncia a la recompensa, o al honor, que impide actuar inmediatamente y amar al prójimo, independiente de como este actúe.

Así pues, el amor es una invitación a actuar inmediatamente hacia el prójimo: “cuanto mayor fuera tu amor, menos tiempo tendrías para deliberar acerca de si estás en lo cierto o no” (Kierkegaard, 2007, p. 312). No han de ser consideradas las promesas ni las deliberaciones, sino que se debe actuar inmediatamente. Por lo que en la acción no puede haber mera palabrería, no puede haber promesas, que expresan la debilidad y el escape del hombre mismo con su tarea. Este tiene que ser práctico, algo de lo que no se tiene que reflexionar ociosamente, sino que debe impulsar a actuar. El amor al prójimo es una tarea constante de dar. Vale la pena mencionar, con respecto a esta cuestión del dar, a Erich Fromm (1982) en El arte de amar cuando afirma que dar es fundamentalmente el carácter activo del amor, no recibir. La persona que da, agrega:

 

da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él (da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza), de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. (p. 33)

 

El amor como plenitud de la ley es íntegro y está concretamente en cada una de sus manifestaciones, lejos de la inactividad. Siempre es acción, por eso no está oculto, si bien sí su vida, sus manifestaciones siempre han de ser visibles, siempre activas, siempre siendo plenas como ley (Huls, 2011b).

Este amor lleva consigo un contenido normativo fuerte y radical, que inspira positivamente el desarrollo de las relaciones humanas (David Giraldo, 2024, pp. 127-139). Kierkegaard presenta el amor como un correctivo, cuya pretensión es eliminar el egoísmo bajo la idea de la mera consideración del yo y reconocer la existencia del prójimo y amarlo como a sí mismo. Se renuncia a todo beneficio, ayudando al prójimo a ser independiente. Esto implica un cambio significativo en la percepción del individuo de sí mismo y, por lo tanto, una constitución de su propia subjetividad. Por eso es necesario que esta idea del amor se interiorice, de ahí la importancia de la intensidad de la reflexión, pero que se exterioriza mediante los actos. El acto de amar requiere un largo proceso de aprendizaje y purificación interna y externa. Este proceso de aprendizaje comienza con las formas primordiales e incluso instintivas del amor, donde el ego tiene un papel predominante, y avanza hacia un amor sublime que se ha liberado del ego y ha alcanzado niveles máximos de plenitud (Torralba, 2016, p. 417). Este es un amor que no se queda con una acción caritativa, sino que se realiza a lo largo de la vida. Kierkegaard afirma que mandar a amar al prójimo como a sí mismo puede abrir el corazón del egoísmo. El objetivo principal del amor al prójimo es el bienestar del otro, mientras que el egoísmo busca el bienestar propio; “el hecho de que el otro alcance su propio bienestar debe convertirse en nuestra preocupación fundamental” (Rodríguez, 2015, p. 81).

De acuerdo con Ferreira (2001), la idea del cristianismo como correctivo la toma Kierkegaard de la obra de Martín Lutero. En La autoridad secular, Lutero (1974) se refiere a la deformidad en la que ha caído socialmente el mandato de Cristo; incluso insiste en pretender instruir a la autoridad alemana para ir por el recto camino y que “no conviertan para su beneficio los mandamientos de Cristo en consejos” (p. 129). Según Lutero, los mandatos de la ley divina corrigen situaciones que han hecho problemáticas la relaciones entre los seres humanos, como asesinar, por ejemplo. Sin embargo, estos mandamientos se han deformado a tal punto que se conciben como meros consejos para los perfectos. Pero el mundo no cae en la cuenta de que el mensaje del mandamiento es radical y para todos por igual; Cristo no quiere que se anule ni lo más mínimo algo del mandamiento. La palabra de Cristo está destinada a todos, ya sean perfectos o imperfectos:

 

