Sujeto: identidad, desdoblamiento y reconciliación
Analogía histórica: pensar de Dios así en la tierra como en el cielo en Hegel
Resumen
En el hoy de fines del siglo XX, como en el ayer decimonónico de Hegel, la filosofía es impugnada por los sedicentes científicos. En nombre del mito de la “ciencia empírica”, las “ciencias duras” y las redituables tecnociencias, se anatematiza a la ciencia teórica y al concepto especulativo -presuntamente “blandos” e inexactos-. Realidades, no ideas; se vocifera. Observación y descripción de los hechos, no especulación; se proclama. ¿Saber la verdad a ciencia cierta? ¿Qué es eso? Hoy “la” ciencia es más humilde, sólo conoce por “conjeturas y refutaciones”. No existe la verdad; sólo -quieren que convengamos- son posibles plurales verdades por consenso; sólo hay aproximaciones estocásticas o probabilísticas a lo verdadero -quedando abierta la pro-posición científica a posibles falsaciones; hoy la cientificidad de la ciencia -nos dicen- reside en la falsabilidad de sus proposiciones, no en su verificabilidad, y aun menos en su veracidad.
¿Filosofía como Ciencia? y ¿Ciencia como Autoconciencia? ¿Una verdad absoluta del sujeto? ¿Un Saber de Sí Mismo del Espíritu? ¿Un saber lógico, cierto, riguroso, demostrable, universal y necesario? Hoy reinan las relatividades, el “pensamiento débil”, e imperan las incertidumbres. De Popper a Prigogine, pasando por Mario Bunge -entre los científicos y epistemólogos “duros”-, se nos dice que la filosofía es “ancilla scientiae”.
Elevar la filosofía a la ciencia, en eso consiste el empeño gnoseológico de Georg Willhelm Friedrich Hegel. Es por eso que, ya por exceso, ya por defecto, quienes impugnan el proyecto aristotélico de la filosofía como ciencia, disparan sus dardos contra el pensador alemán de La Ciencia de la Lógica, quien expresamente quiso “traducir” el divino “pensar del pensar” de Aristóteles en la (cristiana) lengua moderna del “principio de subjetividad”.