La perfección y la imperfección no consisten en obras; no lo determina tampoco ningún orden externo especial entre los cristianos, sino que radica en el corazón, en la fe y en el amor, por lo cual el que más cree y ama es perfecto, aunque exteriormente sea varón o mujer, príncipe o labrador, monje o laico. EI amor y la fe no producen sectas ni diferencias externas. (p. 133)

 

La ley del cristianismo no es la misma que la de la autoridad secular, si todos fuesen verdaderos cristianos, no sería útil ningún tipo de autoridad secular que imponga orden en la sociedad, según Lutero. La necesidad de una autoridad secular es en función de una situación social donde las enseñanzas del cristianismo se han visto deformadas y los verdaderos cristianos escasean. Por su nivel de interiorización de la ley, los verdaderos cristianos no dependen de leyes ni derechos seculares, ya que su motivación es guiada por el Espíritu y la fe para hacer lo bueno y lo justo, incluso más allá de lo que todas las leyes pueden enseñar (p. 134). Es decir, su motivación interna y su compromiso con los principios espirituales los llevan a actuar de manera ética y justa sin depender únicamente de regulaciones externas. Además, si bien acá se ha manifestado el carácter antropológico de amor, recordemos que este igualmente debe ser edificado. Esto es importante recordarlo porque más allá de esa potencialidad igualmente el ser cristiano o piadoso no se dan por naturaleza, sino que son condiciones que han de ser edificadas. Según Lutero, todos son pecadores y Dios establece la ley para que no se atrevan a poner en práctica su maldad con obras malintencionadas. Precisamente la ley es la que enseña a reconocer la falta y que el individuo se levante hacia la gracia y fe en Cristo. Vemos que la ley divina se manifiesta en virtud de corregir las prácticas mediante la cuales se cae en la falta y la maldad.

Así pues, el libro Las obras del amor lleva consigo la marca de ser un correctivo similar a como lo concibe Lutero en sus escritos. Kierkegaard a lo largo de su obra ha expuesto las tendencias mundanas en las que ha caído la sociedad donde se flexibiliza lo verdaderamente cristiano y la enseñanza de Cristo. Kierkegaard se resistió a las prácticas que se consideraban cristianas pero que en realidad eran una traición, ya que intentaban reemplazar los requerimientos de las exigencias religiosas con una versión secularizada de la vida. Se opuso también a las formas reconocidas históricamente como cristianas que, en lugar de representar lo que la ley regia espera de la actividad cristiana, han reducido la radicalidad del mandato con una mundanización de la existencia. El mandato se independiza de las formas de la mundanidad que impiden amar al prójimo por la situación de la sociedad de la época (Ferreira, 1999, pp. 65-79). Recordemos la expresión “el amor es la plenitud de la ley” de Pablo, pues esta da cuenta de ese carácter de perfeccionamiento del actuar de la humanidad a través de la práctica del amor cristiano. Mediante la práctica del amor se lleva a cabo el mandato de Dios, se gana lo eterno.

La exigencia ética va más allá del ámbito de la interioridad, pues el amor auténtico se manifiesta en las acciones morales que no pueden ser separadas de la propia experiencia en el mundo real, donde ocurren las interacciones en las que se expresa el amor a través de las obras. Ser cristiano no se limita a conocer una doctrina, sino en vivirla plenamente; y amar al prójimo implica ejercitar este amor en el presente, en las acciones cotidianas. Algunos intérpretes afirman que el pensamiento de Kierkegaard ofrece un buen diagnóstico crítico social de la modernidad, sin embargo, no es posible considerarlo como un pensador social fundamental, ya que su énfasis en el individuo lo lleva a ser en cierta medida un evacionista de la realidad que lo rodea (Collins, 1990, p. 205). Si bien no es posible afirmar que de acá se desprenda de manera tajante una filosofía social fundamental, la crítica que se le hace es cuanto menos problemática, ya que el planteamiento de Kierkegaard se refiere a una ética radical con implicaciones en el aquí y ahora, no para un plano más allá de la terrenalidad. Para una ampliación sobre la discusión de si es posible considerar a Kierkegaard un pensador social fundamental, véase David Giraldo (2021, pp. 111-139).

El amor no es una categoría atemporal; el prójimo es aquel que está ahora más cerca, el que hoy está necesitado, al que se le debe ayudar hoy. El rechazo del cristianismo es al carácter mundano. Y al ser cristiano se elige “aceptar el mandato divino de amar al prójimo y los deberes que impone, a pesar de la aparente locura de la realización de las obras de amor que se concretan” (Quinn, 1997, p. 636). Por eso llevar a la práctica el amor cristiano es peligroso y quizá no conveniente desde una perspectiva mundana.

La manifestación histórica del cristianismo ha sido a través de un cristianismo mundano y laxo, es decir, la cristiandad. Para Kierkegaard, se trata de introducir el verdadero cristianismo dentro de la cristiandad, fomentando relaciones auténticas consigo mismo y con los demás, lo que de cierta manera justifica los ataques de Kierkegaard hacia esa ilusión llamada la cristiandad (Nowachek, 2016). Mediante el auténtico amor se corrige la tergiversación en la que ha caído el mandato, haciendo pasar el amor pasional y la amistad como auténticos, por supuesto, mientras dura. Según Guerrero Martínez (2014, p. 64), no basta con una mejora superficial en el estilo de vida, sino que se requiere un verdadero cambio, un salto cualitativo. Agrega que sólo a través de este cambio es posible que el individuo singular comprenda su propia debilidad, su condición de pecador y la necesidad de auxilio y gracia divina.

Los correctivos deben ser formulados con cuidado, pues pueden ser engañosos o poco comprendidos. Para Kierkegaard (1976) “el énfasis luterano en la fe ahora se ha convertido simplemente en una hoja de parra para la evasión, que además no es cristiano” (p. 70). El amor en su dirección exterior y la responsabilidad del individuo están enmarcados en la forma en que la fe ha sido tomada como una excusa para no esforzarse. La interioridad que Kierkegaard quiere corregir tiene un marcado énfasis exagerado en lo externo y la reciprocidad. Según este criterio, “la apelación a la gracia salvadora ha sido mal interpretada de modo que ha caído a la equivalencia de laicidad, por lo que trae el contrapeso de la abnegación” (Ferreira, 2001, p. 20). Como ya hemos visto, esta tarea no es nada fácil de llevar, ya que una comprensión del cristianismo en los términos de Kierkegaard implica una constante tensión con la exterioridad, el mundo como se nos manifiesta y una interioridad comprometida con el esfuerzo y la responsabilidad hacia los demás.

Es importante resaltar que el correctivo no ahorra el trabajo del amor al prójimo. Más bien de lo que se trata es de indicar la tarea, pero nunca opera de manera directa. La tarea del amor es la más sencilla de identificar, porque está en todas partes, mas no es la más fácil de realizar. El correctivo no es una norma, pone todo el peso en la tarea, no dice qué se tiene que hacer, sino que señala que hay que actuar. Para Kierkegaard no se trata de una lista concreta de acciones por realizar. El énfasis recae en el individuo singular y este es la medida de la acción, en tanto que es el total responsable de las relaciones que asume consigo mismo y con los otros (Smith, 2007). No hay para este caso una normatividad que defina la acción ética o amorosa. No hay una lista de acciones correctas por principio, todas dependen del cómo se hace. Por eso se mencionó que una obra puede ser amorosa bajo un contexto, pero en otro no.

Entonces, en resumen, desde la mirada del cristianismo el correctivo funge para remediar una situación cómoda y flexible, que degenera el mandato del amor, manifiesto en la sociedad moderna. El motivo fundamental del cristianismo es erradicar de los individuos la semilla del egoísmo, y permitir que estos se abran hacia el amor auténtico. Se propende por la infinita igualdad ante Dios a través del amor al prójimo. El amor lo iguala todo, puesto que cuando este se manifiesta en la vida de los seres humanos no hace distinción alguna entre ricos y pobres; es ciego ante las características particulares de los individuos singulares. Pero eso no supone una transformación concreta y objetiva del desprecio social de la nivelación y las prácticas deformadoras de la modernidad.

Ahora bien, recordemos que el amor es el fundamento de todo y se encuentra en todos los seres humanos. Esto es importante resaltarlo ya que sólo es posible corregir una situación que traiga consigo lo positivo. Si partimos de la idea de que la condición del pecado, la perversión y degeneración en la que ha caído la sociedad es definitiva y que de ninguna manera puede ser enmendada, entonces el amor al prójimo y la edificación de este serían una tarea estéril. Sin embargo, la posibilidad de la corrección de dicha situación social está dada en el hecho del amor como fundamento de cada ser humano, aunque la conciencia de este se encuentre dormida. Así pues, la creencia en la presencia del amor como fundamento en el sí mismo y en el prójimo posibilita el fomento positivo de la relación con él, y con todo aquel con el que se entre en interacción.

Igualmente, entender el amor va más allá de simplemente sentir piedad, compasión o benevolencia hacia los demás; no se limita a estas simples expresiones. Es fundamental evitar ser engañado por las muchas formas en que el egoísmo puede disfrazarse como caridad cristiana, por lo que se requiere una comprensión más profunda y genuina del amor verdadero, que trascienda las simples muestras externas y se basa en una entrega genuina y desinteresada hacia los demás, en lugar de caer en estas apariencias engañosas (Guerrero Martínez, 2014, p. 65). La toma de conciencia y una fuerte intensidad de la reflexión es de vital importancia. Quien cree estar en posesión de la fe, el amor, la esperanza, pero en realidad no lo está, difícilmente puede remediar el camino, hacer el salto cualitativo. No hay conciencia de corregir algo que no se cree como desviado –un principio básico asumido por la psicología, cuyo primer momento fundamental para la superación de un problema es el reconocimiento del mismo–. Kierkegaard (2012) afirma que:

Esto es una expresión de que la salvación sólo puede llegar recuperando lo esencial de lo religioso en el individuo singular. Y lo fortalecerá saber que es justamente el error el que le ha abierto, si lo desea con magnanimidad, las puertas hacia lo más elevado. (p. 64)

 

La mayoría de los ejemplos de la segunda parte de Las obras del amor sugieren que la tarea con los demás es la promoción de su bienestar, implicando una relación directa y constante con el prójimo. Amar al prójimo es igualmente ayudarlo a descubrir el verdadero cristianismo y a que ame de acuerdo con la ley regia. La ayuda también se refiere a tratar al prójimo según sus necesidades y posibilidades. Si la realización del individuo es la afirmación de su autonomía, el auxilio al prójimo es en función de la apropiación de su propio sí mismo: en manos de cada individuo singular está la tarea de apropiarse de la reflexión y del autoconocimiento. La persona que ama de esta manera no busca beneficios personales, ya sean materiales o espirituales. El objetivo es dar de tal manera que el destinatario sienta que el don le pertenece a él. El que es amoroso no critica lo que ha dado ni espera que se le devuelva; tampoco humilla demostrando su amor.

 

Conclusión

 

En consecuencia, en Kierkegaard podemos encontrar que sólo hay una verdad, la del cristianismo, y sólo una elección apropiada, la de vivir una vida auténticamente cristina. Kierkegaard hace un llamado al individuo singular para que alcance un desarrollo ético-religioso, más allá de las normas éticas establecidas por la sociedad. Esta postura ética ha de ser radical, en virtud de fomentar prácticas positivas y saludables con los demás; que no se quede en la mera reflexión y pase constantemente a la acción. De esta manera, se espera que el verdadero cristiano no se aleje de las actividades del mundo, sino que se involucre plenamente en él y tenga relaciones positivas con los demás. Esto implica entrar en relación con los demás de manera desinteresada y abnegada, renunciando a cualquier intención egoísta de buscar recompensas o méritos que puedan obstaculizar su disposición a actuar directamente en beneficio de los demás como seres humanos.

Esta postura desde el cristianismo es la del amor al prójimo, el cual es una forma de amar extraña en la sociedad. Esta es la que enseña a amar a otro ser humano sin caer en la predilección por un objeto particular, sino a cada ser humano, y ninguna otra forma lo hace. Incluso trasciende cualquier concepción terrenal de la justicia, de nivelación de fuerzas y dones. Quien ama de esta forma da, pero no espera lo suyo, no espera ser compensado ni tiene en mente compensar lo que ha recibido. No obstante, a pesar de su radicalidad es igualmente un correctivo de las relaciones sociales, cuya pretensión es la de fomentar que el individuo singular permanezca en la relación con el prójimo, sin que se quede en el sentimiento y la inclinación.

El amor cristiano entendido como exigencia lo que busca es superar el egoísmo y ayudar al prójimo a ser independiente como tanto se ha insistido. Reconocer al otro implica demostrar que se está dispuesto a poner límites a una tendencia egocéntrica en su presencia a través de gestos y acciones (Rodríguez, 2014; 2015). Esta es una exigencia radical que fomenta positivamente el desarrollo de las relaciones interpersonales. Por lo tanto, la tarea del cristianismo es convertirse en el amoroso que busca al amado para el bien y la verdad. El amoroso da porque se siente llamado a dar, aunque pierda todo, pero siempre gana la eternidad. El amoroso supera la estrechez de la finitud.

Pero, afirma Kierkegaard (2000) que es indignante y repugnante una vida que en efecto no gobierne sobre sí misma: “sólo un alma irreflexiva puede dejar que todo cambie a su alrededor, darse ella misma como ofrenda a las inconstantes y caprichosas transformaciones de la vida, sin angustiarse por ese mundo, sin preocuparse por ella misma” (p. 102). Para Kierkegaard, es lamentable aquel que sólo entregó su alma a los apetitos mundanos y no se preocupó por la liberación de su frívola y melancólica angustia. Es igualmente lamentable quien cree comprenderlo todo, y así cree sacar provecho de ello; se ha engañado eternamente. Pero para la superación de este estado el individuo singular tiene que haber ganado previamente una comprensión de sí mismo y del prójimo, a partir de la cual esté dispuesto a asumir una obligación con respecto a sí mismo y con los demás. La reflexión correcta es fundamental para el salto a la interioridad y el autoconocimiento.

Kierkegaard quiere corregir la interioridad irresponsable que camina de la mano con un énfasis exagerado en la excusa de la fe como medio que facilita el mandato. Todo lo que dice en contra de la mundanidad, la búsqueda de la igualdad mundana, el egoísmo y la irresponsabilidad de una comunidad de amantes de sí mismos, son aquellas prácticas que se pretenden sean corregidas. La finalidad de Las obras del amor es inquietar al lector y motivarlo a escuchar el llamado para una transformación que pueda cambiar su vida; pretende despertar al lector para sacudir su conciencia y enderezar las nociones del amor en la sociedad, que a su vez sería enderezar las relaciones sociales en general. La tarea del amor es radical, de lo contrario se cae en cuestiones mundanas, como denuncia Kierkegaard. Esta tarea es constante, se debe hacer una y otra vez a lo largo de la existencia y de manera unilateral. No basta con una acción o un puñado de ellas. La finalidad es sacudir la vida de los seres humanos, despertar la conciencia de sí mismos y motivarlos a poner por obra las enseñanzas de Cristo.

 

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[1]  Todas las citas provenientes de textos originalmente escritos en inglés son traducciones libres de los autores del presente artículo.